Arde la España institucional. Isabel y Fernando se revuelven en sus tumbas. Ante el riesgo que desaparezca en Cataluña el ancho de vía europeo, parece que el tan vaticinado “choque de trenes” será en cuestión de días en la simbólica de Plaça Sant Jaume. El Estado se verá obligado a actuar con los medios legales a su disposición y de lo que suceda, por muy proporcional y medida que sea su actuación, habrá campo tras la batalla con muchas bajas camino de los juzgados. Habrá también uniformes que serán azules o verdes, no caquis como algunos sueñan.
En contra de lo que muchos venían vaticinando o temiendo, el nuevo PSOE de Pedro Sánchez se ha alineado incondicionalmente con el Gobierno de Mariano Rajoy en este drama español que nos está tocando vivir. Sánchez despertaba recelos en mucha gente por sus idas y venidas buscando echar a Rajoy, pero al final en un asunto como este se ha impuesto, como no podía ser de otra forma, el sentido común y, lo más importante, la razón de Estado. En este punto el PSOE solo puede estar donde está; instalarse en la duda o la ambigüedad sería un suicidio definitivo como proyecto político español.
La línea emprendida por el nuevo secretario general socialista, pese a muchas limitaciones propias y ajenas, parece sin embargo que le ayuda a aumentar apoyos electorales, según los sondeos del CIS. Y en la mitad de esta tormenta perfecta, ese huracán catalán desatado como Irma, cogiendo el rábano por las hojas, el socialismo autónomo andaluz ha creído oportuno montar una especie de ceremonia de la confusión donde al final no acabamos sabiendo si quieren o no quieren eso de la nación de naciones. Algo que deberían haber discutido en el Congreso federal en vez de irse de copas. Pero a Sánchez le han vuelto a sacar la tarjeta, verde y blanca, por supuesto.
El comportamiento político de la presidenta andaluza con Sánchez nos sigue recordando a aquellos personajes que llegan a la reunión y lo primero que preguntan es de qué se habla para oponerse.
El último rifirrafe, al que se han sumado hasta humoristas de fuste, tiene que ver con lo dicho por Pedro Sánchez al referirse a Cataluña, Euskadi y Galicia en tanto que fueron las tres únicas comunidades que antes del 18 de julio del 36 batallaron por su estatuto y su autonomía, mientras que en Andalucía la cuestión se frustró por el golpe militar de Franco, no saliendo el proyecto del ámbito político e intelectual que rodeaba al notario de Coria del Río, Blas Infante Pérez.
Las palabras de Sánchez, pronunciadas justo en unos momentos de especial gravedad tras lo sucedido en el Parlament, le sirvieron al PSOE de Andalucía y a su máxima dirigente para echar las patas por alto nuevamente, dando a entender que Sánchez había marginado a Andalucía como nacionalidad en sus menciones. Y que hasta ahí podíamos llegar. Traicionar con el olvido el 28F, ¡ni hablar!
En primer lugar, habría que recordar que nunca nadie en el PSOE, en la larga batalla andaluza del 28F, utilizó el término nacionalismo añadido a las reivindicaciones del pueblo andaluz por su autonomía. La única fuerza política con representación en el Parlamento que lo defendió fue el PSA, el partido de Rojas Marcos, Uruñuela y Arredonda, que tuvo en el nacionalismo –nunca en la independencia- su marca más diferenciadora de los demás. Ideológicamente, el andalucismo, no tuvo demasiados escrúpulos para entenderse con la izquierda socialista o con la UCD de Rodolfo Martín Villa. No tenían ideología definida, pero todos eran andaluces y andalucistas que equivalía a ser nacionalistas. En esos años era relativamente fácil encontrarse a un jornalero de El Coronil apoyando al PSA y en Sevilla a un Grande de España haciendo lo mismo, pero con maneras ducales. El andalucismo fue el único movimiento que reivindicó una Andalucía nacionalista y, por tanto, sorprende que para esta polémica tan artificial Susana Díaz quiera aparecer ante los españoles como si fuese nieta heredera del mismísimo Blas Infante.
Sin embargo, quienes han fomentado la polémica desde el sur, dentro de la permanente confrontación con la dirección federal del partido, han olvidado en su argumentario un pequeño detalle que trasciende a la historia de 1980. Si para ellos Andalucía es equiparable política e históricamente a aquello que se denominó “Galeuskca” – intento de aunar acciones de los nacionalistas de Galicia, Euskadi y Cataluña que dejaron fuera a los andalucistas del PSA– ¿implícitamente están dando la razón a la propuesta sanchista de la “nación de naciones”? Si somos o no somos una nación los andaluces es algo que convendría que aclarasen, máxime cuando algunos socialistas de renombre no reconocen lo dicho y escrito tiempo atrás por ellos mismos en los papeles de la Fundación Alfonso Perales.
Susana Díaz no quiere apearse del bus de las celebridades patrias con el que se ha estado paseándose desde que revalidó electoralmente la Junta para el PSOE. (Con minoría mayoritaria apoyada por Ciudadanos). Y no se resigna a centrarse en Andalucía como se está comprobando en un conflicto grave entre el Estado y la autonomía catalana y donde ella logra sacar cabeza desde la España autonómica ya sea pretendiendo enmendar la plana a Sánchez o con el anuncio (brindis al sol) de que Andalucía protegerá a nuestros paisanos y familias que vivan en Cataluña. De esto a presentar candidatos andaluces en el Parlament de Catalunya como ya hizo en los ochenta el PSA puede quedar muy poco trecho.
Parece claro que Susana Díaz no está dispuesta a renunciar a su cuota de protagonismo en la escena política española, pase lo que pase y caiga lo que tenga que caer, algo que no parece que beneficie demasiado a quien pretende volver a ser candidato a la Moncloa en nombre del PSOE y la barrió en las primarias socialistas de mayo pasado.
Que nadie de la ejecutiva Federal haya salido a polemizar con Susana Díaz en este asunto de la “Galeusca”, confirma la consideración de “provocación” que tienen para la dirección socialista la mayoría de las arremetidas de Díaz contra Ferraz. Dicen que no caerán en las provocaciones, aunque corren el riesgo de que esa actitud sea interpretada como debilidad o miedo frente a la reina del sur. Un escenario plagado de disensiones que, desde luego, no parece que ayude a que el PSOE recupere algún día el gobierno de España en la Moncloa.