Mario Amorós ha escrito una magnífica biografía sobre Salvador Allende. A los cincuenta años del golpe de Estado y el suicidio en la casa de la Moneda del presidente del Partido Socialista de Chile, nada mejor que recordarle con un libro recién publicado por Capitán Swing. Como recoge en subtítulo es una biografía política con una semblanza humana que recorre todas las páginas.
No se entendería lo terrible que fue el final del presidente chileno sin leer las páginas que dedica Amorós a contar cómo Allende siempre recibió en su casa a quienes consideraba amigos, pese a las diferencias políticas. Esa bonhomía propia de ciertos personajes históricos se comprende desde sus ascendentes, muy involucrados en la independencia chilena, como de su gusto por la plática con cualquiera que estuviese dispuesto a ello. Entendía Allende que nada mejor que conversar para limar asperezas, llegar a acuerdos (como el amplio del Frente Popular de los años 1940s) pero defendiendo, cada cual, aquello en lo que creía.
Pensaba Allende que las revoluciones proletarias, bajo ese marxismo que siempre fue científico, esto es, mero método de análisis de la realidad (lo que le alejaba del comunismo o el leninismo/maoísmo), “deberían ser revoluciones humanas, en el sentido del respeto a la dignidad individual y colectiva, y democráticas , o sea, que expresen el sentimiento mayoritario”. Un respeto a la institucionalidad para superarla. Ninguna vía cubana o china estaba en su cabeza, aunque no podía dejar de expresar su aprecio a esas revoluciones. No eran la suya, desde luego, como bien cuenta Amorós. Pero la suya tampoco podía ser.
El autor nos va llevando poco por las páginas de la vida de Allende sumando a cada paso una parte de su personalidad. El cariño por sus hijas pero el pesar de estar completamente centrado en la vía política. Su vocación médica, que sería la primera que le impulsaría al terreno político, y su lucha en favor de cosas tan sencillas como que los menores tomasen leche cada día, que hubiese una higiene mínima en las ciudades, que la sanidad llegase a todos los chilenos y no solo a aquellos que se la pudiesen permitir. Estas fueron sus primeras luchas, aunque siempre estaba en su cabeza la posibilidad por medio democráticos de cambiar lo que entendían que estaba mal en aquel Chile postguerra mundial.
EEUU tenía “secuestradas” las extracciones de diversos minerales (especialmente el cobre) e iba esquilmando la riqueza nacional a cambio de migajas. Los grandes terratenientes explotaban casi en semiesclavitud a los jornaleros. Los empresarios abusaban de los trabajadores a los que se les negaban cualquier tipo de derechos. Esto es lo que quería cambiar. Era la época de la Industrialización por Sustitución de las Importaciones (política que EEUU dinamitó) y las empresas públicas nacionales, algo que Allende pensaba se podría extender a la minería y los servicios básicos fundamentales. En cierto sentido no era distinto a lo que propugnaba como Teoría del desarrollo un poco sospechoso Albert O. Hirschman en esos años.
Mientras la Unidad Popular no era alternativa no hubo problema en Chile. Su apoyo a la Democracia Cristiana, muy relacionada con el socialismo a la europea, durante todos esos años no molestaba al Imperio. Las dos campañas fracasadas no alertaron más de normal a los estadounidenses que bastante tenían con sus guerras asiáticas, la guerra fría y la revolución cubana. Eso sí, en el momento en que la UP tuvo la oportunidad de ganar las elecciones presidenciales, el mil veces maldito Henry Kissinger puso la maquinaria a funcionar. Amorós muestra todos esos cables, informes secretos y conversaciones que mantuvo el malvado con el presidente Richard Nixon.
Cientos de millones de dólares, de los de los años 1970s, fueron enviados por diversos canales para impedir, al principio, que Allende pudiese alcanzar la presidencia pese a haber vencido en los comicios. La DC se mostró firme, pese a las reticencias del otrora amigo Eduardo Frei, y acató la convención de apoyar al candidato más votado si no se alcanzaba el 50% de los votos. Desde ese momento, como bien cuenta el autor, desde EEUU se lanzó una campaña enorme (la cual sigue negando el mil veces maldito Kissinger pese a las pruebas, como bien señala Amorós) que contó con el beneplácito de la democracia cristiana y los sectores más a la derecha. Cierres patronales, eliminación de financiación, impedir que las exportaciones llegasen a puerto (literalmente), más millones de euros para El Mercurio (periódico de derechas) a fin de deslegitimar constantemente al presidente Allende.
Hasta que llegó el golpe de Estado, el presidente chileno se reunió con todas las partes buscando solventar el camino hacia la guerra civil. Desde grupos católicos, como los cristianos de base, obispos o Cristianos por el Socialismo, hasta los que no hace mucho eran amigos suyos como Frei o Patricio Aylwin. El texto también muestra los atentados de falsa bandera izquierdista así como las peleas que los grupos extremistas, de ambos lados, provocaban. A día de hoy sigue presente en Chile la falsedad del apoyo a grupos terroristas que EEUU ayudó a difundir. El propio Kissinger echaría la culpa del golpe a Allende haciendo gala de un enorme fariseismo y carencia de moral. Un texto muy bueno, bien redactado y con momentos palpitantes el escrito por Amorós.
Hasta aquí lo que dice el libro porque esa era la función del mismo, exponer la biografía de Allende con todas sus virtudes y aristas. Lo que se puede sonsacar y queda perfectamente comprobado por los datos aportados es que con el apoyo a la dictadura de Augusto Pinochet (que hasta el día anterior mostró su lealtad constitucional) y el apoyo a las políticas de los Chicago boys era una clara advertencia a la izquierda, especialmente europea, la democracia tal y como se entendía en EEUU (y otros centros de poder) no admitiría nunca que fuese completamente democrática. No cabía una vía democrática al socialismo. No cabía salirse del patrón marcado por el Imperio (o la Unión Soviética). Esto acabó con las esperanzas de los socialismos y socialdemocracias no entregadas al capitalismo. No había alternativa por muy democrática que fuese. Solo cabía el paripé y algunas concesiones… hasta que se decidiese que ni éstas cabían.