Se vive, o eso nos dice los potentes aparatos ideológicos del Sistema, en un tiempo donde la mayoría de distopías literarias de los siglos precedentes se vienen a confirmar. Se camina, dicen con una mirada hacia lo conspiranoico, hacia un totalitarismo encubierto por culpa de unos seres humanos agrupados (masones, Gobierno Mundial, Bilderberg…) con fines ciertamente oscuros. En un mundo tan horrible ¿por qué no hay más utopías floreciendo? Las utopías, al igual que los liderazgos, son producto de tiempos de cambio, de tensión, de disrupción y, sin embargo, parece que hoy en día cualquier utopía, por pequeña que sea, es casi imposible.

El libro de Kristen Ghodsee, Utopías cotidianas (Capitán Swing), viene a demostrar que sí es posible, cuando menos, pensar la utopía en nuestros tiempos. Es más, no solo es posible sino que paso a paso se convierte en una necesidad. A lo largo de toda la historia siempre ha habido utopías. Tanto en el mundo secular como el religioso. Esa crónica de las utopías olvidadas es retomada por la autora estadounidense en este libro y las va exponiendo en cada capítulo. Desde el falansterio de Charles Fourier hasta el optimismo de Star Trek.

Explica la autora que no hay que rendirse ante las imposiciones de los aparatos ideológicos, estos están ahí precisamente para desincentivar la aparición de utopías y proyectos de colaboración y vida comunal que subviertan el sistema. Ya en su momento la República de Platón, gran inspiración en el desarrollo del libro, supuso una cierta ruptura con lo establecido. Influido por el pitagorismo, que también aparece detallado, el pensador ateniense ideó un modelo político donde todas las personas, hombres y mujeres, compartían responsabilidades. Aquello, en un tiempo donde la mujer era casi del mismo o menor valor que un esclavo, era revolucionario.

Porque, pese a quien le pese, cualquier proyecto utópico, como siempre ha sucedido, no puede ser desarrollado sin la participación en igualdad de la mujer. Da igual Platón que Tomás Moro, en todos esos proyectos ambos sexos tenían los mismos deberes y obligaciones. En ese camino hacia la igualdad propone Ghodsee ver la crianza de los hijos de forma más amplia que la mera familia nuclear, porque al fin y al cabo ese tipo de visiones conllevan la “exigencia” de la obligación de los cuidados para la mujer. El análisis que hace la autora de estos últimos merece mucho la pena, especialmente para aquellos que son negacionistas del patriarcado.

Si alguno se asusta al leer que la estadounidense habla de socialismo, ya saben que actualmente es casi una palabra prohibida o negativizada por las distintas ideologías, no lo hagan, ya el propio John Stuart Mill defendía el concepto como diferente al individualismo extremo. Despojen al concepto de sus rémoras ideológicas y comprobarán que no solo en los últimos siglos sino durante muchos siglos ha habido algún que otro proyecto socializante o socialista. Desde las comunidades creadas por los apóstoles de Jesucristo, donde todo se compartía y la gente vendía sus posesiones (pocas o muchas) para unirse, hasta mecanismos cooperativistas que funcionan en la actualidad. Todo esto se encuentra en el libro.

Si hoy se hace más complicado pensar lo utópico es debido a la ideología del Sistema, o a la “doctrina Kilpatrick”, o al “sesgo del statu quo”. Mecanismos sistémicos todos ellos, distribuidos consciente e inconscientemente por los medios de comunicación, las redes sociales y, especialmente, la clase política con su constante polarización social. Si la utopía no se puede pensar es porque los proyectos, más o menos exitosos, son ocultados en la maraña de informaciones evanescentes. Ghodsee se rebela ante eso como buena amazona (cuando lean el libro sabrán el porqué de este calificativo) y nos predica la posibilidad de nuevas utopías posibles. Tan solo hay que quitarse el velo de la ignorancia (no el rawlsiano) que ha colocado el sistema en la mayoría de los ojos y atreverse a dar un paso más.

Aunque el texto es muy estadounidense, normal, tampoco se puede criticar por eso, los ejemplos son diversos y de sencilla aplicación en este Occidente mustio. Si quieren algo más religioso tienen el ejemplo de Thomas Müntzer o de San Benito de Nursia, si algo más comunal las fórmulas de co-vivencia en un terreno con los servicios generales compartidos y el resto en viviendas similares. Lo que no está aquí (verdadero significado de utopía) no tiene por qué no ser posible. Mientras nos hablan de distopías constantes, algunas no falsas —tampoco hay que ser negacionista de todo ello—, se nos impide lo utópico. Y hoy, cuando el sistema parece que está en una nueva fase de abandonar a millones de personas a su suerte, no queda otra que pensar en utopías. Utopías donde los seres humanos no tendrán ningún tipo de distinción más allá de sus capacidades propias. Eso sí, siempre sobrevolará el gorrón sobre cualquier proyecto, pero esto es un problema menor (miren todos los gorrones a los que se ha dado el mando de naciones).

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