Ya decía Robert Dahl que no vivimos realmente en democracias sino en poliarquías. Esto es, la democracia no es posible, mucho menos en estas sociedades masificadas y aglutinadas bajo en ente Estado, sin el demos realmente asumiendo el poder. Lo que se ha dado en llamar democracia liberal no sería más que la fragmentación en diversos núcleos del poder, los cuales convergen o confrontan por cierta preeminencia. Marxistas y soberanistas no comparten esta afirmación pues saben que el núcleo económico es decisivo y, en última instancia, determinante. Sin embargo, el argumento de Dahl sobre la no existencia de una democracia verdadera es válido para dar paso al libro del profesor Ignacio Gómez de Liaño: El eclipse de la civilización (La esfera de los libros).

Lo bueno de haber sido alumno suyo, justo tras su vuelta de China, es que lo que dice en el libro no es producto, o no solo es producto, de la contingencia, Sí, la decadencia occidental, especialmente en referencia al sistema político, no es nueva pese a que populismos de diversa extracción y la elevación a norma del principio de Peter están asombrando a propios y extraños de la cosa política. Que la demagogia y la carencia de ética se hayan adueñado de la política es algo que ya denunciaba Gómez de Liaño allá por los años 1990s. Ahora es metastásico lo que en aquellos tiempos eran síntomas de una grave enfermedad. El libro, por tanto, viene a ser más una culminación o un resumen de lo que el filósofo ha venido denunciando a lo largo de los años que un libro al albur de los tiempos. ¿Qué hay de nuevo entonces?, podrían reprochar los críticos o los incultos, la forma y el camino trazado en el ensayo.

Los padres de la civilización

Recuperar para causa “democrática” a Cicerón, Séneca o san Pablo es tan necesario como no baladí. Como afirma el autor, al fin y al cabo los avances humanos producidos en occidente, pese a quien le pese, tienen su “núcleo irradiador” en la mezcolanza de los romano con el cristianismo. Benedicto XVI en numerosas ocasiones siendo tildado de conservador o reaccionario por ello. Gómez de Liaño, sin olvidar a Gabriel Albiac y algunos más por ejemplo, ha sido calificado de nuevo reaccionario por sus posturas similares. Seguramente esos calificativos provienen de personas que ni han leído, ni han comprendido al autor español. Conocer la vida (y miserias) de Cicerón, Séneca y san Pablo le sirve al filósofo para ir introduciendo sus pensamientos ético-políticos. Unos pensamientos que tienen validez universal y son completamente atemporales.

¿Quién podría negar que vivir para la mera acumulación de riquezas y que esta última fuese la vara de medir meritocrática es un error? Los tres autores propuestos no lo hacen. Así habla Séneca a través de los siglos: “Desde que ha comenzado a estar en honor el dinero, ha decaído el verdadero valor de las cosas y, convirtiéndonos en mercaderes y mercancías unos para con otros, en cada cosa no buscamos la calidad y la autenticidad, sino el precio” (p. 95). No piensen que lo crítico tan solo abarca el dinero y la propiedad, nadie en su sano juicio puede estar a favor de quitar a las personas el justo premio a su esfuerzo y trabajo, pero sí tiene que ver con lo que esta época está haciendo al ser humano. Valores, derechos y deberes ya ideados por aquellos cuasi coetáneos siguen siendo necesarios para evitar la tiranía, por mucho que se disfrace de democracia.

Ver al otro como otro-yo “al que entregarse caritativamente” es más necesario que nunca frente a un enemigo (especialmente proyectado por la clase política) o el competidor. La solidaridad y la fraternidad, la libertad y la igualdad jurídica, la participación en la vida pública y las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) son fuentes éticas que parecen querer secarse o salarse por algunos grupos de poderosos. Esa lucha ya estaba presente en los autores antiguos, así como el uso de la razón tanto si estaba unida como no a la fe. La irracionalidad campa hoy a sus anchas, de ahí que los valores éticos sean cada vez menos importantes, pese a lo que pudiera aparentar lo políticamente correcto, elemento tiránico que se mueve de derecha a izquierda.

