Nunca habrá un tenista español como él. Se le podrá parecer. Incluso podrá alguno acercarse a sus números como ganador de torneos. Pero nadie habrá que le supere por cómo ha irrumpido, lo que ha durado y con quienes ha competido. Ser uno de los tres grandes monstruos del tenis de las últimas décadas no es poco. Más bien, es muchísimo, pero a cualquiera se le pasa el arroz.
Rafael Nadal lleva meses, por no decir un par de años, arrastrándose por las pistas de medio mundo. Sus problemas físicos, y posiblemente psíquicos, han quedado ocultos por su capacidad para vencer en dos grandes slams el último año, pero cada vez es más frecuente que pierda partidos con jugadores de la parte de abajo del ranking ATP. Hoy un turco que no vuelve a ganar a nadie, mañana un francés que es detenido al día siguiente por tráfico de estupefacientes. Y así dos temporadas para olvidar. Pese a ello dice que “no pasa por mi cabeza la retirada”.
Como le ocurre a Cristiano Ronaldo, aunque éste se tapa un poco por participar en un juego colectivo y se le notan menos las carencias deportivas (las otras nunca han quedado ocultas), Nadal parece que no está sabiendo retirarse a tiempo. Le ha pasado a su amigo, y contrincante en tantas ocasiones, Roger Federer. Por no saber parar a tiempo cuando el cuerpo le decía que basta, estuvo arrastrándose por las pistas hasta que se ha retirado sin ningún tipo de gloria. Buen currículum y memoria, pero dando una mala impresión.
Esto mismo le está pasando a Nadal. Cada vez más se arrastra por las pistas. Con el añadido de que su juego se basa bastante en el físico y no tanto en la técnica. No siendo manco, no se puede decir que su técnica tenística sea superior. Nick Kyrgios tiene más cualidades técnicas (y una mala cabeza). Cuando se tiene técnica suficiente se puede aguantar, pero cuando el físico cuenta tanto o más que la técnica y se carece de aquel no hay más camino que la retirada. No necesita el dinero (podrá seguir ganando mucho), no necesita la gloria, sólo un carácter depredador le mantiene. Pero si el leopardo ya no tiene capacidad de cazar a la gacela, acaba muriendo. Y Nadal está muriendo… y dando pena.