Enrique García-Máiquez, quien por esos azares de la vida nació en Murcia pero es muy del Puerto de Santa María, es posiblemente uno de los pocos intelectuales totales. Esto es, le hace a todos los palos literarios (poesía, ensayo, columnismo…), un poco como su admirado Chesterton, con calidad suficiente para atrapar a los lectores, todo ello sin tener que abjurar de su catolicismo en pos de tres o cuatro lectores más que no se sientan ofendidos. Teníamos pendiente esta entrevista tras la publicación de su libro Ejecutoria (CEU Ediciones), con el que logró el primer premio de ensayo Sapientia cordis, pero lo fuimos dejando, lo fuimos dejando hasta que nos ha venido muy bien tenerla preparada para una fecha tan señalada como el 25 de diciembre, Navidad. Al final hemos acabado hablando de lo humano y lo divino en la proporción justa.
D16.- Don Enrique, un honor tenerle en estas páginas para hablar de lo divino y lo humano, aunque ambas cosas estén mal vistas.
EGM.- Por eso es un honor, no por mí, sino por hablar contra viento y marea de cosas que están mal vistas. Sir Tomás Moro advertía: «Si el honor trajese cuenta, todo el mundo sería honorable». Mantenerse en lo mal visto, si es bueno, exige una osadía. Gracias por atreverse.
D16.- Sin más preámbulos, ya que es cosa de poca hidalguía el exceso de lisonjas y en referencia a su libro Ejecutoria, ¿dónde están las élites de las virtudes, los hijos de algo, las cuales parecen haber desaparecido de la escena pública? Esa poca aristocracia de Anatole France.
EGM.- Está todo tan espeso y tupido que hay que dar mandobles a diestro y siniestro. Por un lado, empecemos confesando nuestra culpa: nos exigimos mucho menos que antes. Recuerdo siempre un chiste que tiene gracia, aunque sea maldita la gracia que tiene: «Ahora la clase trabajadora no tiene trabajo, la clase media no tiene medios y la clase alta no tiene clase». Tener o no tener clase, al menos, depende de uno mismo, y no deberíamos abandonarnos así como así.
Por el otro lado de los mandobles, la sociedad se descarta de las personas más valiosas. Las organizaciones prefieren al maleable (en ambos sentidos), al conformista, al sumiso, al pelota o, directamente, al corruptible. Nunca al que tiene un criterio propio y es capaz de marcarse una objeción de conciencia a la primera de cambio. El resultado es un sistema social, económico y político refractario a la hidalguía. Se pueden enfrentar ambos problemas de un tajo de doble filo: la primera exigencia que uno tiene que hacerse es valorar en los demás las virtudes y la gallardía. Admirar sin miramientos es subversivo y aristocrático.
D16.- Me ha gustado una frase del libro sobre la defensa del «deber caballeresco de decir lo que se ve y se piensa». ¿No cree usted que la visión y el pensamiento están hoy bastante limitados por las estructuras ideológicas y de poder?
EGM.- Lo creo. Stendhal decía: «Cuando miento me aburro» y se le entiende porque nada es más apasionante que decir la verdad. Hay, como usted dice, que pensarla; después, que verla por entre tantas estructuras opacas y refractarias; luego, hay que atreverse a mentarla; a renglón seguido, hay que encontrar quien te la oiga, para lo que también hace falta valor; y entonces no se ha terminado: hay que «sostenella y no enmendalla»… Toda una aventura.
D16.- La cualidad del hidalgo siempre fue, a lo largo de los siglos, la libertad, además de otras virtudes. ¿No le parece paradójico que en los tiempos del progreso haya menos libertad y menos inteligencia que antes?
EGM.- La libertad para quien se la trabaja. El progreso nos ha vendido que él nos la regala, pero nada es gratis, y mucho menos la libertad. Por eso la hay menos cuanto más la publicitan. Más ardua es otra paradoja: la de la inteligencia. El alimento de la inteligencia es la verdad. El relativismo deja a la inteligencia peor que en los huesos: la convierte en un fantasma.
