En una reciente entrevista que le han realizado en Zenda se afirmar que Vicente Vallés habría escrito dos ensayos sobre Donald Trump y Vladimir Putin. La derecha literaria, o la tercera España literaria que curiosamente acaba apoyando a la derecha, como la derecha mediática tienen un nuevo santón al que venerar y elevar a canon periodístico y literario. Faltos de intelectuales de talla, que les gusten porque haberlos haylos pero no se dejan manejar, cualquier persona que caiga mal a cierta parte de la “izquierda” ya es considerada “uno de los nuestros”. Por ende debe ser protegida, alabada y sus posibles virtudes han de elevarse por encima de lo real. Sigue habiendo en la derecha “intelectual” cierto sentimiento de inferioridad respecto a la izquierda intelectual. En lo económico no, pero en otros órdenes de la vida con bastante frecuencia se quejan, patalean y llaman a la guerra cultural –o lucha de clases en la teoría-.
En el ámbito literario, por no desviarse del tema, especialmente el didáctico o científico, hay una categoría que son los ensayos. Algo que en nada se parece a lo que escribió Vallés, ni lo que han escrito otros grandes popes de la literatura. Es el caso de Arturo Pérez Reverte cuando habla que cambia su estilo si está trabajando obras más ensayísticas que cuando son literarias, algo que también suele comentar Juan Manuel de Prada (mucho mejor ensayista que aquel). En realidad el académico puede haber publicado sus diatribas mentales en forma de opinión pero jamás ha escrito un ensayo. Al igual que un escritor acaba aprendiendo el oficio –tras borrar y quemar cientos de hojas-, el ensayo necesita de cierto aprendizaje, de muchos más conocimientos y, sin duda mucha más reflexión. Lo más cercano a un ensayo podría ser la buena novela histórica, la cual tampoco abunda porque no se trata de contar aventuras –en realidad Pérez Reverte, Isabel San Sebastián y unos cuantos más escriben libros de aventuras con personajes conocidos-, sino algo más. El salto de calidad se produce normalmente cuando está escrita por historiadores, o gentes criadas en los pechos de las ciencias sociales, como es el caso de Emilio Lara, con algunas excepciones literarias. Porque no se trata de escribir una aventura o imaginar qué se habría dicho en aquella o esta reunión, sino de contextualizar perfectamente los hechos, exponer con cierto rigor los sentimientos o pasiones que tendrían los personajes (acordes a la época) y narrar sin salirse demasiado de lo real. Pero no son ensayos, ni lo pretenden ser. El francés Éric Vuillard, con el que tantos “intelectuales” alucinan, es un caso de aventuras y descontextualización tremendo más propio de lo cinematográfico que lo literario, pero es del gusto de los grandes grupos editoriales.
El ensayo específicamente científico, sean ciencias naturales o sociales/humanas, tiene una serie de reglas (la APA tiene su listado de normas) y se divide en expositivo, crítico y argumentativo. Da igual la fórmula elegida para el ensayo, pero lo que no es nunca es la exposición de las “pajas mentales” de cualquiera. Debe establecer una propedéutica, una hipótesis, demostrar ciertos conocimientos sobre la materia –que incluyen dar el debido reconocimiento a quien se le toma prestada una idea- y establecer unas conclusiones. En un país con el mayor índice de cuñadismo del mundo es normal que cualquiera se apreste a decir que ha escrito un ensayo sin tener mucha idea sobre el tema. Hay buenos intentos de ello, como el caso de Daniel Bernabé y su libro La trampa de la diversidad. Escrito cuya hipótesis puede ser más o menos acertada pero cuyo desarrollo comete numerosos errores por esa carencia de conocimientos. Achacarle al neoliberalismo todos los males lo sabe hacer cualquiera, pero haber visto que esa instrumentalización de la diversidad te lleva a la Revolución Francesa y no a los años 1980s hace que el ensayo sea eso o mera crónica de hechos. ¡Ojo! Estos libros son necesarios, entretenidos y divulgan ciertas cuestiones que pueden ser interesantes pero son actualidad, no ensayo. Lo mismo ocurre con los libros de Vallés.
Es propio de la época actual que cualquier político, periodista conocido o escritor aupado al éxito por la fuerza de los grupos editoriales escriba un libro o dos –hay que vender cuanto más mejor, aunque la calidad sea pésima-, incluso que esos mismos personajes se aventuren a escribir sobre lo político y lo social. El problema es que lo hacen sin tener el instrumental necesario. Así como un sociólogo seguramente no llegue a ser un buen literato, por ejemplo, un periodista jamás será un ensayista. Exceso o falta de rigor analítico. Tampoco las librerías se salvan de esto. Es habitual encontrar junto al Leviatán de Thomas Hobbes el libro de M. Rajoy o de Miguel Ángel Revilla. Mientras que el primero cambió la mentalidad de una época –no habría Estado tal y como lo conocemos sin él y sin Hegel seguramente-, los otros son carne de saldo. Sin llegar a la rigurosidad de las normas APA, hay excelentes ensayos, escritos para el público profano, que no acaban siendo la demostración del autor de todos sus conocimientos o un ejercicio de egolatría, también hay muchos otros que se escriben casi codificados. En el caso de Vallés son dos muestras de recopilación de noticias de otras personas y medios, arrejuntadas y que vienen a decir que los personajes son malos. Actualidad, que igual ni interesa, pero que permite a la carcunda mostrar a su presentador estrella en estos momentos como el prototipo de intelectual –con el marchamo de internacionalista (todo lo que sea internacionalista siempre tiene un tufo de prestigio clasista enorme)- de la derecha. Para escribir un ensayo, lamentablemente para los aspirantes a intelectuales orgánicos, hay que leer bastante, depurar lo no aprovechable, reflexionar y luego, si se tiene algo medianamente claro, escribir. El resto es opinión. Y en ese caso, salvo excepciones, tiene el mismo valor la de un engreído como Pérez Reverte que la de taxista de Miguelturra que esté bien informado. Lo que queda claro es cómo funciona la maquinaria mediática con sus héroes.