Cuando uno lee este ensayo, Nostalgia de futuro (Ediciones Encuentro), una propuesta crítica tratada de manera seria y profunda sobre una cuestión de cuyo incierto crecimiento y consecuencias somos testigos, tiene la impresión de adentrarse en un mundo que nos arroja a escenarios futuros impredecibles donde la única certeza es que acabe por desaparecer el elemento de lo humano. Y la técnica, como señala el autor, privada de un sustrato y de un sentido propiamente humano, no podría sobrevivir con salud.
¿Qué esperanza es aquella del transhumanismo biologicista que lo fía todo a futuros avances de la cirugía, a la terapia génica, al descubrimiento de drogas maravillosas, al recambio de órganos, al de impresoras 3D y reanimación de cadáveres congelados? ¿O aquella otra alternativa del transhumanismo cibernético o de la inteligencia separada? ¿Acaso vale la pena colocarnos un puerto USB en la nuca para conectar el cerebro a un disco duro y potenciar la memoria o la capacidad de cálculo?
Nos lo advierte el sacerdote conquense Roberto Esteban Duque al comienzo de Nostalgia de futuro: “La unión entre cuerpo y alma es mucho más íntima que lo que Platón, Descartes y los transhumanistas cibernéticos pretenden. Y por lo que se refiere al polo psíquico del hombre, tampoco se reduce a una funcionalidad fisiológica o bioquímica como presumen los transhumanistas biologicistas, porque la función de hacerse autoconscientes y ejercer como tales, no puede ser no ya explicada, sino siquiera concebida desde cualquier punto de vista científico-natural, ya sea informacional, biológico, físico, químico o bioquímico, por la sencilla razón de que la ciencia solo trata de objetividades y es incapaz de generar la perspectiva de primera persona que es la que define lo subjetivo. En cualquiera de sus versiones, transhumanismo y posthumanismo suponen intentos de reducir la metafísica a física, de conseguir que la ciencia efectúe todo el trabajo de la filosofía y de la religión. Y eso, por muchos méritos que le reconozcamos a la ciencia es algo que, sencillamente, no es posible hacer”.
D16. Más allá de la consideración de pura amenaza, la agenda transhumanista parece normalizarse en distintos ámbitos
PED. Sin duda. Lo hace como políticas públicas, prometiéndonos, con el avance científico-tecnológico, que seremos lo que deseamos. Asimismo, en los planes de estudio de diferentes universidades es validada esta agenda por personalidades filosóficas multicitadas como pensamiento renovador. Para el feminismo, las categorías de lo humano no protegen plenamente a las mujeres en el ejercicio real de sus libertades efectivas, padeciendo una domesticación histórica e ideológica, que constituye una verdadera rémora para una colectividad mayor.
D16. Habla en su libro de un cambio en la relación espiritual del hombre…
PED. Sí, un cambio que comenzó con la relación de la naturaleza humana con la naturaleza y que luego se cambió a la relación del organismo con la naturaleza, primero biológica y después cultural. Ahora estamos asistiendo a la relación que se da entre el organismo con la máquina.
D16. ¿Bienhechora o malhechora?
PED. Nadie se puede oponer a la implementación de nuevas tecnologías orgánicas que servirían como prótesis capaces de resolver las deficiencias, carencias o pérdidas de algún miembro u órgano del cuerpo. Pero puede el hombre quedar sometido a la máquina. El empresario Ray Kurzweil, en su texto La singularidad está cerca. Cuando los humanos trascendamos la biología, predice que para el año 2029 una máquina superará el test de Turing y tendrá una inteligencia igual que la humana; pero para el 2045 sostiene que las máquinas inteligentes ya se perfeccionarían a sí mismas, que se independizarán y tendrán bajo su control los recursos materiales y energéticos, necesarios para mantener su crecimiento.
D16. ¿Piensa que existe un proyecto para cambiar la naturaleza humana y poner fin a lo humano?
