Durante los años del ladrillo dirigir una caja de ahorros o un banco en España era el gran sueño de todo ejecutivo con aspiraciones y deseos de amasar su pequeña fortuna. La construcción necesitaba dinero fresco para sus pelotazos y ahí estaban los políticos y sus peones bien colocados en entidades financieras locales para dárselo contante y sonante. El Banco de Valencia (BdV) fue una de esas entidades que terminaron en la ruina por la mala gestión (y por la mala cabeza, por qué no decirlo) de sus cúpulas directivas. Estos días los responsables se sientan en el banquillo de los acusados de la Audiencia Nacional para dar cuenta del primero de una serie de juicios que prometen destapar todos los desmanes que se cometieron en aquellos años de maletines, champán y dinero fácil. El ex consejero delegado del BdV, Domingo Parra, es uno de los que ahora parecen desentenderse de aquellos negocios con el sector de la construcción que terminaron de forma calamitosa. Ayer, durante la primera sesión de la vista oral, Parra negó haber propuesto las tres macrooperaciones inmobiliarias que causaron un supuesto agujero de 160,5 millones de euros a la entidad valenciana y aseguró que esos proyectos contaban con garantías, fueron un “éxito” hasta que estalló la crisis e hicieron que el banco “ganara dinero”.
“No soy quien plantea las operaciones, ni decide cuándo se ejecutan, ni los papeles que se piden”, aseguró ante la sección primera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, que lo juzga por presunta administración desleal o apropiación indebida y blanqueo. No muy lejos de él, en el mismo banquillo, estaban los demás acusados: el también exdirectivo Alfonso Monferrer; los empresarios Salvador Vila, Juan Bautista Soler –ex presidente del Valencia CF–, y Fernando Polanco; la mujer de este, Teresa Villalba; y el notario Carlos Pascual.
El fiscal Conrado Sáiz quería saber el nivel de conocimiento de tales operaciones inmobiliarias que tenía Parra, que se enfrenta a cuatro años de prisión, pero el exdirectivo eludió responsabilizarse porque según él “no las dirigía”. Y ahí es donde radica el grave problema que hemos padecido: en los años del boom todos se subían al carro, alegremente, de las grandes promociones urbanísticas, aunque se supiera perfectamente que aquello era una burbuja a punto de estallar. Hoy todos se lavan las manos. En concreto, las tres grandes operaciones del BdV que terminaron en fiasco fueron: Nou Litoral, Valencia Viviendas y Faverche Desarrollos, que dejaron un agujero de 83, 47 y 29 millones respectivamente, según los informes del FROB. El fondo de rescate ya ha dicho en su querella que se trató de “operaciones de financiación verdaderamente ruinosas para la entidad, con la intención de obtener un lucro para los diversos ‘socios’ del banco y generando un perjuicio evidente para Banco de Valencia”.
Sin embargo, y pese a que Parra presidía el consejo de administración de la entidad levantina, ahora se defiende alegando que no fue el ponente de las citadas operaciones ni conocía sus pormenores con detalle. Ni siquiera hablaba con la tasadora. Aquí radica otro de los problemas de los ejecutivos de banca y cajas de ahorro que en los últimos años nos han conducido hacia el abismo y la mayor crisis financiera de la historia de España. Ellos estaban pero no conocían los pormenores de los negocios inmobiliarios que se firmaban; ellos figuraban en los staff (a menudo cobrando sueldos astronómicos) pero no sabían lo que se cocinaba en otros departamentos que estaban puerta con puerta con su despacho; ellos solo iban por allí y firmaban lo que se les pedía.
Las próximas sesiones prometen ser apasionantes para todo aquel que quiera saber cómo se hacían las cosas en el sistema financiero español durante los años de la burbuja inmobiliaria. Habrá que ver si la coartada de Parra (y la de los demás acusados que en los días sucesivos comparecerán en el juicio) ha convencido al fiscal, que proseguirá con los interrogatorios sobre el caso. El juicio contra el BdV, que según fuentes judiciales era el “paradigma de la especulación”, es el primero de una serie que marcará la secuencia de la ruina de una entidad que tuvo que ser rescatada con 4.500 millones de dinero público. Por cierto, nada se sabe aún de ese dinero que nos pertenecía a todos los españoles y que probablemente se haya perdido para siempre. O como dijo Rodrigo Rato en su día: “Es el mercado amigo”.