Había que esperar no fuese que la imagen distribuida en fotografía despistase. Esas rayas torcidas, los meandros del CEO o del Manzanares, había que verlas en el cuerpo de un jugador. Entre otras cosas porque así es como se va a ver jugar al Atlético de Madrid la mayor parte de los partidos. Así se podrá decir si la cosa es más estética o talibanismo… Y la cosa es casi peor.
Si ya la de los brochazos de la temporada anterior había sido una idea fracasada, lo de este año es que no queda bien en el cuerpo de un atleta. No en el del cuñado de barriga cervecera o la señora con tripilla post-parto, sino en un jugador delgado, fibroso y joven… ¡Que no! Que la camiseta es fea de cojones (u ovarios). Vista en Axel Witsel, elegido para el experimento, resulta que da más asco que en imagen. Ni el patrocinio de Whale Fin es capaz de enderezar la carencia de estética.
Por supuesto que existen disfuncionales y coleccionistas que se la comprarán, también algunos se harán con la #ContraCamiseta, pero ver al Atlético de Madrid competir con esas rayas torcidas, esas mangas que ni Picasso hubiese diseñado así y esa espalda contrasentido del resto de la camiseta es para demandar a Nike, no para extender el contrato como ha hecho el dúo calavera. Miren la foto de salvapantallas de Witsel y digan si no es para echarse a llorar.
Además, porque cabe un además, es una camiseta contraproducente en el propio juego. Ahora si agarran a un jugador no se va a diferenciar de no agarrarle y dejarán de pitar falta al equipo… ¡Perdón! No las pitaban antes ahora van a seguir sin pitarlas, pero es que tendrán una justificación visual. Dando armas al enemigo. Claro, se podría jugar con la segunda equipación… Sí, esa que parece sacada de un saldo de cualquier tienda de deportes.