En el submundo del pensamiento político-social existe bastante movimiento en España. La putrefacción de la política activa esconde u opaca debates interesantes que se producen en revistas digitales, con la publicación de libros y en algunas columnas de periódicos “para todos los públicos”. Identitarios, liberales-libertarios, conservadores, los restos del marxismo y algún despistado que pasaba por allí. Eso que se da en llamar la “batalla cultural” está mucho más presente en ese submundo que en el de la política y la intelectualidad “oficial”.
Normal, entonces, que al ir a una librería y ver expuesto el libro coordinado por Rodrigo Gómez Lorente, Ser conservador es el nuevo punk (La esfera de los libros), la tentación de hacerse aumente el “Diógenes lector” que cualquier persona interesada por el pensamiento sociopolítico tiene. Gastas los veinte euros (en realidad gastas más porque te llevas unos cuantos), llegas a casa, lo dejas en la pila de libros por leer y en el momento en que terminas esas lecturas que tenías entre manos (como esta o esta otra), incluyendo alguno que se coló por fascinación (como este), disfrutas de ese momento único de abrir el libro. La sensación de estar ante algo nuevo, algo que ha llamado la atención por su eslogan (el título del libro); esa casi necesidad de que se confirme si alguno de esos artículos que te han sorprendido en la Revista Centinela tienen continuación en ese texto que tienes entre las manos… Y no. Al poco de comenzar empiezas a torcer el gesto.
En doscientas páginas, es evidente que hay cosas que pueden gustar, pero la exigencia lectora cuando se trata de un pensamiento como el conservador está ahí. La mayoría de los españoles y muchos lectores seguramente no sepan qué es eso del conservadurismo –no saben qué es el marxismo, que está más en boca de los doxósofos– y este era un buen camino para abrir conciencias. Se puede ser o no ser conservador, pero que es necesario, casi con urgencia en España, un pensamiento conservador que pueda dar pie a cierta acción política es más que evidente. Como dicen en el propio libro hay mucho disfraz de conservador en esta sociedad del espectáculo (por cierto ni se nombra a Guy Debord en todo el texto pese a hablar profusamente de postmodernismo) y gracias a esta publicación se podría desenmascarar a más de dos y de tres. Pero…
No se puede escribir sobre la belleza sin establecer, como punto de partida intelectual, qué es lo bello. No vale con decir que son unos cánones, una forma de entender el arte o la vida, pero sin establecer qué cánones, qué forma. Mucho más cuando, señalando con el dedo, se habla de que contemplar, admirar o extasiarse con lo bello no admite ningún tipo de subjetividad. Cualquier profesor de estética disentiría de ello, así como cualquier persona mínimamente culta. Puede que a alguien le guste Velázquez y no Dalí, por ello ¿es menos bello el cuadro La persistencia de la memoria que La fábula de Aracne? Cierto que arquitectónicamente es más bella la construcción de algún barrio burgués del siglo XX que los mamotretos de ladrillo o cemento de los barrios obreros, pero existe una cuestión tanto de clase como de coste. Algo que se insinúa tibiamente.
Tampoco se puede romantizar la vida en un pueblo, entre otras cuestiones, porque te puedes encontrar con alguien que viva en uno y trabaje en varios, que haya pasado más de cuarenta años veraneando y pasando los fines de semana en Guadarrama. No, Guadarrama no es el epítome de la vida local perfecta o cercana. Tampoco lo era antes cuando en las fiestas de la Virgen de la Jarosa los locales, con sus chalecos de las peñas (amarillos Los clarines, rojo El capote), salían a dar de leches a las gentes de las urbanizaciones. O la mala “follá” que se gastaban en el día a día. No es mal sitio Guadarrama pero no es ese paraíso de localismo comunitario que se intenta vender.
