Todos los días 7 de diciembre, a las 22 horas, la Plaza Mayor de la localidad cacereña de Torrejoncillo está ocupada por miles de personas. Llueva, nieve, hiele, torrejoncillanos y visitantes se agolpan a la espera de que el reloj de la iglesia de San Andrés señale la hora en que se mezclan la magia, el fuego, la pólvora, el relincho de los caballos, la emoción y la devoción. Las miradas se fijan en la puerta de la iglesia y en el reloj. Los disparos resuenan mientras los caballos piafan. Es La Encamisá, una fiesta única en España y que está declarada como de interés turístico nacional.
Los orígenes de esta fiesta son inciertos porque en ella se mezclan muchos simbolismos de muchas épocas. Hay quien lo lleva hasta la época prerromana por su similitud con los homenajes a la diosa Ataecina en los que se mezclaba el fuego y el ruido. Las principales teorías, incluso el nombre de la misma, llevan el origen de La Encamisá a la Reconquista o a las guerras de Carlos V, por la referencia al lance bélico denominado «encamisada» y se citan momentos bélicos de la historia de España: el asedio de la vecina Coria, los diferentes actos de los Tercios de Flandes de Francisco Bobadilla o la batalla de Pavía en la que el capitán Ávalos, de origen torrejoncillano, hizo envolverse a sus hombres en sábanas para pasar desapercibidos en la nieve. Otros estudiosos señalan el origen árabe de la festividad o a la influencia de las órdenes militares y los ritos traídos de Tierra Santa en las Cruzadas.
Distintas teorías a las que se les dio una exégesis mariana, sobre todo en las interpretaciones relacionadas con actos bélicos, por la protección de la Inmaculada Concepción que recibieron quienes vivieron aquellas guerras.
El matiz bélico está muy presente en la fiesta. Aunque es una procesión, a las diez de la noche del 7 de diciembre por la puerta de la iglesia no aparece ninguna imagen, ninguna estatua, sino un estandarte. Es en ese momento en que todo estalla. En el ambiente se mezcla el olor a pólvora de los miles de salvas que los escopeteros lanzan al aire, con los «vivas» lanzados por quienes no llevan arma. Es un momento que pone los pelos de punta, que emociona, que pone un nudo en la garganta y que provoca que se salten las lágrimas. Aunque el estandarte está presidido por una imagen de la Inmaculada Concepción hasta el más ateo llora.
Las diez de la noche, la hora mágica. Las campanas redoblan con frenesí. Las escopetas lanzan una primera salva conjunta. En el interior de la iglesia un sacerdote coge el estandarte y lo lleva hacia la puerta en medio de los vivas de quienes se agrupan en el interior del templo desde el que se oye el estruendo de las salvas de la plaza. El cura llega a la puerta que se abre, donde entre hace entrega del estandarte a los Paladines de la Encamisá que se encargan de transportarlo hasta el portaestandarte, el Mayordomo. Es tal la cantidad de gente que se agolpa que hay momentos en que quien transporta el estandarte ni siquiera toca con los pies el suelo. Los disparos son continuos y hacen el ambiente ensordecedor al mezclarse con los gritos de las gargantas.
El momento culmen llega cuando el estandarte es entregado al Mayordomo, quien lo besa y lo alza. Es ahí cuando las salvas se aceleran y las gargantas lanzan vivas a la Virgen María a un mayor volumen. La emoción llega a su cénit. Las lágrimas recorren las mejillas. Las pieles se erizan. Los corazones retumban. Las almas se aúnan.
Cientos de escopetas y cientos de jinetes. Éstos van cubiertos por una sábana decorada con estrellas o con «Ave María» que señala que ya fue Mayordomo en años anteriores. Los Mayordomos llevan a la espalda de su sábana una imagen de la Inmaculada Concepción de Murillo. Todos los jinetes portan, además, faroles.
A partir de ahí comienza la procesión. El Mayordomo lleva el estandarte por las calles de Torrejoncillo, por el recorrido de La Encamisá, escoltado por más de cien escopetas y por un centenar de caballos. En algunos puntos las hogueras dan luz y calor en la fría noche de diciembre. El propio recorrido es mágico. Calles estrechas, empinadas, el olor de las hogueras mezclado con el de la pólvora y la luz tenue de los faroles.
La Encamisá no tiene una duración determinada. Ha habido años en que la procesión duró más de tres horas. Finalmente, el estandarte entra en la plaza que vuelve a estar abarrotada de gente en espera de su entrada en la iglesia que es espectacular. Son muchos los que lo siguen hasta el interior del templo, lanzando vivas. Es en ese momento en que el ruido que se disipaba al aire libre cuando salió, se concentra en el interior de la iglesia y, aunque no hay salvas, porque las escopetas no entran en el templo, resuenan mil voces unidas en una sola.
La Encamisá de Torrejoncillo es Fiesta de Interés Turístico Nacional porque es única, porque se junta el fervor, la emoción, el fuego, la pólvora y, sobre todo, la magia.