“Hervás”. El viejo socialista madrileño acudió a la celebración de la Cortes Constituyentes, pero no se sentó en la bancada del PSOE, como le hubiese correspondido por haber sido el cabeza de lista de Cáceres en 1977. Le expulsarían en 1987 y por ello el Congreso de los Diputados le encontró acomodo entre la gente de Podemos, por encima del PDeCAT y ERC. A saber, si se sentiría bien entre semejante emparedado él que defendió a Ciutatans en unas autonómicas y que, últimamente, se prodiga por canales televisivos de ultraderecha.
Pablo Castellano, que así se llama realmente nuestro personaje, nació hace 83 años en Madrid y se inició en la política siguiendo a los grupos anarquistas. En 1956 participaría en las algaradas universitarias contra el régimen franquista desde esa posición libertaria que nunca ha abandonado. Una vez instalado su despacho de abogados se afilió, porque no le gustaba el centralismo democrático del PCE, en el PSOE en 1964. Conformando junto a Luis Gómez Llorente, Miguel Boyer, éste con idas y venidas, y Carlos López Riaño la federación socialista del Interior. Realmente eran prácticamente ellos en esas fechas “toda” la federación, pero estaban en el centro del núcleo duro de la dictadura franquista que se combatía.
Poco a poco fue tomando presencia en los círculos socialistas y en los lugares comunes de la oposición al franquismo. Se le podía ver junto a comunistas, maoístas, trotskistas y de mas ismos de las izquierdas, tanto como con monárquicos juanistas, democratacristianos o socialdemócratas. Se movía en todos los cenáculos opositores y para el PSOE ejercía de captador de nuevas gentes. Pero la dirección socialista seguía al completo en Francia bajo el poder de Rodolfo Llopis. Por si militancia, también, en UGT se daría a conocer en los ámbitos vascos de sindicato y partido y, junto a los andaluces, comenzarían a mover un PSOE que estaba pero sin estar en la oposición al franquismo.
De esta forma se llegaría al Congreso de 1972 donde se consumaría la ruptura exterior-interior en favor de esta última posición que logró que parte de la Ejecutiva residiese en España. Y ahí Hervás tendría un papel importante que jugar. Tras la ruptura entre ambas posiciones del PSOE, el grupo de interior convocaría el Congreso de Suresnes donde se haría con el poder Felipe González, aunque dentro de una ejecutiva colegiada. En el mitificado congreso socialista ya se opuso Castellano a que González, de quien no se fiaba, se hiciese con el cargo de primer secretario. Él quería a Nicolás Redondo como máximo dirigente, pero el reparto de funciones, del que se arrepentiría el vasco poco después, produjo el ascenso de los andaluces al poder del PSOE.
Definiría Castellano este acuerdo como el Pacto del Betis. Al comienzo se negó que existiese tal pacto o acuerdo, pero años después lo reconocerían los propios pactantes. Es más Redondo le preguntó a Castellano “Serás cabrón, ¿Por qué no lo llamaste Pacto del Nervión?”. A lo que contestó el abogado “Porque ganaron los sevillanos”. Y todo esto antes del divorcio entre Redondo y González.
Algo que no se suele contar, como ocurre en los relatos míticos donde los personajes que no encarnan héroes parecen no tener papel, es la importancia de las gestiones de Pablo Castellano en favor del PSOE surgido de Suresnes. La refundación se estaba produciendo, pero carecían de la legitimidad internacional de haber quitado a Llopis abruptamente. Aunque no es menos cierto que Llopis fue invitado insistentemente a unirse. Fue Castellano quien, como secretario de Relaciones Internacionales, habló, insistió, negoció con unos y otros de los líderes del socialismo internacional para obtener el reconocimiento del PSOE de González. Algo que se consiguió y que supuso llenar las arcas de marcos y dólares del socialismo español durante la Transición.