Hay que cuidar las citas de los libros, entre otras cosas porque igual solo igual, hay alguien que se ha leído el libro o los libros y piensa que se le está tangando. Tampoco se pueden dar citas incorrectas. Cuando Friedrich Nietzsche asombró al mundo con su muerte de dios no fue en Así habló Zaratustra sino en la Gaya ciencia o Ciencia jovial (según la traducción) que es anterior. De hecho, siguiendo la edición de Gredos de sus obras, en la página 440 (parte 125) afirma en alemán: “¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos los asesinos de todos los asesinos? […] ¿Nos hemos convertido nosotros mismos en dioses, solo para estar a su altura? ¡Nunca hubo un hecho más grande –todo aquel que nazca después de nosotros, pertenece a causa de este hecho a una historia superior que todas las historias existentes hasta ahora!”. Pues eso, tener un poco de cuidado.
Está muy bien hablar de Chesterton, de Oakeshott, Kirk, Scruton y demás conservadores clásicos pero es poco preciso si para fundamentar, aunque en cuestiones de pensamiento se pueden tomar ideas y mezclarlas, algunas posiciones se recurre a identitaristas como Alain de Benoist (entrevista aquí) o reaccionarios como Eric Zemmour. Y tampoco se puede esconder lo que dicen esos autores en realidad. Respecto al feminismo, parece que no se sabe distinguir perfectamente entre ideología de género y feminismo ilustrado. Lo curioso es que es algo que se explica perfectamente en el libro citado de De Benoist Los demonios del bien (Editorial EAS). Es mejor, parece ser señalar a todo el feminismo como feminazismo. Es mejor hacer caso de las estupideces de Zemmour sobre las mujeres como ejército de reserva (algo que está descartado por el empirismo), cuando la mujer proletaria lleva trabajando desde hace siglos. Suponer que siempre ha existido esa imagen burguesa de la mujer en casa es una falsedad.
Resulta que les parece bien que Roger Scruton tome de las demás ideologías lo que considera positivo y, empero, en el libro no se toma nada positivo de nadie. Bueno sí, del evangelismo estadounidense y el Tea party. De ahí les viene esa manía de señalar al marxismo como causante de todos los males actuales cuando deben quedar unos seis o siete marxistas reales. Más o menos como el número de conservadores. Olvidan que existen numerosos estudios sobre cómo el neoliberalismo se ha nutrido de la escuela (no marxista, cabe recordar) francesa. Incluso a Michel Foucault se le considera uno de los padres de la ideología dominante. Enrique García-Máiquez da una pista en el epílogo al citar a R. R. Reno y su libro El retorno de los dioses fuertes (Homo Legens). Ahí tienen uno de los más lúcidos ataques contra la situación actual por parte de un conservador. Como lo ha hecho alguien tan poco sospechoso como el arzobispo emérito de Granada, Javier Martínez.
Por supuesto que las ideas fuertes son necesarias. Como lo es cuidar lo local; como generar comunidad; como seguir apoyándose en el catolicismo (no en el cristianismo en general para el caso de España); como defender que todo progreso no es bueno en sí; como salir al campo de batalla de la ideas con desparpajo. Todo está bien pero el libro, en ocasiones, está entre lo carca-reaccionario (para ser conservador o tradicionalista) o lo hipster. Pareciera que esto del eslogan y la revista solo fuese un mecanismo para que les hagan casito, o acceder a algunas columnas medianamente pagadas, o ser tiktokeros, o vaya usted a saber qué cosa postmoderna. Tomar el camino de los viejos marxistas para la lucha, como se dice en el texto, tampoco parece buen camino viendo dónde está el marxismo hoy en día (cenizas quedan). El intento es bueno pero hay que mejorar bastante y analizar mucho mejor la realidad. Para ser buen conservador no hay que anteponer lo doctrinal antes del análisis, lo que se dice poner la carreta delante de los bueyes. Y hay poco análisis y poca crítica al sistema capitalista. En eso son poco chestertonianos.