La independencia de Diario16 está, precisamente, en su libertad y su falta de hipotecas económicas, porque la independencia está en el pensamiento y en la conciencia, porque la verdad no está en posesión de nadie, ni mucho menos del dinero, la verdad, la independencia y la libertad se encuentran en el pueblo y en su voz. En estos días, Cataluña está en medio de una revolución y los grandes medios nacionales que se han posicionado claramente con las tesis españolistas, casualmente, están financiados con capital catalán.
En otro orden de cosas, las propias redes sociales están quedando en evidencia como un método de división y, por lo tanto, queda demostrado que no son un medio de comunicación, además de ser susceptibles de convertirse en un arma de manipulación que, como es evidente, favorece siempre al poder establecido.
La huelga general de hoy en Cataluña ha demostrado que la paz es la mejor arma del pueblo. Las revoluciones en sí no suelen tener consecuencias muy positivas porque, aunque se produzca un primer triunfo del pueblo, quienes gestionan ese capital suelen depauperar las primeras intenciones. Ejemplos hay muchos a lo largo de la historia de cómo los dirigentes suelen atropellar los deseos y las esperanzas de un pueblo que se levanta.
La situación catalana también ha demostrado que el Estado español no dará jamás soluciones a su pueblo. ¿Dónde está el Jefe del Estado? Ausente. ¿Dónde está el Gobierno de España? Ausente. ¿Dónde están las instituciones del Estado? Ausentes. Esa ausencia no viene como la antítesis de la presencia, que físicamente sí que lo han estado, sino como un reflejo de la falta ejercicio vital de lo que debe ser un Estado: la representación de la voluntad del pueblo.
Podemos entrar en la disquisición a la que se nos quiere hacer llegar en todo el problema catalán, es decir, quién tiene razón y quién no la tiene. ¿Por qué alguien debe estar en posesión de la razón para disponer del privilegio de la verdad absoluta? No hay una relación directa. Los catalanes de todos los pensamientos, independentistas y no independentistas, salieron a la calle el pasado domingo y en el día de hoy para reivindicar un anhelo, un deseo o una reivindicación. No entraremos en si tienen o no razón. Lo que queda claro es que salieron a la calle para alzar su voz y su voz fue reprimida con violencia por quien ha estado ausente y quiso arreglar el problema a través de la imposición.
Cataluña ha dejado claro en estos días la inutilidad de nuestro modelo de Estado, sobre todo en lo referente a la Jefatura del mismo. La Monarquía no tiene ninguna función válida en una sociedad democrática, en primer lugar, porque es un cargo que no ha emanado de la voluntad popular sino que es herencia del pasado reciente más oscuro; en segundo lugar, porque no tiene ninguna función; en tercer lugar, porque no está a la altura de las circunstancias cuando España entra en crisis. Un monarca jamás podrá entender a su pueblo porque vive totalmente alejado de la realidad de sus gobernados. Cataluña ha dejado en evidencia una de las mayores carencias de nuestra democracia que sólo se podrá resolver si se le da la voz al pueblo para que decida quién es la persona en la que debe residir la Jefatura del Estado.
Este vacío de poder de nuestras instituciones y la ausencia de un liderazgo efectivo en el Estado español lo único que puede traer es un enfrentamiento real entre los españoles, tal y como ocurrió con el bisabuelo del actual Jefe del Estado que se marchó dejando un país totalmente dividido y predispuesto a la guerra civil. Felipe de Borbón ha abandonado su responsabilidad porque no hay nadie que le controle. Esto no hubiese ocurrido con alguien que ocupara la Jefatura del Estado elegido por el pueblo.
La voz del pueblo es lo único válido en una democracia. El problema catalán se hubiese resuelto si se le hubiese dejado hablar en su momento, ya fuera hace tres años o el propio domingo. Desde luego, reprimir al pueblo con violencia es el mejor modo de radicalizar a quienes ya están radicalizados. El diálogo es la única manera real por la que se puede determinar una solución justa a cualquier problema o a cualquier crisis. En el tema de Cataluña se ha denegado tal diálogo, por la ausencia efectiva de las principales figuras del Estado que han ido delegando en sus inferiores y que han fracasado, por la negativa a entablar un consenso en igualdad de condiciones, tanto por el lado catalán como por el lado español.
Ante una situación de enfrentamiento sin piedad, tal y como se refleja en el famoso cuadro de Goya, hace falta un mediador, una persona que centre las posiciones extremas. En cualquier país democrático este papel lo tendría que ejercer el propio Jefe del Estado. Pero en España ha estado ausente en todo el proceso y sólo ha leído los discursos que le escribían otros.
Cataluña es un problema al que no se ha querido dar solución ni por un lado ni por el otro, ni ha habido nadie que haya querido hacerlo. La solución era muy sencilla: dar voz al pueblo, como se hace en cualquier democracia.
Hoy en Cataluña se han llenado las calles. Una verdadera revolución, en paz, sin violencia, donde sólo se escuchaba la voz del pueblo catalán, tanto independentista como no independentista. Ese ha sido su triunfo porque la pluralidad en libertad es la mayor grandeza de un pueblo. Los enfrentamientos del pasado día no se produjeron entre catalanes, sino entre quienes fueron enviados para reprimir la voz del pueblo en vez de dejarla expresarse libremente. Nadie puede imponer a un pueblo una división; una comunidad de vecinos no puede decidir por la de al lado. Con los pueblos es lo mismo: nadie puede imponer una decisión que le es propia y eso es lo que se ha pretendido hacer. El pueblo catalán tiene la legitimidad para reclamar que se escuche su voz, tanto la de los que son independentistas como los que no lo son. Lo que se ha intentado es denegar el diálogo civilizado, por más que unos y otros afirmen siempre que están dispuestos a sentarse a hablar cuando, en realidad, lo pretendido es lo contrario. La Cataluña independentista y la Cataluña no independentista ha sido privada del derecho democrático a expresarse libremente y eso siempre deriva en conductas contrarias a la civilización, a la conciencia, a la naturaleza humana y a la propia democracia.