A nadie que esté cercano al mundo del fútbol puede haber sorprendido la operación de la UCO que probablemente acabará en más de una decena de detenidos. Con el presidente de la RFEF, Ángel María Villar, a la cabeza.
Le acompañarán a prisión su mano derecha, mejor dicho, la mano que mecía la cuna, Juan Padrón y su propio hijo, Gorka Villar. Un golpe muy duro para el fútbol español, el mismo que hace menos de dos meses le volvió a mantener en la presidencia sin un solo voto en contra.
Vamos, que nadie está fuera de culpa. Porque los hechos demuestran que a Villar le han dejado total libertad para manejar la Federación más importante de nuestro deporte a su antojo.
Y lo peor es que no se vislumbran aires nuevos que renueven la acción en la RFEF. Porque el que lleva tiempo queriendo ser su alternativa es Jorge González, durante muchos años secretario general de esa institución. Resulta difícil pensar que estuviera al margen de lo que hacía su jefe.
El poder corrompe a muchos de los que detentan cualquier tipo de poder. Más si están instalados en él veintinueve años, como es el caso del personaje, desgraciadamente para el fútbol español, del día.
Cuando éste, en el aspecto meramente deportivo, disfruta de uno de los mejores momentos de su historia, que sus dirigentes estén bajo la lupa y algunos, ya saben, detenidos es una mancha difícil de limpiar. La RFEF era desde hace muchos años el cortijo de Villar y algún día tenía que quemarse.