Tal como indica el titular Migraciones de lo sagrado de William T. Cavanaugh es el libro que cualquier católico debería leer. En tanto es un libro escrito desde una visión católica, en cuanto ofrece una teología-política que hoy se hace ineludible para tratar de entender algo el mundo. Bien es cierto que circunscribirlo al ámbito católico es hacerle un flaco favor al ensayo. Trasciende el círculo del catolicismo para proyectarse en una visión del mundo que aporta numerosos análisis válidos a quien sea laico. No a quien sea protestante, en la fe o en la práctica. O como diría Juan Manuel de Prada, no es un libro fácil de digerir para el católico pompier; el católico de rito dominical y laicismo semanal. Un buen libro sobre el mundo que habitamos y que es acierto su traducción y publicación por parte de la editorial Nuevo Inicio.

El autor, teólogo estadounidense, se apoya en los textos bíblicos tanto como en los textos de otros teólogos, filósofos, historiadores y politólogos, con el fin de establecer un diálogo que, mediante un lenguaje sencillo –algo necesario para llegar a cuantas más personas-, transporta al lector a la finalidad del ensayo: la visibilidad sociopolítica de la Iglesia. Una eclesiología. No piensen, empero, que Cavanaugh se dedica a criticar a Roma, sí lo hace con Cartago (capitalismo-liberalismo), expone los errores cometidos. Prefiere reflexionar sobre la actitud de los obispados, de la acción que deberían llevar a cabo ordenados y seglares, contextualizando su argumentación en vista a recuperar la luz necesaria en una época tan tenebrosa. Sí hay una gran crítica al capitalismo y a EEUU (la nueva Jerusalén), sin embargo sus reflexiones pueden ser perfectamente extrapolables a Europa. ¿Acaso el imperialismo estadounidense en su pretensión de homogeneización ideológica y cultural no está afectando a las estructuras simbólicas de los países europeos, incluyendo España? Se puede leer desde la fe y desde la curiosidad. Por sumar ideas que permiten explicar lo que sucede en el mundo, lo que nos sucede como personas.

Si usted es licenciado en Ciencias Políticas, seguramente, la primera parte le resultará conocida. La conformación del Estado-nación y lo que ha conllevado. Bueno, igual siendo politólogo reciente también le sorprende porque están los planes de estudio deslavazados y no sería de extrañar que se haya perdido esta materia fundamental. Para los legos en la materia les gustará conocer la realidad del Estado-nación, ese nuevo idola tribus,  así como la creación de la sociedad y otras instituciones sociales que parecen estar ahí desde tiempos inmemoriales. Y no, pese a la ideología liberal, no estaban ahí sino que se han ido construyendo, como el concepto de individuo. Algunas veces desde bases simbólicas preexistentes, otras mediante artificios ideológicos. Esa migración de lo sagrado, que es el título del libro, ha permutado una religión por otra. Estatalismo/nacionalismo por cristianismo. El fenómeno se explica perfectamente y puede resultar de utilidad para muchas personas.

Suponer que todo es culpa del Estado sería, dice el autor, quedarse a mitad de camino. Si leen el clásico de Perry Anderson (El Estado absolutista) entenderán que no hay que quedarse en el aspecto institucional. Cavanaugh no sólo señala al Estado-nación sino al verdadero impulsor de todo ello, el capitalismo y su ideología dominante, el liberalismo. “Someter a una sociedad entera a la lógica del mercado requiere una agresión constante del Estado contra las organizaciones intermedias que están entre el individuo y el Estado” expone el autor (p. 110). Esa mercantilización es la que genera los migrantes y los turistas. Símbolos, como se lee en el texto, de la época actual. Generadores de antipatías y simpatías. Pero elementos cruciales de un espíritu de época (Zeitgeist). Mientras el migrante es visto con recelo, el turista es acogido para que obtenga las experiencias singulares del deseo. Al final el turista acaba por ser ese elemento simbólico necesario para la homogeneización ideológica. En contraposición Cavanaugh propone la figura del peregrino.

Si desean entender el sentido imperial de EEUU el texto ofrece un análisis teológico-político sucinto pero de gran claridad y caridad. Que lo religioso, la nueva Jerusalén y el mesianismo modernista (capitalismo+democracia liberal) es la base de la construcción de Estados Unidos ha sido analizado por diversos autores anteriormente, pero Cavanaugh se atreve a asegurar que ese poso religioso, mesiánico, pasado por el tamiz nacionalista, es el que ha provocado el expansionismo militar e ideológico estadounidense. No son cosas de EEUU, como se puede leer en alguna otra reseña, son cosas del mundo entero y la Iglesia católica debe tenerlas en cuenta. El apostolado católico confronta (o debería confrontar) con esta nueva Jerusalén, mucho más si la acción imperial conlleva la desespiritualización del mundo. El individualismo de esta nueva religión supone la destrucción de todo aquello en lo que cree un buen católico.

Es normal que Cavanaugh deba hablar de san Agustín y su teoría de las dos ciudades. Una interpretación errónea de la misma es la que ha llevado a la Iglesia al declive en el que se encuentra, especialmente en Europa. Una mala interpretación que proviene de no haber comprendido el pasaje evangélico de “A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. El autor explica, mediante el reconocimiento del pecado, el cual no supone un reconocimiento de la “trágica fatalidad”, por qué la Iglesia no debe ser el reino salvador, ni por qué hay que esperar a la ciudad de Dios para la salvación, ni por qué hay que construir ad hoc una ciudad sagrada en la Tierra. Evidentemente hay que acercarse a lo recomendado por Dios pero esto sólo se consigue mediante la “humilde aceptación de que no tenemos la responsabilidad de hacer que la historia acabe bien usando medios violentos” (p. 104). La ciudad de Dios es la ciudad del arrepentimiento.

Una vez que se entiende que la salvación comienza en la Tierra (clave en la lucha contra el protestantismo), Cavanaugh analiza el peligro del capitalismo y del liberalismo (entendido en su sentido amplio) ya que es la alianza destructora de la “tradición compartida y el bien común”, que en esta época no son considerados necesarios para articular el orden social. Frente al procedimentalismo liberal deben estar los católicos mostrando sus virtudes, su carácter, su autoridad (auctoritas) moral como observadores con fiabilidad y aportando su sentido de comunidad. Frente al Estado omnipotente, la comunidad. El católico, si no quiere ser pompier, debe saber que la triada liberalismo-capitalismo-postmodernidad es perjudicial para la Iglesia. ¿Supone esto salirse del ámbito democrático? No, supone reafirmar el valor de lo comunitario, del bien común, del respeto por el pasado y de la escatología cristiana. La Iglesia no puede ponerse de lado frente al drama actual. Ni debe abrazarse a falsos amigos, como partidos que con una mano te soban el lomo y con otra apoyan todo aquello que destruye los valores católicos.

Necesitamos una eclesiología que sea lo bastante sólida para hacer frente a los poderes fácticos, pero lo bastante humilde para no reproducir las exclusiones y el orgullo de esos poderes. Si la Iglesia no es de algún modo un signo visible contra los poderes, entonces está dejando vía libre a otras lealtades” (p. 243). Estas palabras de Cavanaugh pueden ser el perfecto resumen del libro. En una época de oscuridades, de tinieblas político sociales, estas reflexiones del autor estadounidense ofrecen algo de luz. Cabe destacar la buena edición del texto (con espacio para anotaciones y letra para todo tipo de vistas), aunque hay un error de traducción imperdonable: Estado, cuando es sobre institución, siempre se escribe con mayúscula (como establece la RAE) y en el texto siempre está escrito en minúscula.

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