La valentía editora de Demipage nos ofrece en esta ocasión la tercera novela de Isabel Garzo, La habitación de Dafne, en una muy bella y cuidada edición. Un relato impactante sobre la condición humana y su lucha constante por la libertad. Ahora estamos enganchados a tantos mecanismos electrónicos que el ser humano está perdiendo su propia esencia. Lo creativo, el uso libre del lenguaje, el amor, etc., están mediados por distintos aparatos de control social a los que no se presta la atención debida pues están ahí. La normalización de ciertos elementos totalitarios, seguro que le gustaría a Giorgio Agamben si leyese la novela, recorre la novela sin dejar de lado aspectos más sensibles y literarios.
D16. Esta es su tercera novela publicada, ¿se puede decir que ya tiene familia numerosa o debemos esperar?
IG. En realidad es el cuarto libro, ya que antes de las tres novelas escribí un libro de relatos titulado Cuenta hasta diez. Si lo pienso sí se me antoja numerosa esta familia, porque parece que fue ayer cuando toqué con mis manos el primer ejemplar de mi primer libro y solo acerté a decir a mi editor esta necedad: «es un libro». Pero en términos relativos mi obra literaria está en pañales. Espero publicar mucho más y, como seguro que espera cualquier escritor, cada vez mejor.
D16. Para serle sincero y haciendo un poco como le gusta a Gabriel Albiac, he de puntualizar que ya a la altura de la página 79 de la novela tenía un cabreo importante con la trama, ¿entiende que esto mismo le puede suceder a más lectores? ¿Lo ha escrito de manera malévola?
IG. ¡Pues no te quedan aún sustos! Con esta novela me está sucediendo, más que con las anteriores, que estoy recibiendo impresiones en tiempo real de algunos lectores. Y me echan buenas broncas. Ayer, sin ir más lejos, una compañera de trabajo me dijo «solo me das disgustos». Me siento como esos guionistas de televisión que son acosados por internet por matar a un personaje querido por el público.
Bromas aparte, es cierto que hay drama y es cierto que la trama es algo acrobática. Pero la cantidad de alegrías, de penas y de giros imprevistos me parece bastante similar a la de la vida real. Date cuenta de que la novela acompaña a Cora y Dafne durante casi toda su niñez y su juventud, hasta la vida adulta. Si eligiéramos a cualquier persona y resumiéramos todos esos años en unas pocas páginas, estoy segura de que obtendríamos una cantidad de sobresaltos bastante similar.
D16. Me ha parecido que Átona posee un simbolismo polisémico. ¿Le parece que es el reflejo de redes sociales, medios de comunicación y a lo que se encamina la sociedad?
IG. No hay día que no me tope con algún ejemplo que me haga pensar no ya que nos encaminamos hacia Átona, sino que nos encontramos ya en ese lugar. En los medios de comunicación o en internet vemos que nada se perdona porque todo queda registrado en forma de huella digital indeleble. Que se lo pregunten a las empresas o personas que intentan limpiar de su reputación la mancha de un escándalo. Vemos también que lo que importa es lo que se cuenta sobre algo y no tanto lo que ocurrió en realidad, o que quienes consiguen una versión de los hechos más convincente son los que tienen el poder sobre otros. Átona es solo un cuento, pero los cuentos siempre tratan sobre la realidad. Su labor es resumirla y explicarla.
D16. La técnica del doppelgänger ha sido un recurso literario muy utilizado, desde las narraciones míticas hasta la actualidad. En esta ocasión no hay un sosias malvado en sí ¿qué le ha permitido esa técnica para desarrollar la historia?
IG. El dualismo es muy importante en esta historia. Casi todos construimos nuestra identidad en algún punto intermedio entre dos extremos con los que nos pasamos toda la vida luchando. No son los mismos para todas las personas, pero casi siempre están ahí: esa persona que quieres ser y esa otra de la que te quieres alejar.
«La educación y la cultura estaban destinados a que amara el progreso y se rechazara todo lo que oliera a tiempos pasados y más débiles»
Es muy útil verse desde fuera, observarse desde otros ojos y ser descrito por otros labios, para comprenderse. Si tan rara nos suena nuestra voz cuando la escuchamos grabada, si en las fotos nos vemos diferentes a como nos vemos en el espejo, deberíamos suponer que el resto de nuestras facetas tampoco son percibidas por los demás como las vemos nosotros. Mirarse uno mismo desde fuera puede ser muy interesante. Tanto en la ciencia como en la lingüística se aíslan las partes que se quieren analizar para así entenderlas mejor.
