Dominic Kimengich, obispo de Lodwar (norte de Kenia) ha hecho en Madrid un llamamiento a la comunidad internacional para que no ignoren ni olviden la realidad terrible que viven los refugiados. En su diócesis se encuentra el Kakuma Refugee Camp, donde malviven más de 200.000 personas. La realidad de este campo «pone a prueba la capacidad de la comunidad internacional de no ignorar, de no olvidar», dijo el obispo.
La diócesis que dirige Kimengich tiene una superficie de más de setenta mil kilómetros cuadrados. Ahí se encuentra el campo de refugiados que, aunque recibe ayuda de ONG católicas como Cáritas y Manos Unidas, además de congregaciones como los salesianos y los jesuitas con su Servicio Jesuita para Refugiados, cualquier ayuda es insuficiente puesto que no se reduce el dramatismo de las condiciones de vida de quienes allí viven, y, sobre todo, de la situación de abandono en temas tan importantes como son la educación, la salud, las infraestructuras y otras cosas fundamentales para estas familias.
Lo más importante para el obispo Kimengich es la educación porque «la educación es la inversión más importante para un futuro digno, de forma que los niños tengan un acceso a la escuela, ya que sólo el treinta por ciento está escolarizado», ha denunciado el obispo.
Otro de los problemas que hay en los campos de refugiados que ha denunciado Kimengich es la corrupción que lleva consigo una falta de seguridad y la consolidación de la cultura de la impunidad que tienen como consecuencia la justificación de la violencia que se aplica contra los refugiados.