D16.- Como hoy es el día de Navidad me gustaría interpelarle por otra de sus obras Gracia de Cristo (Ediciones Monóculo). Sin duda Jesús debió nacer berreando, como es normal en un bebé, pero siempre tuvo una sonrisa para quien lo necesitaba. Hoy cuando quieren que no tengamos Navidad sino fiestas ¿cuál sería la actitud de Cristo?
EGM.- ¡Qué casualidad! Todos los años, siguiendo una tradición medieval aún viva entre los poetas españoles, escribo un villancico para felicitar la Navidad a mis amigos. El de este año se titula justamente: «El Niño explica su llanto», y reza así: «Los nueve meses que estuve/ en el vientre de María/ en una nube vivía/ y vivía en una nube./ Aun así no me entretuve/ y pasé —muy puntual—/ de aquel Palacio a un portal/ y de la Reina a un pesebre./ Normal que mi voz se quiebre./ Si lloro un poco es normal».
Explicado lo de nacer berreando, vayamos con la sonrisa, que sí que tuvo. El Evangelio está lleno de giros y situaciones que sólo se explican a la luz de esa gracia que Él pasó derramando por estos sotos con presura. Sólo que de tanto leerlo y oírlo, nos la perdemos. Mi libro trata de recuperarla. Sobre las dichosas «felices fiestas», creo que a Cristo, al que indudablemente le encantaban las fiestas, especialmente las bodas y las cenas de amigos, le fastidiaría que las fiestas felices se limitasen por antonomasia a las de Navidad. «Felices fiestas, siempre», diría Él, «pero concretando en cada caso para mayor gozo y encarnadura. En Navidad, ¡feliz Navidad!».
D16.- El cristianismo parece perseguido en occidente; el buenismo o el Imperio del Bien, que diría Muray, ocupa todo con su manto de totalitarismo moral que deja poco espacio al libre albedrío divino. Siendo excesiva la petición, usted que ha estudiado bien la figura del “hijo del hombre”, ¿cómo entiende que pudiera ser su discurso hoy?
EGM.- El Imperio del Bien deja poco espacio al libre albedrío divino y menos, si cabe, al libre albedrío humano. El buenismo es malísimo. El discurso del «hijo del hombre» hoy sería (¡es!) el mismo de siempre: «Mis palabras no pasarán». Por eso, tanto como de los perseguidores hay que prevenirse de los intérpretes y de los actualizadores. Hablando de buenismo, cuánta más azúcar echen, peor. Lo de Cristo es la sal, que no se vuelve sosa.
D16.- Su nivel de actividad impresiona. Un día puede estar presentando Ejecutoria en familia, otro charlando sobre Chesterton, de repente una conferencia sobre Tolkien, sin esperarlo alabanzas a un poeta olvidado, más todos los artículos en medios de comunicación o para Ubi Sunt, ¿cuándo descansa su mente?, ¿tiene tiempo para el recogimiento?
EGM.- Iba envaneciéndome de mí mismo oyendo sus palabras, hasta su pregunta final. Tenía preparada mi respuesta oronda con una cita letraherida de Juan Ramón Jiménez que me vale de norma vital: «¡Qué pereza… de dejar de trabajar!». Pero su pellizco final no me lo esperaba, y es el que necesitaba y se lo agradezco en el alma. Me servirá de propósito para el año nuevo. Hay que guardar el tiempo para el recogimiento como oro en paño. Como dijo (¡dice!) Jesús: «Una sola cosa es importante, María ha escogido la mejor parte y no le será arrebatada». ¡Oído cocina!
D16.- La puesta en guardia contra el pecado proviene de la puesta en guardia de los dones divinos: su abandono a nuestro cuidado, ¡Y cuidado con lo que hacemos con ellos! Por eso san Luis, en su testamento, dirigió a su hijo esta advertencia tan bíblica: «Es un pecado muy grande guerrear contra Nuestro Señor con sus dones».
