Fuente: Alfaguara

Ha fallecido el rey de Redonda. ¡Viva el rey! Una gran pérdida de las letras españolas. Posiblemente su mejor escritor, visto desde todos los ángulos posibles, en décadas. Aquel cuyas novelas no sólo tenían la habilidad de transportar al lector más allá de la realidad circundante, sino que insertaban en cada uno una serie de dudas, de cuestiones sin resolver. La duda permanente sobre lo real era fundamental en sus escritos, así lo reconoció él mismo en alguna que otra entrevista, tanto como la defensa de ciertos principios éticos.

Ser hijo de un filósofo de la magnitud de Julián Marías no debió ser sencillo y más con el peso de la herencia del orteguismo. Sí le posibilitó, en aquellos años del franquismo (cuando el franquismo liberó a su padre del castigo del repudio público e institucional, rendidos a su prestigio intelectual), el acceso a obras y personas que al resto de la población casi les estaban vetadas. Una educación bajo los parámetros de la Institución Libre de Enseñanza tampoco era frecuente y él la tuvo. Hijo de filósofo y de escritora, sobrino de directores de cine o dramaturgos tampoco era común. Fue un privilegiado en ese sentido sin duda, pero ese privilegio nunca le llevó a la prepotencia o a una doble moral. Al menos eso cuentan quienes bien le conocieron.

Renunció a una primera inserción en la Real Academia Española porque le parecía incorrecto estar en una institución en la cual ya se encontraba su padre. Una vez fallecido el progenitor, en cuanto hubo posibilidad, aceptó su entrada. Tampoco aceptó el Premio Nacional de Novela porque siempre había expresado, en público y privado, que no era de su gusto recibir dinero público por escribir o recibir algún premio donde los proponentes fuesen instituciones públicas. Incluso expresó que, agradecido, no tenía nada que ver con el paso momentáneo del PP por el Gobierno. Jamás era jamás. Lo mismo que proponía, aquí y allí, en sus novelas como característica ética, lo aplicaba a su vida personal.

Javier Marías ha sido, con todas las dudas que el propio fenecido pondría, el mejor escritor español de los últimos treinta años. Nadie supo conjugar como él el uso excelso del español, buscando palabras casi olvidadas si era necesario, con la creación de magníficos personajes. Porque Marías siempre fue un gran creador de personajes insertados en una historia atrayente. Hay escritores que tienen capacidad para dotar a sus personajes de personalidad, atrayente o no, en una historia pobre; otros escritores son capaces de narrar buenas historias con personajes banales; pero sólo los elegidos son capaces de aunar la buena historia con el buen personaje.

Normal que fuese calificado, en más de una ocasión, como el Faulkner español. Aunque eso sería menospreciar la creación de un mundo propio. Total, cualquiera que escribe no deja de ser hijo de sus lecturas, y Marías meceré tener su propio espacio. Al menos eso han pensado fuera de España alabando su prosa y calidad, e incluyéndole en el catálogo de Clásicos Modernos de Penguin. En los últimos años ha sido un permanente candidato al Nobel. Se marcha sin haberlo conseguido, aunque visto cómo se elige, más por cuestiones políticas y mercantiles (hubo de ser suspendido un tiempo por corruptelas), no es un demérito.

En sus columnas no dejaba títere con cabeza. No por una cuestión puramente ideológica, ha repartido a diestra y siniestra, sino por un cumplimiento de lo ético, de lo pactado, de la liberalidad, de lo que debe ser para proporcionar un bien común. De ahí que los mangurrianes de la política, los postmodernitos, los ocurrentes con dinero público o, simplemente, los caraduras fuesen asaeteados por las certeras flechas de la prosa de Marías. Una doble vertiente, la de novelista y articulista, que nunca dejó pese a las cargas de caballería polaca que recibía.

Para algunos sus novelas serán un tanto densas, algunas lo son, pero la calidad que se contenía en una simple decena de sus páginas era suficiente para ver que se estaba ante un genio de las letras. Un genio republicano y que, paradójicamente, era rey del reino de Redonda. Un reino de las artes que ahora queda huérfano de dirigente máximo. ¿Quién asumirá la difícil sucesión? ¿Su amigo y duque Luis Antonio de Villena, excelso poeta? ¿Su amigo y duque Arturo Pérez Reverte? ¿El duque Francis Ford Coppola? ¿La duquesa Alice Munro?

El rey de las letras ha muerto. ¡Viva el rey!

Post Scriptum. Como sucede en otras ocasiones la clase política obviará el reconocimiento público debido a un grande de las letras españolas. “Como no es de los nuestros, que se joda” pensarán unos y otros. Lástima pues hijo más ilustre de España y Madrid en el bello arte de las letras en el mundo no ha habido en los últimos tiempos. La incultura, el infantilismo y la estulticia, esas sobre las que se quejaba en sus columnas y novelas, son parte del perfil político actual.

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