Desde este momento, si no desde 1972, los poderes de la socialdemocracia europea se plegaron a González y sus muchachos y les apoyaron con todas sus fuerzas por el miedo existente al partido comunista. Luego resultó que los comunistas hacían más ruido que nueces tenían, pero en aquellos momentos las cancillerías europeas y Estados Unidos veían en el PSOE un parapeto ideal. Gran parte de esto fue producto de Castellano y otros actores secundarios como los hermanos Solana.
Claro que tener en una misma ejecutiva a un libertario como Alfonso Guerra, de señor de la Organización, y a Castellano debía ser un espectáculo dialéctico. Dos personas tan contrapuestas en el sentido de entender la organización política provocaban que saltasen chispas entre ambos. Pero el deseo de retornar a la democracia en España podía más que los deseos personales, que siempre existen, y el PSOE llegó a las puertas del proceso constituyente tras la estela de González y Guerra. Algo que no gustaba, en modo alguno, a Castellano. Al contrario que otros dirigentes críticos como Gómez Llorente o Francisco Bustelo, que admitían el valor de Felipe como activo político, Castellano no se fiaba del andaluz. No le gustaba. Y menos Guerra y sus mecanismos torticeros para deslegitimar a sus compañeros de partido.
Castellano no podía olvidar que desde el PSOE andaluz le habían tildado de infiltrado de Carrero Blanco, de falangista venido a menos, de peligroso sionista (en Suresnes sin ir más lejos). Todo con el sentido de hacer que su figura menguara a ojos de la escasa militancia. Porque Castellano en aquellos años era uno de los referentes de la lucha antifranquista del PSOE para la militancia.
Al final colocaron a Pablo Castellano de cunero en Extremadura, la tierra de sus antepasados, en las listas al Congreso y para que ayudase a organizar el partido a nivel regional. Y se vio en el Parlamento español dispuesto a llevar a cabo una Constitución que le dejaba, personalmente, con mal sabor de boca porque se quedaba corta en derechos. Por eso, cuentan las malas lenguas, filtró el borrador de la ponencia a Cuadernos por el Diálogo. A fin de que conociéndose hubiese una reacción a una Constitución que iba camino de ser totalmente retrógrada. Una constitución de élites y donde la mayoría de diputados sólo se levantó para votar afirmativamente o negativamente como recuerda.
El 28° Congreso del PSOE, Izquierda Socialista y expulsión.
El desencanto que sufrieron los españoles al ver que la nueva Constitución y el cambio social no iban de la mano también se veía reflejado en el interior de los partidos. Si el PCE acabó desnortado, el PSOE acabó desideologizado. Desde las bases del partido y la propia ejecutiva las críticas hacia el elitismo, la falta de democracia interna, el dedazo de Guerra para hacer y deshacer listas por toda España y la renuncia a algunos principios del socialismo, en especial el republicanismo, eran continuas. González, que como político sabe desviar la atención de manera magistral, había avisado en una rueda de prensa en Barcelona que pediría al partido abandonar el marxismo en el próximo congreso. Así estalló la bomba de humo de González para que las críticas se centrasen en el marxismo y no en la forma de gestionar el PSOE.
Es curioso que todas y cada una de las personas que hablan del debate del marxismo, o que el PSOE desde que lo abandonó perdió el norte, suelen desconocer que el marxismo como doctrina ideológica, nunca estuvo en los escritos del PSOE hasta que lo introdujo Alfonso Guerra para pasar como los más rojos del mundo durante el periodo transitivo. Desde luego el marxismo era parte del acervo del PSOE como método de análisis, no como ideología (algo completamente estúpido en sí mismo), podían ser marxistas en papel, pero eran gradualistas en el hacer. Pero en un partido cuya militancia más activa venía de fuentes comunistas de diversa índole eso era mentar la bicha.
Y claro, aunque no con la profusión actual, los medios de comunicación se agarraron a lo que más vendía, el marxismo sí o no, cuando la mayoría de críticas en aquel congreso eran por cuestiones políticas y orgánicas. Y al frente de esas críticas Castellano, Bustelo, Enrique Tierno Galván y Gómez Llorente (con un medroso Javier Solana jugando a dos bandas). Y al final ganó el marxismo y González se marchó. Intentaron componer una nueva ejecutiva pero les amenazaron de terribles movimientos internacionales contra ellos, que la CIA, etcétera y no se atrevieron a dar el paso. Ahí entregaron el partido al dúo González-Guerra.