EGM.- Qué maravilla. No conocía esa joya testamentaria de san Luis. Es el segundo regalo que me hace usted en esta tarde. Dios, como insiste Rémi Brague, deja en nuestras manos algo tan excitante y peligroso como nuestro destino. Eso es la libertad. Y es el primer don que tenemos que poner –de vuelta, libremente– a su servicio.
D16.- Ya que hemos hablado de Chesterton, autor por el que compartimos cariño, ¿cree que hoy en día se entenderían sus artículos?
EGM.- Contra todo pronóstico, es un autor al que hoy se lee con fervor y al que se reedita como si no hubiese mañana. Más allá de que sus artículos de opinión tengan demasiadas referencias a la actualidad de entonces, tal vez la mayor dificultad es que son largos y están llenos de digresiones, cuando hoy nos los piden siempre más cortos y muy ceñidos a un tema. Con todo, yo creo que Chesterton tenía razón: si leerle es una gozada, por qué acortar. Y las digresiones son la prueba de que todo está conectado con todo y de que el universo es una fiesta. En resumen, hoy se lee mucho a Chesterton, pero todo Chesterton es poco.
D16.- Me hizo gracia su respuesta a una mujer que se quejaba sobre las etiquetas que se ponen tan fácilmente como tradicionalista, conservador, reaccionario, etc. (yo añadiría marxista) ¿no cree que es muy cansino ese gusto por etiquetar todo cuando los seres humanos somos completamente inteligibles, que diría san Agustín? Son tantos los manantiales, arroyos, ríos y lluvias que conforman al ser humano que ¿tiene algún sentido etiquetar?
EGM.- Las etiquetas son divertidas y prácticas, mientras que no sean, como suelen, una estrella amarilla en el pecho, quiero decir, cuando no conlleven expulsar a nadie del debate público por pensar lo suyo. En aquella ocasión, ante quién se preguntaba con algo de coquetería de la pequeña diferencia si era tradicionalista, conservador o reaccionario, le dije que no se preocupase, que todo estaba bien. Con el marxismo, como con el fascismo, con perdón, tengo más dificultades, se las confieso. Los totalitarismos no me terminan de dejar totalmente tranquilo. Lo que no quita que a quien se considera marxista o, con perdón, fascista se le puedan salvar intuiciones, sensibilidades e incluso propuestas, además de la buena fe, espigándolas de su cosmovisión errónea.
D16.- En este mundo globalizado aperitivos como el Aperol y otros por el estilo se establecen como moda, pero ¿existe alguna bebida que pueda derrotar al Jerez como aperitivo?
EGM.- Ja, ja, ja. Fíjese si soy poco totalitario que ni me empeño en que todo el mundo beba palo cortado. En el Marco de Jerez, para señalar que alguien ha bebido lo suyo, se dice: «Lo de ése no se lo han bebido los ingleses». Ya se sabe que los ingleses nos han comprado, desde los tiempos de Chaucer y de Shakespeare, Dios los bendiga, todo el jerez que pueden. Yo lo mío trato de que no vaya a parar a la Pérfida Albión y, ahora que me los menciona, trataré de beberme también el jerez que generosamente dejan los del Aperol. Por cierto, ¿qué demonios es el Aperol?
D16.- Para finalizar, y no cansar a los lectores, me gustaría que mandase un mensaje positivo a todos los católicos (y a los que no también) en el día de mayor alegría.
EGM.- Un tic de buen lector es que siempre me doy por aludido. ¿Piensa que he podido cansar a sus lectores? Nada me espantaría más: mi madre nos añadió un undécimo mandamiento a las Tablas de la Ley: «No molestar». Discúlpenme, por favor. Prometo aprender del Niño. Era el Verbo, pero apenas dejo unas frases, aunque se podrían haber llenado libros enteros, como dijo san Juan, poniéndonos los dientes largos. Nos quedamos con ganas de más, que es como hay que quedarse. Y en la Navidad, el día de la mayor alegría, no dijo nada el Verbo, sino que se hizo carne y tal vez, como decía usted, lloró un poquito. Se sea o no cristiano, la idea de un Dios Omnipotente hecho niño es para volverse loco (de la mayor alegría).