PED. Sí, el negocio y el mercado siempre están por medio. Lo estamos viendo. Una persona puede cambiar sus piernas por otras artificiales, con mayor potencialidad y resistencia, con la intención de ganar en los mundiales de atletismo. O quizás alguien quiera expandir la magnitud extraordinaria de almacenamiento de información, con la ayuda de chips que ensanchen sus memorias, es decir, romper nuestra naturaleza para comenzar con la era del hombre biónico y del posthumano. O también se podrán establecer criterios de compatibilidad cromosómica que garanticen la ausencia de niños con taras; para ello, los nacimientos se programarían con una alta tecnología y el neonato sería clonado en una probeta que estaría custodiada en un laboratorio. Todo esto estaría fundado en la libertad de elegir el hijo que se quiere tener, y será apoyado por los derechos humanos, a pesar de ser un hijo casi artificial, transhumano. Se trataría así de iniciar un proceso selectivo y de control poblacional, afirmar radicalmente el fin de lo humano como se ha conocido hasta nuestros días, para proponer un ser que dirija su propia evolución genética.
D16. Después de distinguir entre trans y posthumanismo, considerasque el liberalismo progresista es un aliado contemporáneo del posthumanismo.
PED. Comparten el objetivo de combatir la supuesta tiranía de la biología, y cuestionan la animadversión hacia el mejoramiento humano mediante la eliminación de deficiencias, una actitud considerada como conservadora. Por una parte, el movimiento pro-dignidad humana piensa que es indeseable impedir o retrasar el envejecimiento y la muerte, puesto que constituyen el arco vital humano que proporciona un sentido existencial con Dios. Para el bioético estadounidense Leon Kass, la vida vale la pena, en buena medida, por su finitud. Por otra parte, el liberalismo progresista y el transhumanismo privilegian el bienestar potencial de la erradicación de lo malo y la maximización de lo positivo. Consideran que el pánico ante la pérdida de la dignidad humana (memorizando los peores genocidios y atrocidades racistas del siglo XX) y por la transformación (o modificación indeseable) de la naturaleza humana son preocupaciones discutibles en todo momento en la esfera pública. Solamente de esta manera se garantizarán derechos en el acceso igualitario a las tecnologías.
D16. Advierte también sobre “la absolutización de la razón técnica”, lo cual evoca a la escuela de Frankfurt.
PED. Se trataría de una absolutización que conduce a la disolución de la ética y de la razón práctica, abandonándonos a una disipación de la vida “propiamente humana”, incluso afectando gravemente la vida en general. En otros términos, el transhumanismo es hijo de una cultura herida por una fuerte erosión del sentido de trascendencia, por una concepción débil de la naturaleza humana, como un sustrato indeterminado sobre el que la cultura y la técnica configuran con total autonomía la vida de los hombres. Pero no solo eso, el transhumanismo posee como núcleo fundamental una actitud de confianza exacerbada en las posibilidades de la ciencia y la tecnología. Este espíritu cientificista no es ajeno al imaginario colectivo de nuestras sociedades, sobre el que la ciencia ficción y una divulgación científica sin calidad ejercen en ocasiones un efecto inmoderado. El transhumanismo resulta por lo demás consonante con la mentalidad de muchas sociedades democráticas desarrolladas en las que se ha observado una restricción casi excluyente del ámbito moral a cuestiones relativas a la justicia, a la protección de los derechos individuales y al bienestar general.
D16. ¿Cuál sería entonces el reto de nuestra sociedad?
PED. La persona que intenta salvar los límites humanos no busca sino ser amada incondicionalmente, también con sus miserias materiales e inmateriales. El ser humano desea ser reconocido en su dignidad. El auténtico reto de nuestra sociedad no consiste en superar las limitaciones, sino en descubrir el sentido de su existencia y reconocer el valor de cada vida. Las situaciones límite nos obligan a asomarnos a la interioridad de la persona, a preguntarnos por el para qué de cuanto sucede, afrontando el sentido de la propia fragilidad.