Manuel Hedilla ha pasado a la historia de España como el falangista que fue condenado a muerte por Francisco Franco. Algo así como el personaje de José Sazatornil “Saza” en Espérame en el cielo. Sobre el segundo jefe nacional de Falange Española de las JONS, se lanzaron todo tipo de mentiras e infundios durante el franquismo y por historiadores franquistas pues no se podía presentar la verdad. Con sus matices pero verdad. Le ha tocado al hijo Miguel Hedilla de Rojas hacer esa labor al cabo de los años.

Manuel Hedilla. El falangista que dijo no a Franco (Almuzara) es un libro que todo historiador que se precie debería leer. Al ser uno de los descendientes del prócer falangista es obvio que aquellos posibles errores que cometió, algunos se narran, se ven más difuminados que los muchos aciertos que tuvo. Sin embargo, en lo importante, que es situar la verdad en su lugar y hacer justicia al camarada Hedilla, el autor no duda en ofrecer todo tipo de documentación. Alguna inédita hasta la fecha. A partir de ahí cada cual puede sacar sus conclusiones. Lo bueno del texto es que lo que son rumores, como la posible orden de asesinato de Onésimo Redondo por José Antonio Girón de Velasco, son tratadas como lo que son, uniendo las pocas pruebas que existen y no dando por verdad inmutable lo que se ofrece.

Para comprender a Manuel Hedilla hay que, primero, presentar el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera, pues no se entendería al primero sin el segundo. A ello dedica el primer tramo del libro al autor. Además del pensamiento y la praxis joseantoniana, se agradece que el autor introduzca alguna anécdota para dar consistencia a la persona. Como esa vez en que José Antonio le dio un guantazo a Gonzalo Queipo de Llano, o su declarada pasión por el Atlético de Madrid. No encontrarán muchas referencias a esa parte del fundador de Falange vinculada a la tertulia La ballena alegre pues, esa parte intelectual de José Antonio, influyó menos en Hedilla. Sin embargo, la ética y la estética está muy presente. Considerar la política como un “acto de servicio dirigido al ser humano” o entender lo poético como “creación de algo nuevo en aras de la libertad y dignidad del hombre”. El servicio, el sacrificio y el sentido ascético y militar de la vida influyeron enormemente en Hedilla.

Ahora que cualquiera es fascista es bueno leer a Miguel Hedilla y entender que falangismo y fascismo divergían en numerosos aspectos. Como tampoco tenía mucho que ver con el nazismo, ideología esta que estaba más presente en los renovadores y cedistas de José Calvo Sotelo y José María Gil-Robles. Grupos, por cierto, que fueron los principales promotores de la represión franquista. Conocerán que Hedilla intentó por todos los medios que no se produjese esa represión porque, aunque esas personas estuviesen equivocadas o hubiesen sido confundidas por el socialcomunismo, no dejaban de ser españoles y necesarias para lo que tendría que venir después de la guerra. Federico García Lorca, amigo personal de José Antonio, no hubiese sido asesinado si los falangistas hubiesen llegado a tiempo, algo que impidieron los otros grupos, que llegaron a amenazar a los Rosales (falangistas a su vez).

Una vez introducido el contexto histórico y partidista, se pasa a contar la vida de Hedilla en Cantabria y en Bilbao y cómo llega a conocer a José Antonio. Tras ese primer contacto la amistad fue acrecentándose entre ellos y el primer jefe de Falange confió en Manuel para ir construyendo el partido. El comienzo de la Guerra Civil cambiaría todo pues José Antonio estaba en prisión, a donde iba el bueno de Manuel para informar y recibir instrucciones, y Falange necesitaba alguien que asumiese el mando hasta que el ausente volviese a ejercer la jefatura. Como todo el mundo conoce, Franco se negó a intercambiarle porque ya tenía en mente hacerse con todo el poder para él. Al final, Hedilla tuvo que hacerse cargo de Falange.

Logró en muy poco tiempo aumentar el número de falangistas, ordenar el partido en función del desarrollo de la guerra y comenzar a constituir el “ejército” falangista. Tropas que estarían al mando de militares de carrera, a poder ser falangistas o afines, pero teniendo cierta autonomía. Además de la instrucción militar hubo instrucción intelectual, algo que no gustó demasiado en los altos mandos militares. Eso de que después de concluida la guerra se procedería a la revolución social, no gustaba, especialmente a Franco y su entorno de franco-falangistas (concepto que explica muy bien lo que pasaría después). En poco tiempo Falange había conseguido el éxito operativo y propagandístico. Pero Franco tenía otros planes, solo podía ser él y nadie más debería hacerle sombra.

Toda vez que había sido nombrado II Jefe Nacional de Falange, los legitimistas, con Ramón Serrano Suñer al mando (no en balde era el cuñadísimo del futuro Caudillo), intentaron desbancar a Hedilla quien recurrió a Franco para atemperar las cosas. Mientras los camisas viejas estaban a lo suyo, Franco proclamó el Decreto de unificación de todas las organizaciones en una sola bajo su mando. Algo que no gustó a Hedilla por lo que trabó contacto con Comunión Tradicionalista para ver si unidos podían conservar alguna autonomía. No fue posible y cuando Franco le ofreció ser delegando nacional de FET de las JONS declinó la oferta por no ser consecuente con el programa de Falange, ni con el pensamiento de José Antonio.

Esa probidad, ese mantenerse íntegro, ese anteponer los principios a la canonjía fue su tumba. Se inventaron una rebelión contra el generalísimo y Hedilla y unos cientos de camaradas acabaron en el maco. Condenados a muerte se le conmutó la pena por prisión y posteriormente por destierro. Hedilla era enormemente querido por los camaradas de Falange y a pesar de toda la porquería que le estaban echando encima, nadie creía esa acusación. Tras unos años difíciles en prisión, no se va a desvelar pero es curioso quienes eran los únicos que le hablaban, y tras el destierro pudo recuperar su vida. Una vida anónima pero feliz.

El último tramo de la obra se refiere a esa época más familiar pero que muestra cómo era Manuel Hedilla. Su rectitud en la defensa de los principios en los que creía no era mera postura con la intención de obtener más prebendas, sino que era una forma de vivir y ser. Normal que el hedillismo estuviese presente en los críticos, que los hubo, del régimen. Conocerán su pensamiento, lo que le hubiese gustado hacer cuando se vislumbraba la apertura y la llegada de un nuevo tiempo. Su profunda fe que le impulsaba a la caridad en su amplio sentido. Su deseo de que en España los trabajadores no sufriesen hambre, ni exclusión, ni vejaciones. En sindicalismo falangista estuvo presente hasta su temprana muerte por un cáncer de pulmón.

Una biografía bien documentada en esas aristas históricas y que se lee con avidez. La buena mano del hijo permite transcurrir por las páginas deseando conocer eso o lo otro (y realmente hay mucho de eso y lo otro). Un hombre impresionante, aunque se pueda no estar de acuerdo con sus ideas, y de una honradez inusual. Un pensamiento que muchos izquierdistas de hoy en día no tacharían de fascista sino de extrema izquierda y que muchos derechistas no entenderían como de los “suyos”. Con un prólogo, del nieto Hedilla, que dice mucho más del personaje que algún panegírico.

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