Parece ser que ha regresado el Antoine Griezmann que logró situarse como mejor jugador del mundo mientras vestía la zamarra rojiblanca. No le dieron el balón de oro (si es que este trofeo donde votan personas que no ven más que la Champions y la Premier tiene algún valor real) por los buenos oficios de su florentineza, pero era evidente que ese año estuvo por delante de los dos bichos del fútbol (Ronaldo y Messi), ganando un mundial que otros más premiados no tienen.
Era el orgullo de la afición rojiblanca, como lo era Torres pese a no jugar de rojiblanco durante años. Era el jugador con el que fardar con el Isidoro en la barra del bar. Era el mimado del Calderón pero… el mal se asomó a su puerta. Bartomeu le tentó, como si fuese el Diablo en el desierto, y ahí se acabó el idilio y el amor. Bajó el rendimiento, tal vez pensando en su fichaje, y perdió la cabeza pensando que lograría triunfos y alegrías más allá del Metropolitano. Que se fuese al Barça no era problema, fueron las formas las que dolieron.
De haber podido ser leyenda, tal y como le dijo su esposa, se marchó a un club que ya comenzaba el declive futbolístico del que no ha salido. No querido por algunos compañeros. Con una grada que tenía todo su cariño para un jugador. Y con un fútbol que no se adaptaba a sus condiciones, sufrió su propio calvario. Cual hijo pródigo, su padre futbolístico le mató un buey y le recuperó para el Atleti. Eso sí, tuvo una temporada de pena, por culpa de lesiones y por tener, tal vez, la cabeza llena de miedos.
Ahora, al cabo de unos partidos y con fichaje real con el Atleti, parece haber encontrado el fútbol que encandiló a los aficionados rojiblancos. Cuando no mete goles, se ve al Griezmann entregado y solidario con los compañeros. Cuando los mete, aunque hace sus piruetas y bailecitos tontos, no ceja en el empeño. Trabajo, calidad futbolística y goles parecen no ser suficientes para perdonarle. Al menos para una parte de la afición. El chaval esperó a tener firmado el nuevo contrato y ser jugador rojiblanco de verdad para pedir perdón públicamente, pero le siguen calificando de rata o pitando algunos aficionados (o algo así).
¿No ha llegado el momento de perdonarle? Concederle el perdón no significa olvidar lo que pasó, ni ser su amigo, tan sólo es volver a acogerle en el seno rojiblanco. Como aquel padre que recibió a un hijo que creía perdido. Otros jugadores tendrán todo el amor del aficionado, pero él ha mostrado la capacidad de humillarse, volver sin nada (tres veces se ha bajado el sueldo) y trabajar con humildad. No hay que volver a enamorarse, pero igual, si sigue por esta senda, volverle a tener en consideración, sí.