Entre esas cosas que suceden al margen de la idiotez política está un pequeño debate que se ha producido en torno al libro de carácter religioso. Ya de por sí complicada acotación pues en esa categoría caben desde invenciones mágicas hasta la teología más sobria, al menos para las grandes empresas vendedoras de libros. [En general las grandes vendedoras de libros no tienen la más mínima idea de catalogar los libros] O peor aún, se habla de libros de espiritualidad, lugar donde las magufadas campas a sus anchas. Aprovechando la feria LIBER 2023 se produjeron las quintas jornadas sobre el libro religioso con varias mesas redondas… de las que no se ha sabido nada más. Lástima no poder ofrecer cierta información.
Gracias a José Manuel Bargueño, editor de Palabra y director de la Comisión del Libro Religioso, que expuso en un artículo en Alfa y Omega la situación, quien esto escribe puede entrar en el debate con una aportación. No porque sea editor sino porque es lector y comprador de ese tipo de libros. Antes de dar voz a Bargueño para introducir el tema, cabe recordar que los últimos datos disponibles hablan de unas ventas generales del 29% de los libros de no ficción, superando a los de ficción por algún punto. También entran en el conteo los manuales escolares y los libros infantiles y juveniles, muchos de ellos, por no decir la inmensa mayoría, comprados obligatoriamente o derivados de colegios e institutos porque por iniciativa propia no sería. La no ficción es esa categoría donde aparece Arguiñano al lado de cualquier premio nobel y donde se incluyen tipos como Robin Sharma, por citar al que primero viene a la mente, que son vendemotos y aprovechados de las angustias de las personas. ¡Y dicen no ficción a hechos jamás demostrados!
Lo que sorprende, retomando ya a Bargueño, es que el libro religioso en España tiene mejores ventas en la exportación que en el propio territorio. No es el libro más solicitado en ensayos y literatura y el editor entiende que, antes de nada, se debe a la secularización de la población española. Para consuelo del editor tampoco es que se vendan muchos libros rigurosos sobre política, derecho, economía y todo el mundo sabe mucho, o dice saber. Realmente es un factor importante al que sumar una población que es la que es, que lee lo que lee y que está sometida a las bufonadas de la clase dominante. Es importante pero igual no tanto.
Bargueño se pregunta “¿Por qué consiguen exposición en medios generalistas otras temáticas minoritarias y no las nuestras?”. Sin saber a qué temáticas minoritarias se refiere es complicado encontrar una respuesta, pero seguramente será porque las otras editoriales tienen más dineros y más “amigos” en los medios generalistas. Diario 16 es uno de los pocos medios que da cabida, cada fin de semana, a las novedades del libro religioso y a pequeñas editoriales. ¿Por qué? Seguramente porque depende de la libertad que tiene quien esto escribe y la no presencia de publicidad de ningún potente grupo editorial. Y es mucho menos importante, para este caso, lo segundo que lo primero. Y las reseñas, ahí la cosa es completamente subjetiva, dependen del gusto del reseñador y de su bolsillo en la mayoría de las ocasiones. Lo que proporciona más libertad.
Es conocido el abuso que existen en los medios con las peticiones de libros y el chantaje (al menos emocional) que se hace. Aquí, cuando se ha pedido alguno, no ha habido problemas con ninguna editorial religiosa (ni de otro tipo) pero no se abusa. Más allá de esta práctica mafiosilla y de los dineros, cabe decir que existe una especie de ideología dominante en los medios generalistas donde incluir libros sobre religión parece que quita cierta “calidad” al medio. Es preferible hablar de los Sharmas del mundo y de los libros de autoayuda (¡como si se fuese a resolver el problema con un libro, el cual no deja de ser un mecanismo ideológico del sistema!) a un buen texto de un teólogo o filósofo cristiano (lo de decir católico pone los pelos de punta a más de dos). Lo segundo igual hace aparecer una conciencia crítica. Igual. Aquí, en estas páginas, como no existe ese prejuicio se puede reseñar un día a Louis Althusser y al otro a Frabice Hadjadj.
Las grandes cadenas de ventas de libros, se queja Bargueño, al final colocan en Espiritualidad todos los libros y los medios solo hablan de ciertos libros cuando hay polémica (como sucedió con Georg Gänswein, aunque fue una falsa polémica como se contó aquí). Falta visibilidad. Cierto. Y ya ha quedado contestado en el párrafo anterior. “¿Qué queda hacer?”, se pregunta Bargueño. Y responde que ampliar temáticas, proponer temas más atractivos, dejar a un lado ciertos textos clásicos, adaptarse más al lector… En sus palabras aparece la resignación a transitar hacia otro tipo de editorial más “clásica”. E igual no es por ahí. Utilizar la Biblia para hacer libros de autoayuda puede tener algún aumento de las ventas; recopilar literatura cristiana tampoco será malo; pero hay algo más fundamental. No existen lectores. Y no por una cuestión religiosa, sino por una cuestión educativa y cultural.
