No suelo ver los reality show porque desprecio este tipo de programas que se dedica a sacar los peor del ser humano, también porque me indigna el dirigismo social que practican, a menudo de manera sutil y a veces burda y vomitiva.
Pero reconozco que para tener una idea certera de por dónde va esa sociedad que los consume al mismo ritmo que la comida basura, debemos imponernos de vez en cuando verlos para poder conocer esa realidad aunque duela.
Leía artículos sobre el rey de estos programas, Gran Hermano y llevo unos días consumiéndolo en pequeñas dosis para evitar una intoxicación mortal de mis neuronas. Me he escandalizado, se me han abierto las carnes de la manipulación que utilizan, cómo engañan al personal sin inmutarse, sin respetar las mínimas reglas de lo ético e incluso de la buena educación.
Pero también es cierto que baten semana tras semana los records de audiencia. Millones y millones de personas se sientan cada noche frente al televisor para verlo, lo que indica que conectan perfectamente con los gustos de una sociedad que, o bien ésta se siente identificada con sus concursantes y sus actos, o cual borregos rumbo al matadero conectan con sus propuestas.
Estoy convencido que muchos de nuestros políticos actuales beben de sus fuentes, no sé si consumiéndolo personalmente o al menos que sus asesores lo hacen. Por eso una parte de la campaña electoral actual, sin distinción de colores o ideologías, se asemeja cada vez más a un GH de la política.
Pero después de ver algunos de sus últimos episodios me pregunto: ¿Cómo es posible que millones de personas se dejen engañar con tanta facilidad? ¿Cómo que semana tras semana se queden hipnotizados dejándose beber su cerebro, sus neuronas por semejante espectáculo? ¿Cómo que acepten sin rechistar que lo que se supone que es un ejercicio democrático, ya que los expulsados lo son por votación popular, resulte ser tan manipulado? ¿En qué se parece GH a unas elecciones en nuestro país?
Porque ese supuesto de democratización se ha visto desenmascarado, o al menos yo lo aprecio así, cuando al parecer alguien con mucho dinero apuesta por una de sus concursantes y se gasta un capital importante votándola, ya que las votaciones se cobran (una parte del negocio). Sólo por eso ya sería suficiente para ser retirado de pantalla por fraude.
Esa concursante que se salva semana tras semana debido a ese sistema recaudatorio, resulta que una vez que los votos son gratuitos saca la friolera del 75 % en contra. ¿Nadie se interroga sobre de dónde sale esa diferencia? ¿Nadie tiene el juicio crítico de entender hasta dónde llega el colosal engaño? ¿Nadie se rebela dando un golpe en la mesa abandonando la visión de esa maquinaria de la mentira, que es único método eficaz para castigarles? ¿Esa es la sociedad que tenemos realmente?
Todos esos interrogantes que me hago después del visionado de una parte mínima del programa me llevan a la tristeza y decepción. Mientras nuestros conciudadanos consuman con avidez y parece que con éxito ese tipo de programas, los que venimos de la política clásica no tenemos nada que hacer.
Gane quien gane en las próximas elecciones, izquierdas o derechas, serán un reflejo de esa sociedad aborregada, líquida consumidora de reality shows y por tanto fiel reflejo de este tipo de programas.
No me extraña que Bannon apueste por políticos tipo como si fueran candidatos a un reality show, porque es lo que la sociedad demanda y me da igual mirar a Iglesias, Sánchez, Casado, Rivera, Abascal, o Rufián, Puigdemont, Otegi, Torra. Quizás sólo Urkullu, o Baldoví se salven….