Escribir una reflexión justo en el instante en el que el Presidente del Gobierno Pedro Sánchez presenta su libro “Manuel de resistencia”, tiene un elemento positivo; que te da el título.
Aunque es preferible añadirle el interrogante dado que dentro de apenas dos meses se van a celebrar unas, o mejor dicho otras, elecciones decisivas para este país.
A partir de este instante si ya era difícil hacer análisis sosegados, reflexivos, o de largo alcance, debido a que nos movemos en una política líquida, dentro de una sociedad de las mismas características, a partir de ahora va a resultar como la famosa película, misión imposible.
Va a ser una campaña electoral a cara de perro, donde lo emocional se va a imponer a lo ideológico y lo probable es que culmine con un voto desde las entrañas y no desde el cerebro.
Una campaña inundada por la postverdad, por los juego de prestidigitación, con continuos golpes de efecto, intentando noquear al contrincante sea como sea y con las medidas que haga falta, dejando colgadas en la puerta las chaquetas de principios como ética y honestidad. Aquí toda va a valer con tal de ganar un solo voto.
Utilizando esos conceptos boxísticos resulta fundamental resistir sin besar la lona, porque como en la vieja canción de cuando éramos jóvenes resistir es vencer y ahí Sánchez es un verdadero maestro.
Pero la cuestión es si con resistir será suficiente, si ganar lo va a ser, porque ya se ha demostrado en Andalucía que conseguir más escaños no basta, si tus contrincantes suman mayoría absoluta.
Los equipos de campaña saben que esa es la clave, tener los aliados adecuados, que estén cerca y que también ellos consigan el resultado suficiente, para sumados a los tuyos poder acceder al poder. Por un lado PP, Cs y Vox, por el otro PSOE y todas las variantes de Podemos, o sea la derecha frente a la izquierda.
El problema en las últimas ocasiones es que una vez desaparecido, parece que definitivamente, el bipartidismo, también puede ser necesario la suma de los “otros”. ¿Y quiénes son los “otros”? Pues los independentistas, PNV, Bildu desde Euskadi, ERC, PDeCAT desde Catalunya.
Cambia el panorama político sustancialmente, porque ya los acuerdos no van a ser entre afines ideológicos más o menos radicalizados, sino con unos nuevos invitados. Ya no se va a tener que discutir y acordar sobre incrementar o recortar los derechos sociales, o sobre una política económica más o menos liberal, sino sobre conceptos que sacuden nuestras normas democráticas como derecho a decidir, o independencia.
Nos van a poner a todos, derechas e izquierdas, frente a la contradicción de no haber sabido resolver cuando debíamos y podíamos las viejas tensiones centro-periferia.
Probablemente PSOE y PP se arrepientan de no haberlo hecho cuando dispusieron de mayorías absolutas y se enfrentaron a este reto con mirada corta y no con altura de miras. Quizás también el PP de Rajoy se arrepienta, o quizás lo haya hecho ya antes, de haber presentado aquel recurso contra el Estatut ante el Tribunal Constitucional, que fue el que provocó este tsunami.
¿No habría sido mejor, en un momento en el que una mayoría de catalanes se encontraban encantados con ese nuevo marco de convivencia, haberlo dejado estar?
Pero no se hizo y ahora nos encontramos con que de nuevo es muy probable que quien desee gobernar, lo tenga que hacer contando con ellos. Eso o un pacto anti natura derecha-izquierda, del que hoy todos reniegan. Aunque ya se sabe que en una época líquida “donde dije digo, dije Diego”.
Pero lo que nos deberíamos interrogar es que si eso puede ser posible sin cruzar la línea roja de nuestra máxima norma. Parece muy difícil, aunque en política no existe nada imposible y tratándose de Pedro Sánchez menos aún.
Algunos teóricos constitucionalistas ya nos vienen señalando ciertos caminos. La clave es en el manido “derecho a decidir”. Ese para algunos derecho inalienable, se puede ejercer sin que el resultado sea decisivo, al menos en una primera fase, sino meramente indicativo de por dónde va la sociedad.
La propia Constitución nos da esa posibilidad a través de su artículo 92.1 que señala: “Las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos”
La clave son dos palabras, “consultivo” y todos”. ¿Se aceptaría por parte de los independentistas que fuera así? ¿Lo sería por la otra parte que el “todos” se interpretara con amplitud de miras como todos los catalanes?
Probablemente no, pero por qué no intentarlo. ¿Por qué no aplicar la imaginación, la audacia y la generosidad a este difícil asunto?
Si además le sumamos un nuevo pacto fiscal que acerque a Catalunya a la situación de Euskadi y Navarra, podíamos atraer a los sectores más sensatos y pragmáticos del independentismo catalán, que probablemente se fortalezcan en estas elecciones.
¿Todo esto bastaría? No lo sabemos, pero hay que intentarlo y eso probablemente sólo estén en condiciones de hacerlas las izquierdas. Especialmente legitimadas después de saberse en el juicio al Procés que la derecha, al menos el Gobierno de Rajoy, también estuvo contactando, acordando, aunque fuera a través de intermediarios, con el Gobierno de Puigdemont.
Algo habrá que hacer, no podemos estar eternamente con el “Día de la marmota”, porque este país necesita y se merece estabilidad y sosiego. Llevamos demasiado tiempo a la greña y ya va siendo hora de que España y Catalunya se reconcilien y quizás este sea el momento.
¿Resistirá Pedro Sánchez? ¿Resistirá el país (ponga aquí cada cual lo que desee)?. Con esa nueva vía apuesto a que sí.
Veremos…………