El dilema que está planteando el gobierno catalán, con su huida hacia delante mediante un referéndum que carece de cualquier tipo de garantías democráticas, sirve a los intereses del partido conservador en el Gobierno estatal. La utilización, no tanto de la ley, como del poder desnudo de la opresión le refuerza frente a su electorado y el nacionalismo español, o el “mal” nacionalismo español. Prohibir, coartando la libertad de expresión, conferencias donde se iba a hablar del referéndum y la independencia de Cataluña no es aplicar la ley, es estar más cerca de una dictadura. La cobardía por no utilizar el mecanismo constitucional del artículo 155 y retirar las competencias a Cataluña, les lleva a anular principios democráticos. Si bien eso es casi genético.
A todo esto el PSOE y su dirigente máximo Pedro Sánchez se encuentran, en cierto modo, de perfil. Apoyan que se cumpla la ley pero sin implicarse en algunos de los mecanismos que está utilizando el PP. Tienen un posicionamiento más post-referéndum de diálogo y cambio constitucional para la conformación de un Estado federal, si es eso posible con una Monarquía, que respaldar a unos y otros. No quieren caer en la doble vía de Podemos, que defiende el derecho a decidir con garantías, postula el No y tienen un lío gordo en Cataluña. Porque allí se defiende lo contrario. Pero el PSOE, pese a no tener sumamente claro qué es lo federal y lo nacional, está en el camino correcto. Para un socialista la nación es menos importante que la clase social.
Cierto es que Felipe González fue mucho más un reformista burgués que un socialista en su actuación política, pero eso no elimina la tradición clasista del PSOE. Otto Bauer en La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia propuso, al ver la capacidad de aglutinamiento del nacionalismo, un concepto de nación más ligada a lo personal y lo desterritorializado. “El principio personal desea organizar naciones no en cuerpos territoriales sino en simples asociaciones de personas” dijo el austriaco. Pero era una salida generada para una época donde los territorios no encajaban con las formaciones culturales o étnicas a comienzos del siglo XX.
La nación, como Behemoth moderno que es, surge de la destrucción de los pilares del Antiguo Régimen. Y tanto en su forma liberal como en su forma conservadora o en su forma romántica (que daría para nutrir a las otras dos), se trataba de cohesionar al pueblo que comenzaba a sufrir la implantación del capitalismo industrial. Había que encajar al proletariado, que era la clase ascendente, dentro de los Estados-nación. El fin de la historia hegeliana, que tenía al Estado como su final más elaborado, necesitaba de un pegamento necesario para subsumir los regionalismos medievales y del Antiguo Régimen en el Leviatán. Por eso, Karl Marx y Friedrich Engels no querían saber nada del nacionalismo. Sabía, como había demostrado la dictadura bonapartista, que la nación era un disolvente más de la conciencia de clase.
Para cualquier socialista y marxista el proletariado es independiente de la cuestión nacional. Da igual que se sea chino que español, el capitalismo domina de igual forma. Ya decía Lenin en El derecho de las naciones a la autodeterminación que “la cultura nacional es la cultura de los terratenientes, de los curas y de la burguesía”. Y, pasados los años, así sigue siendo. La lucha que estamos viendo el Cataluña no es más que una confrontación entre dos fracciones de la misma clase dominante. La burguesía catalana, o parte de ella, contra la burguesía española. El PDeCAT es burgués, como lo es el PNV. Y en esos Estados nuevos que se pretenden la clase trabajadora seguirá sufriendo lo mismo. Pueden decir que la CUP o ERC son de izquierdas. Los primeros son anarquistas más que socialistas, pero son más nacionalistas que anarquistas lo que les sitúa bajo el poder de la burguesía catalana. Y ERC es una socialdemocracia muy humanista y liberal en buena parte de sus cuadros.
Pero en todo este jaleo que beneficia a la clase dominante, nadie se ha preocupado de la clase trabajadora. ¿Qué diferencias habría para un trabajador o una trabajadora en una República catalana respecto a seguir en España? Ninguna. Seguiría estando bajo el yugo opresor del capitalismo. Es más, estaría en peores condiciones porque, por los límites impuestos por el territorio, estaría más lejos de contar con la solidaridad del resto de trabajadores que conforman España actualmente. Pese a decir que Cataluña sería una república social, en ningún lugar se afirma que sería socialista. ¿Alguien en su sano juicio ve a Puigdemont abrazando las teorías marxistas? Bajaría la cabeza, como viene haciendo, frente a la clase dominante catalana. De hecho, todo el discurso de la falsedad que están desarrollando para defender la independencia (permanencia en la UE, tratados internacionales, etc.) se basan en la continuidad del capitalismo y su ampliación globalizada. Casi peor para la clase trabajadora.
Que Lenin y la URSS defendieran el derecho de autodeterminación no quiere decir que el socialismo lo haga. El leninismo y el estalinismo lo apoyaban como forma de acabar con los Imperios occidentales, no porque les preocupase en demasía lo que los ugandeses opinasen, por ejemplo. Es más, la URSS fue tan imperial y tan dominante como lo podían ser el Imperio Británico o el francés. Además, hay que añadir que la autodeterminación es un concepto muy ligado al ser humano. Casi desde que los filósofos griegos decidieron irse separando del mito para acercarse a la razón, la autodeterminación del ser humano es consustancial al devenir histórico. El propio socialismo marxista quiere la autodeterminación de la clase trabajadora. Así que defender el derecho de autodeterminación en base a lo nacional casi en contrario al socialismo.
La clase social como fundamento de la transformación del mundo es clave. Las naciones no lo pueden hacer porque la cultura nacional, contra la que hay que luchar para generar conciencia, es producto de la clase dominante en ese momento histórico. Y si anteriormente podía ser la aristocracia, en la actualidad la cultura nacional es producto de la cultura capitalista porque son los capitalistas quienes conforman la facción dominante del bloque en el poder. Ejercen la hegemonía en términos gramscianos incluso.
Por eso no es mala la opción tomada por el PSOE de apostar por el diálogo y subrayar, como ha comenzado a hacer Pedro Sánchez, en los problemas sociales, del precariado que se está constituyendo en España (y por tanto en Cataluña), del peligro de un gobierno que cada vez está mostrando su faz más conservadora y retrógrada, más que centrarse en lo nacional. España es plurinacional sin duda, a nivel mental y cultural, pero la lucha es por hacer una España socialista, donde la clase no sea determinante para sobrevivir. Porque la nación de un socialista es la clase trabajadora. Y si hay que trabajar con unas fronteras, porque es la realidad, se trabaja, pero no se prima lo nacional, ni lo regional frente a la clase. O, al menos, así debería ser.
Por último hay cuestión muy española que influye en todo esto. La nación española que se nos intenta vender no es la de Luis Araquistaín o Fernando de los Ríos, sino la de Donoso Cortés o José Antonio Primo de Rivera. Tan falsos son los relatos “nacionales” de Cataluña o Euskadi, como los de España. Y la “nación española” que nos venden hoy en día desde los medios de comunicación de la burguesía no es la de la Transición, sino la del “destino común”, la imperial, la indivisible, la de los vencedores contra los vencidos. En todos estos años de democracia los políticos han sido incapaces de generar un nuevo relato nacional, algo que está intentando el PSOE con cierto retraso, y eso se nota en el conflicto que vivimos actualmente. Pero siendo socialista, lo primero el problema de clase, no de nación.