“Yo solo como caviar, champán y ostras” se pavonea cualquiera cuando le va bien en la película de la vida.
Pero sucede que no siempre va bien. De hecho jamás le va bien, absolutamente y todo el tiempo, a nadie. Entonces, cuando la vida es más dura y oscura, aprendemos a valorar un humilde bocadillo de queso.
“Humm, qué rico está este queso, qué delicia como cruje el pancito”
Fernando Alonso disfrutó como un niño -como cuando él era niño y también como cualquier niño- de su “Bocadillo de queso”, de su sexto puesto en la clasificación del Gran Premio de Hungría 2017, y sobre todo de la magnífica vuelta rápida que se marcó contra todo pronóstico al final de la carrera.
Se convertiría, pensó con seguridad, en el titular de un montón de periódicos. Acertando de pleno, pues incluso el Tigre que soy y se llama a sí mismo El Piloto Número 21, había titulado este artículo de ese modo; pero luego lo cambié, aunque por supuesto soy un animal que prefiere la velocidad al queso.
La velocidad y la locura. Me gustan.
Me gusta que el imbécil de Max Verstappen fuese incapaz de ser dueño de sí mismo y borrase a su compañero, Daniel Ricciardo, la sonrisa. Y no sólo era la sonrisa de Ricciardo, sino que cambió mi pronóstico para la carrera. Me jugué una “eurada vespertina” a que Daniel Ricciardo sería el ganador del GP de Hungría 2017.
Pero me gusta cuando gruñen y se cabrean. Los animales. Los animales que fueron salvajes, nacieron en mayor o menor medida salvajes, y ahora sólo dan vueltas a un aro con pequeñas variaciones en el dibujo, pues se han transformado, a cambio de mucha comida (lease dinero) en animales de circo.
Ah, cómo le habría gustado a Kimi Raikonnen saltar sobre la yugular del capullo de Vettel y beber su sangre rojoferrari. Pero no, Raikonnen está muy bien domesticado, y es casi un viejo: tiene que mover la cola y ocultar los colmillos tras una sonrisa de gatito si quiere seguir formando parte del circo.
El caso de Carlos Saínz -como lo era el de Rosberg- es distinto. Él nunca fue un animal salvaje, nunca fue pobre ni ajeno al circo. Se enfada, cabrea, gruñe, grita y amenaza pero no conoce -quizá mejor para él- la vida salvaje, brutal y mortífera que sucede más allá de los límites del circo. Su actuación fue sobresaliente y digna de aplauso en el Gran Premio.
Sorprendente en el Hungaroring del año 2017 fue el gesto noble, caballeroso -y también muy astuto: ahora lo explico- de Lewis Hamilton, devolviendo la tercera posición y dejándo subir al podium a Valteri Bottas.
¿Cuál es la astucia de Hamilton?, quizá se pregunte algún lector bienintencionado e ingenuo.
Ingenuos todos los comentaristas que he leído y escuchado hasta el momento, que hablan de que: los tres puntos cedidos a Valteri Bottas podrían hacerle mucha falta a Hamilton al final del campeonato.
Ingenuos. Almas de cántaro. Benditos. Benditos míos. Si no le hubiese devuelto la posición habría quedado como un cerdito (pero eso le da igual a Hamilton, nació salvaje y nació cerdito) y habría quedado en deuda con Valteri Bottas. Es mejor -piensa y existirás- que Bottas le deba una, que le deje pasar cuando sea necesario, las veces que sea necesario, y -para resumir y dejarlo luminoso de tan clarito- luche como un escudero domesticado al modo de Raikonnen (qué asquito; no me gustan los sumisos; “no se ama a los sumisos, simplemente se les quiere”. Germán Coppini, Golpes Bajos).
Se detiene el mundial de cochecitos. Los animales salvajes y bípedos y rapidísimos se van de vacaciones cuatro semanas. ¡Ala, cuatro semanas de vacaciones! Qué generoso es el circo. Pero no sólo ellos, también sus cuidadores, sus veterinarios, los que limpian las jaulas y los que recogen las caquitas de los veinte animales maravillosos y magníficos. Y los propietarios, los dueños de animales y robots y la carpa del circo. Todos de vacaciones.
También yo, también el Piloto Número 21 se va de vacaciones; aunque lo mío es en plan raro: dejo de existir en el mundo real para volver a pasear por el interior de una novela, aguantando los caprichos del autor (mi creador, se llama a sí mismo). Yo también saltaría a la yugular de alguien… El sueño de volver a ser salvaje. Aunque sólo sea un momento. Aunque el precio final fuera o fuese despedirse para siempre y morir en el intento.
La posibilidad de la muerte es el máximo valor de cualquier gran circo.
Otro burbon, por favor.