La pasada semana el Instituto de Estudios Económicos (IEE) rebajaba hasta el 2,1% el crecimiento económico para 2019 y de paso lanzaba una de esas advertencias apocalípticas a las que, de cuando en cuando, recurren los poderes fácticos para mantener asustados y conformistas a los españoles. José Luis Feito, presidente de este organismo, avisaba de que si el Gobierno logra sacar adelante sus presupuestos sociales y lleva a cabo la contrarreforma laboral que ha anunciado para recuperar los derechos laborales perdidos por los trabajadores durante los años de Mariano Rajoy ello supondría un “emploicidio”, un “arma de destrucción masiva para el empleo”.
La palabreja empleada por Feito resulta de dudosa corrección desde el punto de vista semántico, ya que en todo caso sería “empleoicidio” o “empleicidio”, pero no pretendemos hacer aquí un análisis gramatical, que quedará para los estudiosos de la Real Academia de la Lengua. A fin de cuentas Feito es de ciencias, no de letras. Detengámonos por un momento, eso sí, en el intento del presidente del IEE por hacer un chascarrillo con algo tan serio como es la lamentable situación del mercado laboral español, que está condenando a miles de trabajadores a la condición de pobres severos. Al ciudadano explotado, al que cobra menos de 600 euros al mes, al que ha perdido su derecho a las vacaciones, a las horas extraordinarias y a una pensión digna el día de mañana, la gracieta de Feito no le hace ninguna gracia.
Pero más allá de la broma, afortunada o no, lo realmente importante es la falacia que se esconde tras el intento del IEE y de otros organismos estatales como el Banco de España de amedrentar a un Gobierno que pretende recuperar derechos de los trabajadores. Y ese chantaje siempre se produce invocando la sagrada recuperación económica. “Sigamos por la senda de la austeridad”; “controlemos el déficit”; “no subamos los salarios más de lo debido”, suelen ser eslóganes que desde la patronal y otros entes oficiales del Estado se lanzan a menudo para infundir el miedo en la ciudadanía. El objetivo final es que las clases más humildes se resignen y claudiquen ante las injusticias de la nueva religión predominante del capitalismo caníbal, que se vayan olvidando de mejorar sus tristes condiciones de trabajo. Sin embargo, esa cacareada supuesta recuperación económica de nuestro país es el mismo cuento de siempre, ya que sigue asentándose en las cifras macroeconómicas sin mejorar la calidad de vida de la gente.
Cuestiones fundamentales en un Estado de Bienestar como la redistribución de la riqueza, la lucha contra la desigualdad, la brecha salarial entre hombres y mujeres, el derecho a un trabajo digno en definitiva, como ordena la Constitución, siempre quedan relegadas a un segundo plano mientras parece que tan solo importan los grandes números que el ciudadano no entiende, como la estabilidad de las cuentas del Estado, la senda del equilibrio presupuestario, la prima de riesgo, la inflación o el techo de gasto. Toda esa jerga y monserga macroeconómica termina imponiéndose siempre, ya gobierne uno u otro partido, mientras lo verdaderamente importante, ese treinta por ciento de españoles en riesgo de pobreza o exclusión social suele obviarse como si se tratara de un mal necesario, de un daño colateral con el que un país debe aprender a convivir.
Ahora nos encontramos en plena campaña navideña. Los comercios están a rebosar, la gente compra más de lo habitual, estimulándose el consumo, ese plasma del que vive una economía moderna. Es la época del año en la que el motor económico carbura a pleno rendimiento. Sin embargo, los beneficios serán para los cuatro magnates de siempre, los oligarcas, y pese a que probablemente aumentarán las contrataciones y se reducirá unas décimas el paro –ya se encargarán de recordarlo las aviesas estadísticas– los trabajadores seguirán recibiendo el carbón laboral de Papá Noel y los Reyes Magos.
Según las previsiones de las principales empresas de trabajo temporal (ETT), a las que mayoritariamente recurren las empresas para contratar, en este período se va a producir un incremento de la contratación de entre el 4,5 y el 8,3 por ciento con respecto a 2017, principalmente en comercio (dependientes comerciales, atención al cliente), distribución (logística y transporte) y hostelería. El contrato de obra y servicio y el eventual por circunstancias de la producción supondrán el 98% del total y la duración de los contratos será de un mes como máximo (un 57%). De estos, el 65% será de menos de una semana y solo el 8,6% durará entre 16 y 30 días. Toda una lluvia de prosperidad.
¿Hemos de recibir con palmas y cánticos la llegada de la esperada campaña navideña por lo que supone de supuesto alivio para las cifras del paro? ¿Por qué tenemos que seguir soportando este inmenso timo laboral masivo que se organiza al calor de los villancicos, los turrones y los cursis anuncios de perfumes? Está claro que la crisis fue una estafa. La supuesta recuperación económica no lo es menos.