En la sociedad actual se pueden observar discursos “antisistémicos” que provienen de cualquier lugar del imaginario espectro izquierda-derecha. Incluso en el Gobierno de España hay personas que se consideran antisistema. Antisistema se declaran por igual liberales libertarios, populistas de todo pelaje, teo-cons, neocomunistas postmodernos, etc. Al final del camino, por una vereda u otra, resulta que cualquiera de esos grupos no quieren acabar con el sistema tal cual es sino acercarlo a un extremo u otro del mismo. Lo inmanente del mismo acaba persistiendo.

Desde hace unos años, un par de décadas aproximadamente, existe un cada vez más nutrido grupo de teólogos (a los que añadir filósofos, politólogos…) que están enfocando sus análisis contra el sistema liberal-capitalista. Lo que al principio era un grano de mostaza, hoy ya va siendo un huerto cada vez más nutrido. Calificarles de antisistema en sí es un recurso retórico para facilitar la comprensión de las personas que desconocen este mundillo. A priori no les interesa tanto derribar el sistema como provocar una transformación de la persona, la cual podría posibilitar aquel cambio. Lo interesante es que sus análisis, que seguramente serían calificados de neorrancios por los bienpensantes, les sitúan más allá de los discursos de transformación política de la clase dominante.

Los precedentes

No es nuevo este tipo de posicionamiento antisistémico. En todos los tiempos han existido teólogos o pensadores cristianos se han mostrado muy contrarios a lo que venía provocando el capitalismo. El estado servil de Hilaire Belloc (hay edición en la editorial Nuevo Inicio) es buena muestra de ese espanto. Incluso entre todos destacó una mujer, santa Teresa Benedicta de la Cruz, más conocida como Edith Stein, precursora del feminismo (defendió el desarrollo de las habilidades profesionales, la individualidad de la mujer…) hasta solicitar la “integración de las fuerzas femeninas en la vida del pueblo y del Estado”. Algo revolucionario para la época y más cuando se utilizaba a la Virgen María como modelo ético. Estas propuestas eran enclaustradas en la reacción o el tradicionalismo por la razón secular. La razón ilustrada debía ser la única pese a terminar llevando a Auschwitz (donde fue asesinada Stein).

Todos estos teólogos (católicos y protestantes) realizan en sus análisis unas críticas profundas y potentes del liberalismo como sistema ideológico (un purista liberal diría neoliberalismo porque siempre acaban quitándose de encima los problemas) y del capitalismo como sistema económico. En muchos casos sin perder la cara a los autores postmodernos (es normal verles disputar con Derrida, Foucault y demás). Eso sí, todo filtrado por la razón y la fe, que no son dos partes separadas (acaba ganando la razón secular en esa lucha), como es lógico. Recurriendo a santo Tomás de Aquino, a san Agustín o a teólogos más modernos (Henri de Lubac, Hans Urs von Balthassar, Alasdair McIntyre o Joseph Ratzinger, entre otros) desmontan los ardides sistémicos.

El peligro de la secularización de la Iglesia

No quieren participar en política directamente, eso les puede hacer ver menos antisistémicos, porque, más tras las experiencia de las democracias cristianas, la Iglesia acaba saliendo perjudicada. Lo dice el arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez, con claridad (Más allá de la razón secular, Nuevo Inicio): hay que “desconfiar del ansia que tantos tienen hoy en día en ciertos países (es el caso de España) de arrastrar a la Iglesia en tanto Iglesia a la arena política para luchar contra aquellas propuesta que van absolutamente contra la concepción cristiana de la vida humana” (p. 29 y 30). El motivo no es otro que, prosigue monseñor, “la instrumentalización de la Iglesia en favor de un programa político se convierte por sí misma –con completa independencia de los contenidos de ese programa- en un obstáculo para la libertad de la Iglesia” (p.32).

Quienes piden que la Iglesia se introduzca en la política activa, no en la expresiva que eso entra dentro de la libertad, realmente pretenden doblegar a la Iglesia a sus intereses partidistas. El Estado Minotauro de las oligarquías partidistas necesita más cuerpos que devorar. Este grupo de teólogos no piensa morder el anzuelo del Diablo, si se permite esta metáfora recordando las tentaciones del desierto. Quieren participar en el debate, en la sociedad y convertir a las personas (no dejan de ser apostólicos por tener diferentes confesiones) para que cambie el sistema, no tomar el sistema al asalto. Pese a que esto produzca situaciones paradójicas como expone el arzobispo granadino: “Es patético ver a algunos cristianos rasgar sus vestiduras ante las propuestas sobre la vida sexual que llegan desde la sociedad secular mientras que, al mismo tiempo, defienden de todo corazón la autonomía moral de la economía o la política modernas” (p. 30).

