Gilles Lipovetsky previno hace años sobre la entrada de la humanidad en la Edad del vacío (Editorial Anagrama). Hoy en día ese vacío es patente en todos los órdenes de la vida. Se trabaja sin producir nada en realidad, se figuran vidas en redes sociales (¿han visto la cantidad de personas que tienen yates o aparecen en ellos?), se deja de comer por viajar a cualquier lugar donde se exige comer una paella y el fútbol se ha convertido en cualquier cosa menos deporte. En realidad un vida fingida en redes sociales y una realidad de la que se tiene pavor.

Hace poco la editorial Almuzara publicó el libro de Julia Lescano Vida escaparate. ¿Vivir para ser visto o ser visto para vivir? En el mismo la autora, desde una perspectiva más asentada en lo estético, analiza cómo el mundo de las personas se ha transformado por culpa de las redes sociales. Millones de fotos y vídeos cortos subidos para el público deleite con la única intención de ofrecer una vida aparente. Ahí tienen a cientos de personajes en Twitch que viven de estar pegados continuamente a una pantalla hablando de todo sin saber de nada. Eso sí, con muchas voces y estruendo como si los que escuchan fuesen poco menos de memos. Si se fijan hasta Facebook se ha convertido en un Instagram de baja estofa con sus historias. Hay que venderse aunque no se gane dinero… ¿o sí?

Apariencia en redes sociales

Todo esto, como es evidente, se ha trasladado al mundo del deporte. Numerosas imágenes de deportistas haciendo pesas, trucos con un balón o simplemente haciendo el millonario con todas las marcas que les dan mucho dinero bien a la vista. El marketing lleva funcionando desde hace muchos años y que se ofrezcan a la vista productos y marcas no es nada nuevo. Lo peor es hacer del fútbol (o el deporte en general) algo que encaje perfectamente en una historia de Instagram, un reel de Facebook, un vídeo de Twitter o cualquier imagen (falsa, se puede avanzar) en las distintas redes sociales. Un muestrario de imágenes prefabricadas y diseñadas para personas que no deben pensar demasiado, que no deben preguntarse por disputas éticas o por una estética no relativista.

Los bailes de Vinicius Jr, por poner un ejemplo reciente, no son producto de la alegría de un chaval sin estudios y con poca capacidad racional por haber metido un gol. Si lo fuese lo habría hecho siempre y no ha sido algo constante en su carrera (lo de meter goles tampoco). Es algo que está relacionado con el mundo de la publicidad, de los ingresos, de las videoconsolas y el aparentar. Más allá de la falta de respeto al rival (algo ético que han ocultado con estupideces sobre el racismo), los bailes de Vinicius Jr son una campaña de apariencia para redes sociales e ingresos derivados.

Una fábrica de hacer dinero: ViniciusTM

Si se fijan siempre hace el mismo baile y ese baile se traslada, como “marca registrada”, a juegos como FIFA. Es la marca distintiva del jugador y lo que le puede permitir ganar dinero extra (una parte del mismo va a las arcas del Real Madrid, que está muy interesado en que siga bailando). Da igual que como jugador sea un bocazas y un embustero tirándose y fingiendo agresiones, lo que llega a las mentes frágiles y los que no ven fútbol en sí es el baile. Los niños le querrán imitar aunque no sepan ni cómo juega, ni cómo habla.

No es el único caso. Ahí tienen a João Félix que, salvo dos caños, tres pases y algún regate, no ha demostrado nada ni en el Atleti, ni en la selección de Portugal (por si sólo le echan la culpa a Simeone, que ya se sabe cómo anda el patio). El tipo también tiene sus bailecitos, sus posturitas y sus dos caños mil veces amplificados en redes sociales para ser calificado de “jugón”. Es todo apariencia, como esos vídeos resumen que hacen ver a cualquier tuercebotas una reencarnación de Platini.

Son jugadores de Instagram. Jugadores sobrevalorados por culpa de las redes sociales. Otros, con menos dedicación a las mismas, igual aportan más a los equipos pero no parecen tan buenos porque no están a hacer el idiota. Cuando un jugador hacer gestitos, bailecitos o posturitas en un terreno de juego, lo hace buscando aparecer así en FIFA; en una historia de cualquier red social o caer en gracia para que una marca de patatas fritas cuente con él para un anuncio. Es pura filfa porque luego los resultados no acompañan a tanta postura. Y si se hace como Gerard Moreno es normal que cualquier afición se cague en su familia (igual su hija prefiere otra dedicatoria), aunque como está siempre lesionado es normal que deba aprovechar.

Fútbol postmoderno

Fútbol diseñado para encajar en una red social. Fútbol para aquellos clientes que acuden a un campo de fútbol y se pasan todo el partido con el móvil en la mano grabando ese caño inútil (para el devenir del encuentro), el regate que no lleva a ningún lado o las caritas de ese que es muy guapo. Fútbol para los que no les gusta el fútbol o son muy cortos de mente. Fútbol como un programa diseñado para redes sociales. No hay jugador que no haga cosas pensando en las decenas de cámaras que hay en un encuentro de fútbol. Hacerse famoso no por el juego sino por la apariencia. Porque lo aparente vende. Ya sea para intentar colar que se tiene un yate, ya sea para hacer ver que se es un crack del fútbol.

El fútbol que se ha erigido como el deporte moderno por excelencia, está siendo arrastrado por la postmodernidad. Lo que comenzó con Ronaldinho (sus anuncios de bailes le hicieron ganar un buen dinero) y que Cristiano Ronaldo y Messi elevaron a la categoría de universal (o piensan que el “sííííí” no está pensado incluso con el salto), se ha extendido a cualquier jugador con ínfulas de estrella. Son jugadores de Instagram porque de fútbol poco. No se dejen engañar, los bailes y celebraciones estúpidas no son muestra de alegría, son marketing puro y duro.

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