Un día en el taller que Juan Manuel Romero Medina tiene en San Roque, ciudad en la que reside desde 1988, nos traslada a la Grecia Clásica y nos da una idea bastante precisa de cómo funcionaban los talleres cerámicos que tanto reconocimiento y gloria dieron a la Atenas de los siglos VI-V a. C.; producciones que hoy día podemos ver repartidas por los principales museos de Europa y Estados Unidos.
Viendo trabajar a Juan Manuel Romero nos imaginamos a Exequias ante alguna de sus obras de arte, y es que este trabajador de la metalurgia, tras su traslado por motivos profesionales a la ciudad valenciana de Buñol, a principios de los ochenta, no dudó en continuar su vocación artística, iniciada con la pintura, inscribiéndose en una escuela de estudios cerámicos.
Así, cada vez que sus obligaciones laborales o familiares se lo permitían, comenzó a visitar los alfares de Chiva, cercana a Buñol, iniciándose en el trabajo del torno y haciendo realidad una pasión sentida desde su infancia y que le aportaría, en su día a día, una forma de encontrarse conmigo mismo y de evasión de su trabajo en la industria.
Desde estos momentos, ya se interesó por la cerámica griega, pero sus conocimientos eran aún muy limitados para poder reproducir las técnicas de elaboración de las conocidas “figuras negras” y “figuras rojas”. Fue una visita a la exposición itinerante del Museo Británico lo que le motivó definitivamente a viajar por Europa en la búsqueda de ese conocimiento técnico que, unido a su sensibilidad artística, tantas satisfacciones le han reportado después.
Su curiosidad e inquietud lo llevaron a investigar y experimentar numerosas técnicas de cocción y de decantación de arcillas, quedando admirado ante los ceramistas griegos que, con solo arcilla, tierra y fuego nos dejaron este enorme legado artístico, que solo a partir del siglo XVIII, comenzamos a valorar en Europa.
En efecto, en 1764, William Hamilton llegó a Nápoles como embajador británico y, a través de la compra de otras colecciones, adquisiciones en el mercado de arte napolitano y sus propias excavaciones, acumuló rápidamente una de las mayores colecciones de cerámica. El efecto de la publicación de estas piezas, entre 1767 y 1776, fue doble: confirmaron que los vasos cerámicos eran objetos respetables de interés anticuario y su publicación dio peso empírico a favor de que tales vasijas fueran griegas en lugar de etruscas, como se consideraban hasta entonces. Desde este momento, habrá que esperar a la primera mitad del siglo XX para que el profesor J. Beazley, transformara una masa compleja y confusa de los mal llamados “monumentos menores” en una disciplina propia.
Como apasionado de la cerámica, su deseo por seguir aprendiendo ha llevado a Juan Manuel Romero, a trabajar también con otras técnicas cerámicas como raku, reflejos metálicos, cristalizaciones, esmaltes de baja y alta temperatura, pintura mural sobre cubierta, etc. Y como recompensa a toda esta labor, ha recibido recientemente varios reconocimientos, si bien, no es nada dado a participar en certámenes o concursos, pues el único objetivo de su trabajo es su propio disfrute y trasladar su conocimiento a los estudiantes, como así demuestran sus numerosas conferencias y talleres en escuelas de arte y másteres universitarios. Así, ha expuesto su obra en numerosas ocasiones, ha sido seleccionado en varios certámenes internacionales (Alcora, Córdoba) y ha recibido distinguidos premios, como el concedido por el Ayuntamiento de la Rambla en agosto de 2021 en el concurso de cerámica tradicional y, el pasado 14 de diciembre recibió en Algeciras el Premio de las Uvas, otorgado por la Cadena Ser.