Sorpresa para buena parte de los asistentes a la presentación de la precandidatura de Manuel de la Rocha con la aparición de José Bono. El expresidente de Castilla-La Mancha y del Congreso de los Diputados apareció en un acto de la parte izquierda del PSOE. Sí, pensarán muchos, cómo es posible que la izquierda y la derecha del PSOE confluyan en un acto, donde además hablaron sindicalistas, exalcaldes y personas de ese ala izquierda. Los muy sanchistas dirán que no, que es Pedro Sánchez la izquierda. Bien vale para ellos la perra gorda. La realidad es que Bono quien pasó del guerrismo a la renovación (interesante leer esa parte en sus memorias, ahora que están de moda) no se puede decir que haya tenido demasiado contacto, salvo el normal entre compñaeros de partido, con Izquierda Socialista de donde proviene De la Rocha. De hecho cuando los izquierdistas del PSOE apoyaban el No a la OTAN, apoyaban la Huelga General de 1988 contra los contratos basura y criticaban la Europa de los mercaderes, Bono estaba a lo suyo y con sus obispos.
De ahí que la sorpresa fuese máxima. Nadie le invitó pero él quiso acudir porque… aquí está la clave, porque en definitiva defiende al partido, al PSOE, sea quien sea el compañero, frente a plataformas personalistas, que es en lo que se están convirtiendo los partidos. No sólo en el PSOE, sino en los demás partidos si se fijan, quien vence en una contienda interna (cuando existe de verdad) se ha tomado la manía poco democrática de volver al antiguo “quien gana se queda con todo”. Da igual que sea Sánchez, que sea Albert Rivera, o que sea Susana Díaz, al final se tiende a entronizar a quien más votos obtiene y a despreciar al resto de la militancia y de los dirigentes políticos. Manuel de la Rocha encarna justo lo contrario, es el símbolo del partido como mediador con la sociedad, en general, no la estupidez liberal de la sociedad civil que no dejan de ser organizaciones con fines privativos, algo que un partido, y más si es socialista, no puede elevar a la categoría de relevancia máxima.
La última transformación de los partidos políticos, los que siguen en pie y no han caído frente a la marabunta de las plataformas personalistas (obsérvese el caso de Francia o Errejón y Valls en España), es asemejarse cada vez a organizaciones laxas, líquidas, etéreas donde lo que importa es el jefe supremo y su guardia pretoriana. El resto del partido, cuando existe, queda para lanzar tuits, sonreír y hacer mucho la pelota, ciegamente y sin pensar a ser posible, a la oligarquía. La misma que hace y deshace, sólo hay que observar el reglamento del PSOE, los estatutos de Ciudadanos o los de Podemos para comprobar que todo el poder de decisión queda en manos de unos pocos, con pocas o complicadas fórmulas revocatorias. Las estructuras son molestas para la neopolítica medieval que es pura carne del espectáculo. Los partidos molestan a los dirigentes que prefieren tener las manos libres y olvidarse de la tradición del propio partido y de su ideología. El partido en España es un recipiente, lo más vacío posible, para poder entregarse a la estupidez del día, la chanza, la puya y el transformismo político sin problemas.
Bono y De la Rocha no encarnan ese tipo de partido, sino el clásico, como una estructura de mediación y de transformación con un fuerte componente ideológico. Por muy plural que sea, como pasa en el PSOE, debe haber un sustrato de pensamiento que marque la ética, la acción política y el programa. Ahora, por contra, los partidos cambian de programa como de chaqueta. Eso sí, no verán a casi ninguno que se atreva de verdad con el establishment. Bono y De la Rocha (como Chema Dávila y Marlis González) representan el respeto a la tradición socialista, al valor de la militancia y el respeto a la pluralidad del partido. Poner a Pepu Hernández, como a Ángel Gabilondo, y lo que se espera en las distintas listas electorales, va en detrimento de la militancia. En parte por miedo a que hagan sombra a los oligarcas, en parte porque al irse personalizando el partido se pasa por encima de las estructuras para amoldarlo al personaje de turno. Este no es el tipo de partido que defienden los dos socialistas.
Se dice que con una estructura flexible se atrae a buenas personas de la “sociedad civil”, lo que es un buen eufemismo para referirse a personas que trabajan en empresas, son conocidos de las estructuras del Estado (porque hay que recordar que la judicatura o los cargos europeos son parte del Estado, por ejemplo) o tienen una ONG conocida. Ni más, ni menos que eso. Es un eufemismo de “como no me fio de los de mi partido no vaya a ser que pierda y me quieran quitar pongo a independientes”. Pensar que dentro de un partido, especialmente en el caso de uno tan asentado y grande como el PSOE, no hay buenos economistas, politólogos, maestros, abogados, ejecutivos y obreros, así como activistas sociales, es no conocer el propio partido o tener mala fe. No es extraño que Bono haya acudido a una reunión de la izquierda del PSOE, ve en De la Rocha al último representante de lo que significa militar en un partido, para bien y para mal. Una forma de decir basta Bono a la desideologización del PSOE y su transformación en una plataforma donde los oligarcas dan rienda suelta a sus apetencias y las intentan pasar como las de toda la estructura partidista. No se ha vuelto de izquierda radical Bono, no se asusten, sigue siendo un socialdemócrata, pero sí que valora lo que es ser del PSOE. Ni más, ni menos.