Desde su elección en 2013, el Papa Francisco, nacido como Jorge Mario Bergoglio, imprimió a su pontificado un carisma distintivo, caracterizado por la cercanía con los fieles, la humildad y un profundo sentido de la misericordia. Su estilo pastoral, alejado de toda pomposidad, fue clave para conectar con personas de todas las condiciones y creencias.
Uno de los pilares fundamentales de su mensaje fue la misericordia, entendida como un llamado a la compasión y la solidaridad con los más desfavorecidos. Su insistencia en que la Iglesia debía ser un “hospital de campaña” reflejaba su visión de una institución en salida, que no se encierra en sí misma, sino que va al encuentro de aquellos que más la necesitan. Esta perspectiva se cristalizó de manera especial en el Jubileo de la Misericordia (2025–2026), un año santo extraordinario dedicado a la reconciliación y el perdón.
El pensamiento de Francisco estuvo profundamente influido por su formación jesuita y por la teología del pueblo, una corriente que busca interpretar la fe en diálogo con la realidad social y cultural de los pueblos. Su liderazgo fue, en ese sentido, profético y desafiante, llamando constantemente a una conversión pastoral que pusiera en el centro a los pobres y a los marginados.
Entre sus principales encíclicas destacan Evangelii Gaudium (2013), que sentó las bases de su pontificado con una invitación a vivir la alegría del Evangelio; Laudato Si’ (2015), una reflexión pionera sobre el cuidado de la casa común y la crisis ecológica; y Fratelli Tutti (2020), un firme llamado a la fraternidad y a la amistad social en un mundo fragmentado.
Massimo Borghesi, uno de los principales estudiosos de su pensamiento, resalta en su libro Jorge Mario Bergoglio: Una biografía intelectual la coherencia de su visión cristiana, arraigada en la tradición ignaciana pero abierta a la renovación. Según Borghesi, “Francisco no es un Papa populista, sino un Papa del pueblo”, subrayando su empeño en una Iglesia cercana a las realidades concretas de los fieles y su rechazo firme al clericalismo.
A lo largo de su pontificado, Francisco generó tanto admiración como críticas, incomodando a sectores conservadores y progresistas por igual. Mientras unos lo consideraban demasiado abierto a reformas, otros le reprochaban no avanzar lo suficiente. Su figura fue también punto de referencia en debates sociales y políticos, donde creyentes y no creyentes recurrieron a sus palabras, a menudo descontextualizadas, para sustentar posturas ideológicas.
Con su testimonio y enseñanza, Francisco dejó una huella indeleble en la Iglesia y en el mundo. Su papado fue una invitación constante a la conversión, al servicio y al amor concreto por el prójimo.
Hoy, el Padre lo ha llamado a su presencia. Su voz se apaga en la tierra, pero su legado continúa resonando, como una semilla de esperanza y fraternidad sembrada en el corazón de la humanidad.