Algo bien deben estar haciendo los obispos españoles cuando han logrado cabrear por igual a los ultras católicos y a los anticatólicos, grupos que hacen mucho ruido pero son pocos en realidad. Cuando se logra enfadar a grupos tan dispares, sin ser mayoría, es porque lo decidido es bueno para la sociedad, para la propia comunidad y/o para los fieles. La decisión tomada por unanimidad por la Conferencia Episcopal Española de aceptar el acuerdo con el Gobierno central del Estado ha sido la causante de provocar lo que algunos han entendido como un desagravio personal. ¿Por qué? Porque son así y nadie los va a cambiar.
Filofranquistas, yunquistas, tradicionalistas pre-Concilio Vaticano II y otras especies de carácter protestante más que católico, con ciertas tendencias herejes como el donatismo —se espera no recurran a los circunceliones—, han tachado el acuerdo CEE-Gobierno como algo cercano a la profanación, una deshonra para todo católico (que no sea como ellos mandan que sea) y un grave daño a la fe. Laicistas amargados, anticlericales, anticatólicos (que no antireligión), izquierdistas aburridos y /o wokistas han criticado el acuerdo por negarse a destruir el Valle de Cuelgamuros o por permitir que la Iglesia católica tenga un lugar de rezo y oración.
Estos últimos hubiesen deseado que los obispos se negasen en rotundo para señalarles como franquistas, nacional-católicos y tener argumentos para ganar una guerra ochenta años después. Bien mirado, los primeros también lo hubiesen deseado para sus cosas no católicas.
El acuerdo, ya que se está hablando de ello, establece que la basílica del Valle seguirá siendo considerada un templo católico, también habrá una comunidad religiosa de monjes dedicados a la oración y sus cosas de monjes, a cambio el resto del conjunto arquitectónico será transformado en un museo que muestre las crueldades de la guerra y el régimen franquista. Lo que conocerán como resignificación. Tanto el Nuncio Episcopal en funciones, monseñor Bernardito Auza, como el cardenal José Cobo fueron los encomendados por la Santa Sede para discutir y lograr que lo que fue santificado permanezca así. Ni destruir la Cruz, ni profanar lo sacro. El ministro Félix Bolaños, teniendo en cuenta el sentir de los españoles, negoció con habilidad para conseguir su principal propósito, el cual no era desacralizar todo sino quitar todo aquello que recuerde a una exaltación del franquismo. Este es el acuerdo y no las mentiras que han venido contando los hunos y los hotros.
Mentiras y campañas de acoso a los obispos no por una cuestión de fe, una cuestión de doctrina, una cuestión católica en sí, sino por pretensiones políticas, ideológicas, de grupo, de secta, de cisma para destruir uno de los grupos de presión más importantes que existen en España, la Iglesia —la de san Pedro, la de los apóstoles, la de san Agustín, la de santo Tomás, la de tantos y tantos millones de fieles—. Destruirla, porque parece que no se doblega a sus pretensiones particulares, porque conquistarla ni pueden, ni saben.
Ahí está la manifestación del otro día frente a la CEE donde hubo insultos, gritos y amenazas de violencia física fomentada por los yunquistas de siempre y amigos con pretensiones de alcanzar el poder político. Todos estos ven a los obispos como muy blandengues, llenos del pecado de la acedia y herejes en potencia. Sedevacantismo a nivel obispos. Los hotros cabreados como monas y haciéndoles el juego a los ultras con amenazas como no cortar las calles en Semana Santa —una idea que no saldría ni en El chiringuito, bueno, o quizás sí—. Retroalimentación de quienes viven bien no en la dialéctica amigo-enemigo consustancial a toda política, sino en la destrucción del Otro, que deja de ser humano y por ende aniquilable. Los obispos han pasado a ser, como diría Giorgio Agamben, homines sacrum, ergo plausibles para ser sacrificados por cualquiera, incluyendo a los hotros.
Y en redes sociales, lugar del culto a la difamación y la mentira, numerosos sacerdotes (¿Se habrán confesado?) tirando piedras contra los obispos —que no dejan de ser la proyección de los apóstoles (¿han pensado que si la disputa doctrinal entre Pedro y Pablo se hubiese decantado por el primero hoy no serían católicos sino adoradores del sol?)— y señalándolos como viles alimañas porque ¡¡¡han salvado lo sacro del Valle!!! ¿Qué quieren franquismo o un derivado nacional-católico? Si algo ha hecho daño a la Iglesia, aquí y en Roma, es haberse puesto al lado del poder para imponer su visión religiosa. Lo mismo que hacen los islamitas o los judíos ortodoxos, por cierto. Una cosa es ser conservador y otra bien distinta es querer imponer el reino de Dios en la Tierra, algo imposible —como recuerdan los Evangelios— y contrario a la sana doctrina católica.
Los obispos españoles y el Nuncio en funciones han hecho lo que debían, salvaguardar lo sacro en un monumento que no pertenece a la Iglesia. Porque esto se ha olvidado, todo el conjunto arquitectónico es de propiedad estatal, no eclesial. Así que las campañas contra los obispos y todos esos insultos sobran porque el Gobierno podría haber cerrado todo, denunciando los acuerdos con el Vaticano, y adiós. Lo que hay por detrás de todos estos cabreos son intereses políticos, mundanos, privativos de grupúsculos que nada tienen que ver con el catolicismo real y existente español.
Imaginaciones de un pasado único que llega hasta donde a ellos les da la gana porque en las primeras comunidades cristianas no se celebraba la Eucaristía en latín, ni durante un tramo de la Edad Media. Dirán que tienen razón porque las misas en latín están llenas… ¡Claro, porque son las únicas y se reúnen todos los que son! Una misa es buena si se celebra como debe ser, en latín, en catalán o en castellano. ¿Cuántos de esos curas que han bramado en redes celebran bien la Eucaristía? Sería bueno comprobarlo. Pero no hay que pensar más, todo esto no es más que una expresión política e ideológica, no tiene nada que ver con la religión. Y, ¡ojo!, no es ni franquista aunque sí tiene aroma totalitario —y Francisco Franco no fue totalitario sino autoritario—, por parte de los hunos y de los hotros.