Lo peor que le puede pasar a un libro, más si es ensayo, es que no acabe ofreciendo lo que promete. Si se vende como novela negra y no lo es, al final se acaba sabiendo y los lectores dejan de comprar el libro. Lo mismo sucede con un libro de historia sobre un tema el cual acaba siendo menor en el cómputo general del mismo. No se puede vender/ofrecer la Gran Guerra hablando de la conquista de Asía por Alejandro Magno. En todos estos casos la culpa no es del departamento de marketing (venden lo que les han comentado que vendan) y/o comunicación sino del editor (grupo de editores) del mismo.

El libro La Doctrina Social de la Iglesia de José Andrés-Gallego (Sekotia) peca de ese error editor. No sólo existen numerosas faltas tipográficas, párrafos que parecen haber sido copiados y pegados de otros textos (el estilo narrativo lo muestra), errores de fechas o confusiones de autores (en este caso entre Max Scheler y Max Weber), sino que en su mayoría poco habla de la Doctrina Social de la Iglesia (a partir de ahora DSI). No es que el autor no tenga capacidad como historiador, su currículum dice que ha sido catedrático de Universidad e investigador de la materia en el CSIC, es que cuenta algo que nada tiene que ver con lo que se ofrece.

En un libro sobre DSI se pide que la mayoría del texto sea sobre el tema. La introducción algo aporta pero ya indica por dónde iban a ir los derroteros. De repente para hablar de la DSI se comienza hablando de la crisis financiera de principios de siglo XXI, retrotrayéndolo hasta los años 1980s. Uno podría esperar que fuese para engarzarlo con la necesidad actual de una apuesta firme por la DSI, pues no. Se pone a hablar de escatología, del Estado, de la concepción del poder en la segunda escolástica y, de repente, aparece Guillermo Rovirosa.

Pasa a hablar de la cuestión social a comienzos del siglo XIX, algo lógico si lo acabase uniendo a los pontífices que hicieron de ésta un fundamento doctrinal. Algo así ocurre pero, primero, hay que hablar de lo poco que le gustaba a Pío Nono el socialismo y todos esos revolucionarios materialistas. Con León XIII, aquí casi por obligación, se analiza levemente (esto de levemente es completamente subjetivo a quien esto escribe, igual no para el autor) la creación de la DSI a través de la encíclica Rerum Novarum. Cuando le toca el turno a Pío X ofrece una exposición sobre las posibilidades de organización de los católicos, lógico, y los alambicados procesos de construcción de lo que posteriormente sería la Democracia Cristiana. ¿Y la DSI? Ya volverá.

Con Benedicto XV poco se puede hacer, respecto al tema que se supone del libro, pues le tocó bailar con la I Guerra Mundial y bastante tenía con ello. Pío XI, sin embargo, dispuso de un poco más de tiempo pero la amenaza de los totalitarismos se llevó la mejor parte de la producción papal (ya saben Non abbiamo bisogno, Mit brenneder Sorge y Divini redemptoris). Pío XII hubo de librar con la II Guerra Mundial y el holocausto. De todos ellos va ofreciendo algún detalle respecto a algo que se podría llamar DSI. Ningún autor que sea católico tiene cabida solo los papas y Scheler. Un apunte, Juan Pablo II (antes de ser nombrado papa) modificó la teoría de los valores del autor alemán llegando a establecer lo que “oficiosamente” es lo fundamental en el personalismo católico (el magnífico libro de Rocco Buttiglione sobre el pensamiento Wojtyla editado por Nuevo Inicio puede ilustrar sobre ello), algo podría haber dicho.

Con Juan XXIII ya cambia la cosa y se vuelve a hablar propiamente de la DSI (a todo esto, nos narra todos los cotilleos de los cónclaves) y de lo que no es de la DSI como es habitual durante todo el texto. Sin venir a cuento y cuando más concentrado está el lector con lo que podría desglosarse del Concilio Vaticano II, salta a Juan Pablo II. Pablo VI como si no existiese o le caiga mal. Evidentemente, en todo esto aparece, otra vez, Rovirosa sin encajar con el tema. Eso sí, conocerán que estuvo en la cárcel con Franco. Con el papa polaco y con Benedicto XVI hace una especie de dúo y lo poco que se habla de DSI, en el largo tiempo de ambos pontificados, es selecto y concreto. A cambio lo compensa con cuestiones, no sociales, de la Teología de la liberación. Finaliza con Francisco I, un papa que parece que le cae bien y del que espera mucho.

El libro deja la sensación de estar hecho a retales o a pedazos de cuestiones que se escriben, se dejan reposar o descansar en un archivo, y se vuelven a colocar. Los saltos estilísticos y narrativos son constantes. Muchísimas páginas de desarrollo de cuestiones que le interesarán al autor (como la necesidad de distinguir entre Estado y comunidad política) pero que no son DSI en sí. De hecho las grandes encíclicas sobre el tema no se llegan a desarrollar con la extensión necesaria en un libro con tal título. Ni análisis de teólogos o filósofos sobre el tema. Deja una sensación de orfandad intelectual sobre el tema. Y para rematar comete errores tan graves como decir que Ellacuría murió en Ecuador y no que fue asesinado en San Salvador. Todo ello culpa del editor que no ha sabido guiar al escritor.

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