El Partido Socialista jamás podrá estar unido con Pedro Sánchez como secretario general puesto que su modo de entender la unidad gira en torno a su figura y a una lealtad ciega hacia su persona que confunde la lealtad con la sumisión absoluta. Pedro Sánchez jamás aceptará la crítica constructiva ni aprenderá de la discrepancia, aspecto éste que es fundamental para ser un buen líder.

El choque ha venido principalmente por la cuestión territorial y por el modo distinto que tanto Díaz como Sánchez tienen del modelo a aplicar en España. La recién reelegida secretaria general del PSOE-A con más del 90% de los apoyos es favorable a un modelo federal, pero sin que exista una división entre comunidades de primera y comunidades de segunda. Sánchez es favorable a eso que ha dado en llamar “España, nación de naciones”, sin que aún se conozca si el propio secretario general sabe en qué consiste tal propuesta. Sin embargo, por muchos choques que tengan los dos líderes socialistas, lo que queda claro es que se trata de debates estériles puesto que el PSOE aún no ha clarificado siquiera en qué consiste su modelo federal que defendió en la Declaración de Granada ni, por supuesto, en la vaguedad de la Declaración de Barcelona que ahora Sánchez enarbola como bandera.

Díaz ha sido muy clara e, incluso, ha desafiado a Sánchez al pedirle que “nunca me hagas elegir entre dos lealtades, porque yo soy la presidenta de todos los andaluces”. Porque lo poco que se puede entender de lo que propone Sánchez puede generar en, precisamente, lo que más teme Díaz: la creación de una España de diferentes velocidades. Por esta razón ha desafiado al secretario general asegurando que tendrá la valentía de levantar la voz dentro del partido para reclamar la igualdad y la solidaridad en el reparto de la financiación territorial. Ha enfatizado en, precisamente, que se trata de solidaridad y no de caridad. También ha sido muy clara al advertir que “Cuando las singularidades o la diversidad se imponen a otros que piensan de otra manera se daña la convivencia. Si además eso conlleva agravio, desequilibrios y desigualdades, se hace daño a la democracia”.

Por su parte, Sánchez, que no es muy efectivo cuando tiene que responder a quien discrepa de su voluntad o de lo que defiende, dejó respuestas vagas y sacadas de manual que seguramente llevaba escritas, para defender que su España, nación de naciones no lleva implícita la desigualdad para terminar con un vacío “Estoy seguro de que los andaluces comparten que no puede defender España quien no entiende España de distintas maneras”.

Frases de protocolo aparte, lo que ha quedado claro es que el PSOE-A no estaba muy a gusto con la presencia del secretario general que llegó a la clausura del Congreso para que todos vieran al vencedor frente a la vencida en las primarias. La tensión, por otro lado, entre los pedristas y el resto se ha visto con los gritos de “Pedro, presidente” (presidente, ¿de qué?) o con la interrupción de la música con la que el PSOE-A suele terminar sus actos con el canto de La Internacional. Es algo sorprendente cómo el populismo de Sánchez ha logrado hacer que se tome como un símbolo del pedrismo algo que es propiedad de todos los socialistas del mundo.

Por otro lado, la ausencia de pedristas tanto en la Ejecutiva como en el Comité Regional también soliviantó a los seguidores de Pedro Sánchez olvidándose de que, precisamente, eso mismo ocurrió en el Congreso Federal en que la única concesión a la integración fue la entrada de Patxi López en la Ejecutiva. No se puede pedir para uno lo que se rechaza para los demás.

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