Yihadismo

Frente a los tres pensadores de la luz, otros tres pensadores del eclipse civilizatorio: Mahoma, Marx y Hitler. A ellos, advierte Gómez de Liaño, cabría añadir el economicismo capitalista y las variadas formas de populismo, así como las variadas formas del islamismo yihadista como elementos oscuros. Sobre Mahoma y el islamismo ya profundizó Gómez de Liaño en un libro anterior (Democracia, Islam, nacionalismo, Ediciones Deliberar), por lo que viene a sostener las mismas tesis que allí. Hay islámicos que no son islamistas-yihadistas pero la propia doctrina del Islam, plasmada en la yihad, es anticivilizatoria; cualquier acción que fortalezca al Islam está justificada, incluso con la aprobación de dios; hacerse la víctima, incluso cuando se es el victimario, es una estrategia divinamente aprobada, o lo que es lo mismo, hacer que la víctima acabe siendo la culpable de la acción punitiva; el Islam acaba con la libertad de expresión (¿recuerdan los casos de Charlie Hebdo o Salman Rushdie?); la taquiya o engaño es una estrategia útil…

Seguramente para muchos lectores será sorprendente ver cómo el Islam ha influido sobre el luteranismo o el nazismo. Lutero siempre situó la fe por encima de la razón (“esa prostituta”), algo que san Pablo y la patrística no hicieron (razón y fe van de la mano), lo que acaba desembocando en el irracionalismo y el nihilismo de nuestros tiempos. No hay libre albedrío, la escolástica a la basura, pues la omnipotencia totalizadora de dios (de ahí la teoría de la predestinación) lo impide. Cambien fe por nación (Lutero afirmaba que los latinos eran una raza inferior) y tendrán a Fitche y todo lo que ha venido después.

Las religiones políticas

El siguiente en pasar por el sillón del dentista es Karl Marx, al que Gómez de Liaño sitúa como padre de una suplantación del cristianismo por “un ideario dogmático que niega la libertad de conciencia” en una especie de mesianismo burgués. Guarda alguna simpatía el autor por Marx, pues acertó con algunos de los aspectos más detestables del capitalismo, pero señala que fue peor lo que acabó llegando con Lenin, Stalin y Mao.

La última semblanza es la de Adolf Hitler. A diferencia de otros “analistas” o “graciosillos” que pululan por los medios de comunicación, Gómez de Liaño muestra cómo el austriaco tenía claros sus enemigos desde el principio: los marxistas (“el veneno marxista”) y los judíos (junto a la masonería entregada al poder judío). Todo aquello de poner las palabras socialista o trabajadores en el nombre de su partido no era más que, como dijo Victor Klemperer, una fórmula de sugestión proveniente de un grupo de estafadores “que se estafan a sí mismos”. También hizo uso de lo teológico el nazismo (como otros fascismos) por la vía luterana: dios habría escogido a la raza ario-germánica para sus planes divinos de salvación. Dios habría creado la familia, la nación, el Estado y la raza. Benito Mussolini tampoco aborrecía de lo religioso pues “el fascismo respeta al Dios de los ascetas, de los santos, de los héroes, y también al Dios tal y como le reza el corazón primitivo y sencillo del pueblo”. Paganismo y voluntad de poder.

El nacionalismo (¿irracional?) desemboca en algo similar al nazismo. Por ello en el mismo capítulo Gómez de Liaño incluye al vasco y al catalán, describiendo brevemente las andanzas de Sabino Arana y los diversos catalanistas que han sido a lo largo del tiempo. El lector podrá comprobar que el racismo sigue muy presente en algunas concepciones nacionalistas, que no dejan de ser religiones políticas como las derivadas de Schopenhauer, Nietzsche o Freud.

La utopía eticocrática

Por todo lo anteriormente expuesto, cree el filósofo español que el retorno a Cicerón, Séneca y san Pablo puede ser de fundamental ayuda para lograr fundar una eticocracia (forma parademocrática necesaria en las sociedades actuales), la cual permita a los seres humanos liberarse del yugo de las tiranocracias (los que lean el libro podrán encontrar los valores de una y otra forma política). En resumen, los postulados de Gómez de Liaño son sencillos en su formalización y complicados en su realización pues, en nuestras sociedades del eclipse civilizatorio, prima más el propio interés que el bien común. Esto no implica ningún tipo de colectivismo (algo que aterra al autor), sino que, partiendo de una ética común, cada individuo pueda llegar a realizarse tal y como desee sin impedir la realización de los demás en una comunidad fraterna.

“Cuando los valores morales, religiosos e intelectuales se supeditan al dinero y sus agentes, la tiranocracia de los oligarcas está en puertas” afirma Gómez de Liaño. No es de extrañar que los intelectuales críticos vean, cada vez más, cómo su voz se va silenciando y soslayando: “se silencia a los excelentes y se exalta a los mediocres siempre que sean adictos a los poderes político-mediáticos”. La necesidad de establecer un utopía, como fórmula de concienciación (seguramente con sus mitologemas), es lo que ha llevado al profesor a plasmar cómo se fue forjando la civilización y cómo se viene eclipsando. Las otras vías son el irracionalismo, el nihilismo y la completa sumisión (por conectar con Michel Houllebecq).

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