Existe un mito, podría decirse, postmoderno sobre la existencia de una enorme tolerancia en la Andalucía bajo ocupación islámica. La convivencia de tres religiones, ergo en aquellos años tres culturas, que disfrutaban alegremente bajo una u otra forma de gobierno y de dinastía gobernante. Un mito de tolerancia basado, esencialmente, en la supuesta “modernidad” de los filósofos islámicos. Todo ello basado en las traducciones de los filósofos griegos que posibilitaron su expansión por Europa. Como todo mito actual no deja de ser un intento de acomodar los deseos actuales a algo que en realidad no existió según los hechos históricos de los que se tiene conocimiento.

A desmontar el mito se dedica en parte Adriene Candiard en el libro El delirio tolerante (Rialp, traducción de Miguel Martin). Nada más comenzar el texto el dominico advierte que ese pacifismo vital del que hablan, esa «edad de oro de coexistencia pacífica no ha podido concernir más que a algunos periodos relativamente breves; el califato omeya de Córdoba, el periodo de taifas, la ciudad de Toledo después de tomarla el rey de Castilla y a lo largo del siglo XII». Muy poco tiempo para un mito tan grande y tan interesado. Incluso, como analiza Candiard, dentro de esa relativa paz no todas las personas que profesaban una religión contraria a la de los gobernantes tenían el mismo estatuto “ciudadano”, aunque sí monetario.

Para hablar de un Islam que podría ser base de una tolerancia actual toman al filósofo Averroes como ejemplo de esa convivencia entre las tres religiones del Libro. Un pensador que, por mucho que tradujese a Aristóteles, no dejaba de ser un defensor de la yihad contra los cristianos y que gustaba de «prohibir a los filósofos discurrir los principios religiosos, justificando de paso la condena a muerte de los herejes». Poca tolerancia se observa en el pensador andalusí.

Tras esta apreciación Candiard prosigue, hermosa y sencillamente, como en todos sus libros, analizando la idea de tolerancia en las sociedades modernas. De esta forma comprueba que las ideas religiosas, al ser consideradas como no racionales, quedaban excluidas del debate. Algo que ya había advertido santo Tomás de Aquino que traería consigo en fideísmo. Eliminar el debate del “hecho religioso” en su completa magnitud ha acabado provocando ciertos radicalismos en la Europa actual.

Como francés, aunque residente en Egipto, el autor conoce perfectamente lo que acontece en esas banlieues donde ya no existe ni la ley francesa. Se rigen, como es conocido,  por la ley islámica. La tolerancia actual, postmoderna, permite la victimización constante y la consecución de ciertos privilegios. De hecho es fomentada por ciertos grupos y elites intelectuales, algunas de las cuales son las que han fomentado el mito andalusí de tolerancia. Esto no es una solución, mucho menos racional, como quiere Candiard.

El autor propone, y así lo elogia, el debate. Pero no un debate entre doxósofos y amanuenses sino entre conocedores de las religiones, no solo el islamismo sino también el cristianismo, ya que son los únicos que pueden establecer los límites a la tolerancia racionalmente y así no caer en el relativismo típico de estos tiempos.  El respeto al otro es base de la dignidad humana, sobre eso no hay discusión, pero ese respeto debe ser recíproco y para ello es necesario el uso de la razón y el debate. No hay que consensuar nada («la violencia de la obligación del consenso […] impide todo verdadero diálogo borrando las diferencias»), ni negar la diversidad (sin obviar que las diferencias pueden ser profundas), ni caer en el sincretismo, ni llegar a ponerse en el punto de vista de Dios (algo imposible).

La confrontación, la polémica, no es mala en sí. Es lo propio cuando se establece un debate/diálogo entre distintos. Lo que sucede es que si no hay un uso de la razón no cabe confrontación constructiva. Porque, pese a lo que quieren decir los tolerantistas, los dioses del Corán y la Biblia no son iguales. Por tanto no cabe otro camino que intentar convencer. Al rechazar la verdad religiosa, especialmente en el lado católico, la tolerancia se complica porque no hay reciprocidad. Pero el malestar con el Islam no es algo que surja porque sí, sino que es un síntoma, «el síntoma de una carencia». Al negar la posibilidad de lo religioso cristiano, los occidentales han ido perdiendo armas para poder comprender, dialogar y convencer. Sin la razón, religiosa, no hay posibilidad de tolerancia. Como no la hubo en la Andalucía islámica.

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