Jean-Claude Michéa es un autor poco traducido al español y no por carencia de interés intelectual. Bien al contrario, en Francia es leído con mucha atención por su perspicacia para cartografiar, que se dice ahora, los tiempos en que nos ha tocado vivir. Querido y odiado a partes iguales por “derechas e izquierdas” trastocó el modo de ver a “la izquierda” actual en el país vecino con su libro Le complexe d’Orphée (sin traducir) del que este El zorro en el gallinero de la editorial granadina Nuevo Inicio (con traducción de monseñor Francisco Javier Martínez para el servicio de publicaciones del Instituto de Filosofía Edith Steain-IFES) es un magnífico complemento y añadido.
El texto fundamental es una conferencia pronunciada en el 42° Congreso del Sindicato de Abogados en 2016. Por ello verán que la mayoría de aportes intelectuales están fundamentados en el derecho (la conferencia se tituló Derecho, liberalismo y vida común), pero acaba trascendiendo a la vida social misma –o societal como bien se explica en las notas del traductor–. En breves palabras Michéa hace un recorrido por la significación del derecho para el liberalismo real hasta llegar a un punto de convergencia donde todo queda supeditado a dos mecanismos de “relojería social”: el Mercado (mano invisible) y el Derecho (igualdad puramente procedimental).
El problema viene cuando el capitalismo, en su lógica de abarcar todo sin límite alguno (ni moral o natural), acaba por subvertir al propio Derecho. Lo que axiológicamente era neutro acaba en las garras del zorro. De ahí que se comiencen a regular hasta los propios aspectos del comportamiento humano. Al retirarse la “izquierda” del principio de limitación (sin generar una serie de libertad reales indispensables), la ideología liberal de los derechos humanos acaba por destruir hasta los vínculos sociales fundamentales, como son la comunidad y la familia. En vez de defender ese lenguaje común (ahora el lenguaje es casi monocorde pese a expresarse en distintas lenguas señaladas por el sistema), esas normas morales comunitarias comunes, se lanza a la guerra de todos contra todos, pero con la cortinilla de los derechos humanos.
Hoy en día todo son derechos humanos, hasta los animales tienen derechos humanos sustentados en la lógica del capital de los productos modificados genéticamente o las hamburguesas de escarabajos que saben a carne (eso dicen los publicistas). Libertades individuales, en una diversidad atomizada (la lógica de la ideología generista es esa, tantas identidades como seres humanos son posibles), que acaban extendiéndose sin la correspondiente autonomía real del ser humano. El reino de los individuos autónomos sería el de un proyecto socialista, el reino actual es otra cosa que los postmodernos venden como muy “progre”. Como dice Michéa, al final se construye “una sociedad en la que todo está permitido pero en la que nada es posible”.
El texto, resumido de manera escueta para que ustedes se animen a leerlo, tiene el añadido de una serie de Escolios. Y aquí, en esta parte, siendo la primera muy buena, es cuando el autor francés da rienda suelta al análisis de la situación postmoderna que nos agobia y rodea. No deja títere con cabeza (especialmente deliciosos los “elogios” que dedica al lobista de los derechos humanos Bernard-Henri Levy), ni a diestra, ni a siniestra. Especialmente a siniestra porque da por hecho que la diestra está más que analizada críticamente.
Esos “progres” de los derechos humanos, de la postmodernidad, no están haciendo otra cosa sino aceptar la voluntad de las élites europeas para acabar con la subjetividad humana. Esto es acabar con el alma de las personas, con lo que les hace realmente humanas. Ni comunidades, ni religión católica, ni solidaridad obrera, ni nada que no sea el fantasma de la identidad múltiple e inventada tiene cabida en este mundo. La dignidad de la persona no está derivada de su ser como persona en sí, sino de las ocurrencias del momento. Por ello la salud ha dejado de ser importante como en las décadas anteriores. Especialmente la salud de las personas menos productivas o en camino a ello.
La ilógica del capitalismo de producir por producir, del crecimiento ilimitado sin ningún tipo de racionalidad asociada, simplemente la acumulación por la acumulación, es algo que la izquierda ha dejado de denunciar. De hecho, hasta los que se declaran anticapitalistas son partidarios de ese producir por producir. Pero es que para que el sistema no se caiga, más allá de la obsolescencia programada, es necesario subvertir cualquier tipo de resistencia, provenga de donde provenga. Por ello, las costumbres, las tradiciones, el alma de las personas deben ser eliminadas por la “muy darwiniana evolución de las costumbres”. Cuando a las personas de izquierdas que denuncian esto se les califica de neorrancios, reaccionarios o, el cliché mágico del liberalismo “progre”, fascistas se está trabajando en favor del sistema contra el que pregonan en muchas ocasiones. Eso sí, como cuenta Michéa (algo que sonará también en España), con oenegé o colocación en uno de los institutos de pensamiento del propio sistema.
En todo el libro verán numerosos ejemplos de crítica al sistema (son tantos que es imposible resumirlos sin develar el contenido): redes sociales, transhumanismo, modo de vida capitalista, perdida de racionalidad, ideología de género, libertades, lo fóbico, etcétera. Un magnífico libro que cualquier persona debería leer pues se entiende perfectamente. Si usted se considera conservador o tradicionalista encontrará herramientas; si usted se considera de clase trabajadora y de izquierda socialista hallará los mecanismos por los cuales los “progres” le están engañando y llevando al matadero. Todos aquellos que no están contentos con esta sociedad, salvo que sean liberales libertarios á la Rand, se verán reflejados en lo que dice Michéa.