Las principales potencias del mundo hablan del terrorismo del Estado Islámico como uno de los mayores problemas a los que la sociedad debe hacer frente. Es cierto porque nadie está seguro con el tipo de ataques indiscriminados de estos fanáticos que no representan nada, ni siquiera son los paladines del Islam, como ellos mismos se autodenominan. El Islam es otra cosa por mucho que los fanáticos occidentales quieran venderlo como una religión violenta y hacer creer que todos los musulmanes son un peligro para las democracias avanzadas.
Sin embargo, existe otro tipo de terrorismo en el que nadie está poniendo todos los medios para erradicarlo: los feminicidios, el terrorismo machista. Las cifras hablan por sí solas. Según diferentes organizaciones internacionales como la ONU o la Unión Europea, se calcula que cada año sonasesinadas por sus parejas, ex parejas, maridos o ex maridos más de DOS MILLONES SEISCIENTAS MIL MUJERES. Esta cifra, evidentemente, se queda corta con lo que es la realidad ya que existen países en los que el hecho de que una mujer sea asesinada en el ámbito del hogar es visto como algo normal. Hay Estados en los que no hay cifras. Por tanto, lo más probable es que el número de mujeres asesinadas sean muchas más de esos 2,6 millones y que los cálculos sean aproximados. Entretanto, se calcula que el número de muertos causado por el Estado Islámico en los últimos cinco años no llega a los 0,6 millones y, sin embargo, es el problema prioritario, que lo debe seguir siendo, pero que no debe desviar el objetivo hacia el hecho de que en base a un mal entendido sentido de la propiedad o de la superioridad del hombre sobre la mujer.
¿Por qué las estrategias para la lucha contra el terrorismo machista son siempre un fracaso? ¿Por qué las cifras de asesinatos crecen según pasan los años? ¿Por qué los Estados no son lo suficientemente diligentes para terminar con esta lacra? En primer lugar, las mujeres asesinadas no son rentables para las empresas porque no generan grandes contratos como ocurre con la lucha contra el Estado Islámico. En segundo lugar, porque es muy complicado realizar una acción de prevención a través de las Fuerzas de Seguridad. En tercer lugar, porque el terrorismo machista no genera un estado de miedo global sino individual y que es llevado en absoluto secretismo por las víctimas. En cuarto lugar, porque la prevención de este tipo de terrorismo se inicia en la educación y en lograr un cambio de mentalidad que lleve a los futuros asesinos a pensar en clave de igualdad y de respeto en vez de en clave de la superioridad consecuencia de una educación machista.
Prácticamente todo lo que se ha puesto en marcha hasta ahora ha fracasado. El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero puso en marcha una Ley contra la Violencia de Género que era el pilar sobre el que asentar las estrategias que pudieran terminar con este tipo de terrorismo. Como la prevención del terrorismo machista empieza en la educación, ese Ejecutivo dispuso que se incluyeran factores de igualdad y de respeto a la mujer en la asignatura de «Educación para la ciudadanía». Ese pilar fue derruido por el fundamentalismo machista de una parte del Partido Popular y por su adhesión a las tesis de personajes tan siniestros como Rouco Varela, como el obispo de Granada, Francisco Javier Martínez Fernández, como el arzobispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Plá o como el cardenal Cañizares, quienes, entre otras cosas, han defendido que el papel de la mujer se encuentra en la sumisión total al hombre o que hayan pedido que a las mujeres se les retire el derecho al voto «porque últimamente piensan por su cuenta». Lo más grave de todo es que muchos de los fundamentalistas «genoveses» son mujeres. El actual Pacto de Estado aprobado en el Congreso de los Diputados ya nace fracasado porque no se aportan todos los recursos que son necesarios para dar una solución real a esta lacra.
Cada mujer que es asesinada por su marido, pareja, ex marido o ex pareja es una razón más para reclamar que se haga algo más de lo que se está haciendo, para que se le dé la importancia que tiene a un tipo de terrorismo que en un año multiplica por cinco las víctimas de un lustro de la que es la mayor amenaza para el mundo. Hay que luchar contra el Estado Islámico, evidentemente, pero también hay que poner toda la carne en el asador para que ninguna mujer más se asesinada. ¿Cómo hacerlo? No me corresponde a mí, pero, desde luego, algo totalmente diferente a lo que se está haciendo hasta ahora porque no se ha logrado nada, sino que, cada año que pasa, las cifras se incrementan.