El mal que genera el capitalismo

Recelan tanto de la ideología como de la economía del sistema. Sea más postmoderno o más moderno. En ambos casos no parece ser tan bueno como predicen los afines al progreso de todo tipo. Daniel M. Bell (metodista) no ha tenido ningún problema en criticar a Francis Fukuyama y sus seguidores que al situar en este tiempo el fin de la Historia, lo que viene siendo la postmodernidad, por no ver la brutalidad del sistema capitalista. Se vive en una época de capitalismo salvaje, de Estados represivos, poblaciones excluidas y ausencia de soluciones. Según Bell se está imponiendo una cultura que acabará con el suicidio colectivo (tanto de las personas como de la naturaleza). El deseo desenfrenado que siempre quiere más y más y que acaba generando la guerra de todos contra todos (en términos hobbesianos una vuelta al estado de naturaleza). Para conocer más de este autor:

John Milbank, padre de la Radical Orthodoxy, es un anglicano-católico (así se define) y un red-tory (conservador rojo) que no ha dudado en tomar a la postmodernidad por los cuernos y utilizar, tras criticar a los autores más destacados, algunas de sus armas. Frente al liberalismo con su individuo artificial y abstracto, “imaginado fuera de todo enraizamiento concreto” Milbank propone una especie de socialismo cristiano sui generis. Una situación ideal en la que la salvación debe ser de todo tipo de dominación, política, económica y psíquica (aquí entronca con Bell y su economía del deseo) a la espera del retorno final de Cristo. Pero esa salvación cristiana debe tener “un discurso directamente teológico acerca de lo sociohistórico: sin esto, la teología ocupa el lugar preterológicamente de la metafísica trascendental” (p. 345 Teología y Teoría Social, Herder).

Milbank es, en ocasiones, muy árido para leer. En ocasiones parece uno de esos autores postmodernos a los que critica, pero sintetizando lo que pretende es quitarse de encima la coraza kantiana de la ética individualista y plantear un sistema de Justicia, constantemente renovado por las personas y la Iglesia, que pueda alumbrar un sistema nuevo. Mucho más sencilla de leer es Catherine Pickstock, quien además ha definido ese socialismo cristiano como una reorganización cooperativista de la producción y de los intercambios y un uso responsable de la propiedad privada dentro de una perspectiva del bien común. Todo ello desde el cristianismo. No le gusta el pensamiento postmoderno por su subjetivismo e inmanentismo individualista y por la mercantilización de todo. Así se desemboca en un nihilismo que no deja de ser el fruto amargo del racionalismo secular.

Anarquismo cristiano

El que más se ha adentrado en lo político ha sido William T. Cavanaugh (del que se hizo una reseña en este periódico hace tiempo). Teólogo católico estadounidense ha analizado al Minotauro moderno (el Estado) descubriendo cómo se asentó sobre un estrato teológico para secularizar todo. Contrario a todo tipo de implicación de la Iglesia en la violencia y las dictaduras (muy crítico con lo sucedido con una parte de la Iglesia en Chile o España) postula un anarquismo con base en la Eucaristía como mejor fórmula sociopolítica. Ni le gusta el Estado, ni le gusta el capitalismo. Demuestra el peligro del estatismo y su capacidad para devorar y totalizar todo, más si es en comandita de lo económico.

Cavanaugh defiende que la Iglesia debe llegar a todos los lugares posibles pero sin integrismos, ni teocracias, ni sometimientos. “Es difícil concebir la Iglesia como un espacio libre cuando se no ha inculcado una autodisciplina que evita el lenguaje público cristiano incluso dentro de nuestras propias escuelas” afirma sobre lo políticamente correcto y la ideología dominante actual en Imaginación Teo-política (Nuevo Inicio, p. 87). Aceptar disciplinar en lo público para ser admitido el discurso cristiano acaba en el sometimiento de la Iglesia por no expresar sus propias pretensiones de verdad. De ahí que insista en una nueva eclesiología.

Contar la verdad

Sin duda son visiones tamizadas, como es lógico, por la verdad del acontecimiento de Cristo, pero todas ellas analizan con mayor finura la ideología dominante liberal y el capitalismo de lo que lo hacen teocons, populistas, socialdemócratas o liberales amargados. Aquello de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, no lo entienden como una renuncia a participar en lo secular. Sí renuncian a ser copartícipes del sistema político, pero sin renunciar a hacer valer su voz en lo público. No hacen como Rod Dreher (otro pensador antisistémico) y se sitúan en las afueras del sistema en una comunidad benedictina laica, quieren una nueva eclesiología y una teología política que sirva a la comunidad cristiana.

La teología se mueve por caminos muy distintos a los que quieren vender interesadamente los teocons (capitalistas integristas cristianos) o alguna parte de la curia a nivel mundial. Desde luego la Tradición es fuente de sabiduría para todos y los dogmas, especialmente en el catolicismo, no son discutibles. Pero ser tradicionalistas es saber mantener viva la llama de lo que ha sido legado por la sabiduría de siglos. De ahí que desde la teología se ataque al relativismo ilustrado, exacerbado con el sentimentalismo postmoderno, o al poder del Estado y los poderosos. Como dijo hace tiempo Benedicto XVI “la Iglesia tiene que ser una oposición profética” al sistema. Y tiene el deber de participar en lo social y no estar en un ghetto. Esto es lo que defienden estos teólogos y pensadores que pueden ser ampliados a otros muchos más, algunos menos políticos, como James K. A. Smith, Fabrice Hadjadj, Wendell Berry, Stanley Hauerwas, Stephen Long y tantos otros.

Cuando algunos políticos de izquierdas califican al Papa Francisco como alguien cercano a ellos, o los de derechas lo califican de traidor o corruptor de la Iglesia, más allá de no conocer al pontífice romano, están sublimando sus propios deseos en la figura del heredero de san Pedro. Si lo quieren conocer mejor lean el libro de Marcelo López Cambronero y Feliciana Merino, Francisco, el Papa manso, Planeta. Y los que piensan que Benedicto XVI era un reaccionario en comparación con el actual o que era de “los suyos”, lean toda su producción y si pueden deténganse en Ser cristiano en la era neopagana (Ediciones Encuentro) o Verdad, valores, poder (Rialp). Para todo lo relativo a los teólogos “radicales” nada mejor que el libro de Denis Sureau, Una nueva teología política (Nuevo Inicio).

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