La Iglesia tiene una costumbre muy peligrosa al beatificar o canonizar a cientos de hombres y mujeres que fueron fusilados durante la Guerra Civil. La gran mayoría fueron sacerdotes, religiosos, monjas, obispos y algún civil. La Iglesia les eleva a los altares porque fueron «muestra de su sacrificio por la fe». Sin embargo, la cosa no es tan sencilla ni tan maravillosa ya que muchos de ellos, tal y como demuestran documentos de la época, tienen a sus espaldas algún que otro crimen por implicación directa o por complicidad con falangistas, militares o requetés. Además, esta actitud reabre aún más las heridas que, por mucho que los del bando vencedor afirmen que se cerraron en la Transición, aún no se han cicatrizado porque las cunetas de este país siguen repletas de fosas comunes con las víctimas del fascismo que esos que fueron beatificados o canonizados defendieron.
Es un hecho claramente demostrado históricamente que la Iglesia Católica española de los años 30 se posicionó de lado de los militares que dieron el Golpe de Estado el 18 de julio de 1936. Esa implicación no llegó sólo a través de un apoyo institucional, sino que muchos de los miembros de la Iglesia participaron en el fusilamiento de aquellos que aún hoy siguen enterrados en las cunetas; muchos de los miembros de la Iglesia delataron a hombres y mujeres que pertenecían a partidos políticos defensores de la República para que fueran detenidos y fusilados por falangistas y requetés que eran quienes llevaban a cabo las ejecuciones indiscriminadas; muchos de los miembros de la Iglesia no dudaron en tomar las armas para luchar contra los defensores de la República. Estos son hechos históricos que no pueden ser rebatidos por la propaganda ideológica de los movimientos revisionistas. Muchos de estos miembros de la Iglesia cuyos actos se alejan de la doctrina evangélica han sido beatificados, han sido elevados a la categoría de hombres y mujeres objeto de culto por parte de los católicos.
El victimismo de la Iglesia Católica al afirmar que sufrieron persecución contrasta con el triunfalismo y su apoyo a un régimen fascista que asesinó a más de medio millón de personas por el solo hecho de que tenían una concepción de la vida diferente de quienes estaban en el poder. Pero esa es la táctica de esta institución. Lo que no recuerdan es la actitud que tenía la Iglesia en la época en que estalló la Guerra Civil y su mimetización con los poderes fácticos olvidándose de los necesitados, es decir, lo contrario a lo que indicó su fundador al crear la institución.
Sin embargo, la Iglesia Católica, en ese enaltecimiento a los llamados mártires se olvidaron de otros sacerdotes que también fueron fusilados y asesinados por falangistas y requetés: aquellos que defendieron al pueblo frente a los privilegios y los poderosos, aquellos que lucharon mano a mano con quienes, según el mensaje evangélico, sufrían por las injusticias de los poderosos, aquellos que defendían un mundo más cercano a las enseñanzas de Jesucristo que el que la Iglesia que defendía a los fascistas. Muchos sacerdotes murieron a manos de los pelotones de la muerte en las zonas conquistadas, pero también en las zonas que se mantuvieron fieles a los golpistas desde el 18 de julio de 1936. La Iglesia Católica se ha olvidado de estos religiosos que fueron ejecutados por defender su fe y, sobre todo, las esencias teológicas sobre las que se asienta esta religión. Como no exaltaron ni defendieron al fascismo y no lucharon por los privilegios que la Iglesia no quería perder han tenido como recompensa el olvido.
Mientras las cunetas sigan repletas de cadáveres, siempre es un mal momento para realizar cualquier tipo de enaltecimiento de quienes murieron por ser defensores del fascismo, si no directamente, sí como representantes de una institución que defendió al genocida Francisco Franco y le dio contenido moral a todas las medidas que se tomaron, entre ellas, la eliminación integral de todos los seres humanos que pensaban de manera diferente y tenían un concepto de la vida opuesto al suyo. La ONU ha presentado diferentes informes en los que denunciaba el olvido de España hacia los desaparecidos forzosos del franquismo y se pedía la implicación del Estado en la devolución de la dignidad a aquellos que fueron asesinados por un régimen genocida, régimen que pudo sobrevivir, entre otras cosas, por el apoyo de la propia Iglesia Católica. El propio Partido Popular se ha negado a incluir en el Código Penal el delito de enaltecimiento del franquismo y del nazismo, mientras que muchos de sus militantes se fotografían orgullosos junto a los símbolos fascistas y ayuntamientos gobernados por el PP organizan mercadillos donde se vende merchandising fascista y nazi, por no hablar de alcaldes del «populares» que tienen su despacho empapelado de retratos de Franco y José Antonio Primo de Rivera, de alcaldes del PP que cuelgan del balcón del ayuntamiento la bandera con el águila de San Juan y cantan el Cara al Sol, de cargos de la Administración Pública que presiden homenajes a la División Azul y un largo etc.
La Iglesia Católica se olvida de aquellos que están aún tirados en las cunetas y de sus miembros que fueron fusilados por defender el mensaje que, teóricamente, deberían defender. La Iglesia Católica se olvida de aquellos que desde el ministerio del sacerdocio fueron ejecutados por aquellos que la misma institución ensalza y eleva a los altares. Se cifra en más de 300 sacerdotes que fueron ejecutados por el Movimiento Nacional. Pero la Iglesia no habla de ellos ni los considera mártires.
Lo mismo ocurre con los asesinados por motivos políticos. No hay ninguna declaración institucional pidiendo el reconocimiento hacia estas víctimas del franquismo. Entonces, ¿cómo pueden hablar de que cualquier ensalzamiento de la Iglesia a los eclesiásticos fusilaros es un acto de reconciliación cuando sólo se ensalza a aquellos que militaron en uno de los bandos? La Iglesia Católica argumenta que los beatificados fueron víctimas de la persecución a la religión, cuando los verdaderos motivos fueron más bien de carácter político o social, pero no religiosos. Es decir, el mismo argumento que ponen para no hablar de los sacerdotes ejecutados por falangistas, requetés y militares: no fueron fusilados por ser sacerdotes sino por secesionistas o por rojos.
Por tanto, la Iglesia Católica continúa ensalzando el olvido hacia aquellos que no pertenecían al bando vencedor, al bando fascista, al bando genocida. La Iglesia Católica critica la Memoria Histórica porque reabre heridas, las mismas heridas que se reabren con actos como, por ejemplo, la macrobeatificación celebrada hace unos años en Tarragona a la que asistieron varios ministros, o por su desprecio hacia los que sufrieron la represión franquista.