Es complicado encontrar lectores que se enfrenten a un libro profundo y los libros religiosos son profundos. Siempre es más sencillo leer a un Antonio Maestre de la vida, con sus pamplinas, recortes de otros y banales que a Joseph Ratzinger. El primer tipo de libros los lees en el aseo tranquilamente pero no interpelan a la mente y el cuerpo como puede hacer un buen ensayo o un buen libro (véase cualquier autor ruso clásico). La educación, en general, potencia al lector del primero y penaliza al segundo. Cualquiera puede ser poeta actualmente. Con poner, sin rimas por cierto, cualquier frase que sea medio bonita a lo Coelho vale. Y el buen poeta te estremece el alma. Este tipo de lector no es tan sencillo de encontrar y lo pueden atestiguar los editores de libros de ensayos. La cultura del espectáculo potencia este tipo de lector, cuando lo potencia, claro.
Decía Enrique García-Máiquez en un artículo de hace un par de días (Jon Fosse) lo siguiente: “Creo que al rebufo de esta curiosidad [descubrir a Fosse] tendríamos que plantearnos cómo estamos comunicando en la Iglesia y sus alrededores los genios creativos que, contra lo que parece, tenemos, como siempre, pero ahora no llegan. Nop se trata de promocionar a los escritores propios, pero es raro que no se haya presumido un poco más de quien ya era un escritor reconocidísimo con más de 40 obras de todos los géneros”. Ese miedo a que algún autor por ser católico no pueda ser bueno o a que por promocionarlo te encuadren está ahí, incluso en las editoriales. Se observa cierto miedo a que un libro de tal o cual autor, por ser católico, ya sea arrinconado. Una falacia enorme pues hay numerosos autores de religión católica que escriben verdaderas maravillas, literarias y ensayísticas. El miedo creo que también afecta.
Como afectan ciertos prejuicios ideológicos. Parece que por escribir un libro “católico” esa persona ya es de derechas o fascistas o reaccionaria o lo que sea. Y no. Por ejemplo, la editorial Nuevo Inicio ha publicado textos, como los de la Ortodoxia Radical, que son más antisistema que todas las colecciones del wokismo. Antisistema y rojeras se le han colado a Homo Legens entre sus autores. O uno de los últimos libros de PPC (coordinado por Tomás J. Marín Mena) que es una maravillosa unión en lo católico de personas de muy diferente opción política y/o social. ¿No nos habla hoy mucho mejor Romano Guardini sobre el individuo que alguno de esos liberalotes que publican en editorial reconocidas? ¿Es malo convertirse en un héroe, como nos reclama David Cerdá, de lo ético? ¿No ofrece más esperanza Luigi Giussani hoy que cualquier político? Hasta hace no tanto lo hacían los buenos autores marxistas. Se pueden citar muchas más obras de Síntesis, de Palabra y de tantas otras editoriales religiosas que contienen mensajes de esperanza mucho más antisistema que los que nos venden en los medios. Igual por ello no aparecen en los medios. G. K. Chesterton siguen siendo un buen compañero de lecturas, como lo puede ser Adrien Candiard o tantos otros que escriben con profundidad pero con simpleza al mismo tiempo.
Al final es un conjunto que factores los que imposibilitan la mayor visibilización de los libros religiosos, los de cristianismo, a los que añadir que algún que otro autor es un poco oscuro al escribir. Y no hay necesidad de escribir otra Summa Theologia. Quitando los libros propiamente teológicos, el libro religioso tiene oportunidades de negocio (aunque se vaya con el gancho en estas editoriales, no dejan de ser negocio), pero teniendo en cuenta que no es tanto adaptarse al lector como captar a cierto tipo de lectores. O una conjunción de los dos. Si se mundaniza la religión, como sucede en otros libros de espiritualidad, se acaba como se acaba, en lo woke. Habrá que ser más atrevidos en algunos aspectos, mejorar la distribución, una publicidad más alegre o más valiente y apoyar a los medios (no con dinero sino con visibilidad también) que apoyan a las editoriales. Lectores hay, no muchos (las diócesis no es que sean virtuosas en la formación tampoco), pero hay.