Ahora que se desprecia el pasado (salvo para tirárselo a alguien a la cabeza por una cuita actual), pese a ser un presente, digamos, pasivo porque lo que hoy somos no deja de ser parte de lo que éramos hasta ayer mismo, nada mejor que recuperar la figura de un jugador de época. Arda Turan tan sólo jugó cuatro años en el Atlético de Madrid, pero marcó profundamente los corazones de los aficionados rojiblancos. Sin él no se entenderían ciertos títulos, ni tendría sentido ese calificativo de la prensa inglesa: mad, bad and dangerous.
Si hubo alguien que ejemplificó eso de locos, malos y peligrosos fue Turan en sus años rojiblancos. Creó, de la nada porque antes de su llegada en Turquía no existía tal significación, el ardaturanismo. Una especie de religión, dentro de la religión que supone ser del Atleti, donde se concitaban las esperanzas teleológicas o de futuro, el gusto por ciertas exquisiteces y una actitud entre sudapollista y chulesca. Turan ejemplificaba en aquel equipo de roca y granito la alegría de vivir y la locura rebelde del que dice “hasta aquí”.
En Madrid se creó el ardaturanismo y en Barcelona comenzó un declive propiciado por el entorno hostil que encontró. Pensar que iba a jugar suficientes minutos quitando el puesto a los caciques culés entra dentro de esa locura que mostraba en cada partido con el Atlético de Madrid. El FC Barcelona es una máquina de devorar jugadores fichados por el capricho del presidente de turno (Pjanic, Coutinho…) por el único deseo de un acopio sin sentido. Allí comenzó el declinar del ardaturanismo que se había forjado entre carreras y cabreos en Madrid. Un declinar que tuvo su epílogo en Turquía con pistolas de por medio.
Para el Cholo Simeone sólo existe el hoy (en sus declaraciones de ayer en la rueda de prensa pre-partido es claro), pero para muchos aficionados rojiblancos no, no llegan ese exceso postmodernista. Turan estará en los corazones de todos aquellos que disfrutaron con su juego, sus relajamientos en los partidos y sus idas de cabeza. Se marchó porque no quería correr justo en el momento en que el fútbol exigía más movilidad. Simeone, como Pep Guardiola y otros, fueron genios a la hora de augurar que el fútbol exigía la ocupación de espacios y, por ende, el esfuerzo físico máximo durante todo un encuentro. Para ese tipo de fútbol la cabeza de Turan no estaba preparada.
De nada vale hacer cábalas sobre si se hubiese quedado… seguramente la magia que salía de sus botas (así le ha recordado su ex-compañero Saúl, como un mago) hubiese dado alegrías a la afición del Atleti. Igual, con él, esa segunda final no se hubiese perdido en los penaltis. Igual otra liga podría ocupar su espacio en las vitrinas del Metropolitano. Igual todo hubiese transcurrido por el mismo camino que ha transcurrido en el equipo rojiblanco (que no ha sido malo), pero con la visión de Turan en el césped. Loco, malo y peligroso, siempre estará en el corazón de muchos aficionados. El ardaturanismo se acabó el día que se fue al Barça, ayer fue su final oficial.
Post Scriptum. Nos hubiese gustado ofrecer alguna imagen, de forma legal obviamente, del paso de Turan por el Atlético de Madrid, pero La Liga sigue con su dictadura dualista y no ha elegido mejor imagen que una de los 38 partidos que jugó en el Barça. Tras 178 partidos en el Atleti parece que sólo jugó en el club blaugrana. Los aparatos ideológicos del duopolio actuando en todo momento.