Y ahí comenzó el declive interno de Castellano, aunque seguía teniendo el cariño de votantes y militantes de base, y su distanciamiento de quienes gobernaban. Al contrario que Gómez Llorente, que salió de la política activa, Hervás permaneció en el PSOE, fundó y estuvo al mando la corriente de Izquierda Socialista, y criticó la forma de hacer y de gobernar del PSOE. Se opuso en el referéndum de la OTAN a los deseos del Gobierno, eso sí desde su puesto en el Consejo General del Poder Judicial a donde le había mandado Guerra para que no molestase. Pero molestó y mucho.
En 1987 denunció que Txiqui Benegas posiblemente estuviese comprometido en un caso de tráfico de influencias y ese fue el motivo, no declarado, de su expulsión del PSOE. Se mantuvo en CGPJ, pese a que en el PSOE le pidieron que abandonase el cargo como si fuese patrimonio del partido hasta que volvió al Congreso de los Diputados esta vez como miembro de Izquierda Unida. ¿Se había hecho comunista de un día a otro? No, se había afiliado al Partido de Acción Socialista (PASOC) que era la evolución del PSOE histórico de Llopis y que se había separado tras Suresnes. Había tenido que cambiar el nombre por una demanda de Guerra por tener un nombre similar, pero allí se encontraban algunos expulsados del 28° Congreso y de denuncias varias como Alonso Puerta. Era una especie de casa para alguien que había dado todo por un PSOE democrático y en democracia.
Izquierda Unida y jubilación, que no retirada
Castellano ocupó un papel importante dentro de la formación de izquierdas, en especial cuando era realmente una suma de distintas opciones de izquierdas y no un escudo electoral para el PCE como es en la actualidad. Fue presidente de la formación hasta 2001 momento en que se retiraba de la política activa y diputado por Madrid desde 1989 hasta 2000 (con un breve lapso entre 1993 y 1996). Participó profusamente en los medios de comunicación en la época de La Conspiración. Se dejó querer de aquellos medios que le doraban la píldora. Decían de él que era el “verdadero socialista” frente a González y Guerra que eran los malos. También pudo publicar sus memorias de sus años en el PSOE, Yo, sí me acuerdo. O ser miembro del Tribunal Internacional de Crímenes contra la Humanidad en Iraq de la ONU en 1996.
Pero la edad y los encontronazos con los demás miembros de IU acabaron por convencerle de dejar la política activa. Demasiado libertario y anarquista para estar dentro de una organización tan centralizada y dominante desde el centro. Un Castellano que siempre ha postulado que los partidos deben tener direcciones colegiadas, con una mezcla de democracia representativa y participativa, donde las bases ratifiquen las decisiones de los cuadros directivos, no podía aguantar mucho en partidos cartelizados y de dedocracia. Claro que él, en su época de dirigente de Izquierda Socialista también hizo de la suyas convocando y desconvocando asambleas según le convenía a sus intereses, como nos contaría el tristemente fallecido Paco Cordero.
Ahora se suele ver a Castellano criticando la transición (“La izquierda renunció a todo”), haciendo publicidad de la llegada de una Tercera República y pontificando sobre Cataluña en cadenas de ultraderecha como Intereconomía. Igual tenían razón los que decían que era falangista o simplemente, lo que es más plausible, es que esas cadenas que quieren acabar con el statu quo actual siempre aprovechan a personas de izquierda radical para criticar al sistema. El caso es que Pablo Castellano tuvo un papel secundario en todo ese jaleo que fue el PSOE y la transición, pero un papel que se le ha negado como a tantos otros. En su haber cabe la denuncia del felipismo mientras los medios de comunicación adoraban a González y muchísimo antes de que el guerrismo se quejase. No por eso fue un adelantado, sino que toda su vida ha sido un iconoclasta y eso de los liderazgos como que no van con él.