Así que, en efecto, tanto la dualidad como la visión externa están en los cimientos de esta historia.
D16. ¿Refleja su libro el nihilismo social actual? ¿Ese donde ya no hay lugar para la ironía porque siempre hay un ofendidito?
IG. Mi libro explora, en la parte relativa al funcionamiento de Átona, varios supuestos que podrían derivarse de vivir en un lugar así, donde estuviera prohibido imprimir subjetividad a las palabras. Una consecuencia en principio positiva de ello sería que las personas no podrían ser difamadas. O que no podrían ser dañadas con recursos como la ironía. Seguro que los creadores de Átona pensaron, al poner en marcha el experimento, en acabar con esos ofendidos que mencionas, con las discusiones interminables, con las exageraciones, con las noticias falsas, con los dimes y diretes. Pero en esa búsqueda de una verdad pura o de una comunicación reglada y por tanto armónica ¿qué cosas dejaríamos por el camino? Se me ocurren, de primeras, la utilidad de la ironía como figura retórica y herramienta de socialización, la suspicacia, el alma de las palabras.
D16. En la intrahistoria del libro queda cierto poso que empuja hacia la siguiente pregunta: ¿No se están traspasando los límites de los humanos?
IG. Muchos de los problemas de salud mental actuales vienen precisamente de pedir demasiado a nuestros cuerpos y a nuestras mentes. Ni nuestros ojos están hechos para pasar diez horas al día frente a las pantallas, ni nuestras mentes para ser sobrecargadas de información, estímulos y quehaceres. El cuerpo es sabio y nos avisa, eso es un tema también tratado en la novela, pero a menudo tardamos en hacerle caso.
«Nunca seremos realmente conscientes de los perversas o balsámicas que pueden ser las palabras»
Átona, por otro lado, es un lugar tremendamente inhumano, porque quita a las personas aquello que más humanas las hace. Átona pretende acercar el comportamiento humano al de la máquina: previsible, limitado, sin contratiempos. Pero, como casi todo lo que se censura o reprime, la creatividad y el arte de las personas saldrán antes o después por algún sitio, reforzados.
D16. No sé si habrá sido influenciada por las artimañas del Sistema, pero se nota un uso del lenguaje muy cuidado en todo el libro. ¿Cómo trabaja esta parte del “oficio” de escritora cuando se utilizan cada vez menos palabras para comunicarse?
IG. Las palabras son las herramientas con las que trabajo. Soy una enamorada del lenguaje claro y tengo mi propia cruzada personal contra los textos corporativos que no se entienden o aquellos que añaden palabrería enrevesada para sonar más cultos. Por eso intento que mis textos sean amables hacia los lectores. Me parece una muestra de respeto no obligarlos a releer o a preguntarse si habrán entendido bien. Considero que es más eficaz y más expresivo buscar las palabras justas que camuflar las ideas en una verborrea incomprensible. Cosa distinta es fallar en el empeño, pero al menos deberíamos tender a la claridad y no a la oscuridad (o, peor aún, al oscurantismo).
El oficio de escritora lo desarrollo cuando me lo permite el oficio que me da de comer, el de comunicadora. En ambos está presente la escritura, así que no da tiempo a que se me sequen las plumas; pero sí es cierto que tengo que realizar una labor añadida de cambio de registro para saltar de un entorno al otro y para retomar el hilo cuando las sesiones de escritura están espaciadas.
D16. Como hacemos siempre al terminar este tipo de entrevistas: ofrezca con sus propias palabras su libro a los lectores.
IG. La habitación de Dafne es una novela dividida en veintinueve capítulos cortos. Contiene fragmentos intimistas que pueden acompañar a algunos lectores en sus reflexiones, una historia distópica que puede recordar vagamente las de Orwell o Huxley, una historia de amor y otra de búsqueda de identidad. Y tiene sorpresas repartidas por sus 260 páginas, así que si te animas a asomarte a Átona, te recomiendo que no bajes la guardia.
«Lo más importante es que entendáis que todo lo que no está en el sistema no ha ocurrido. es ficción. no sirve»