Es complicado acceder al gobierno en mitad de una legislatura y con unos presupuestos que no son los propios. El campo de acción de quien ocupa el poder suele ser muy limitado en esas circunstancias, pero no por ello es imposible implementar políticas claramente vinculadas a los principios y programas que habías presentado. Si a ello se le suma que tienes menos apoyos en el Parlamento (dentro de un sistema parlamentario) que a quien has descabalgado del poder, lo suyo es actuar con prudencia al menos. Y si quieres cambiar las cosas atender las que implican un refuerzo de los principios constitutivos del programa y el partido al que representas. Pues con Pedro Sánchez ni una, ni otra cuestión ha sido atendida. Ni ha tenido prudencia, ni ha respetado principios del PSOE.
Muchos y muchas dirán que, desde luego, es mejor que tener a M. Rajoy y al PP en el gobierno. Sí, eso es evidente para las personas de izquierdas. Pero también hay que valorar si después del tiempo que esté en Moncloa volverá a gobernar o la izquierda quedará enterrada por esa acción gubernamental. No contar con la mayoría de los medios de comunicación a su favor es un hándicap (a pesar del cambio de El País para no perder más dinero), pero cuenta con otros medios y la capacidad de dictar la agenda política. Además, es conocido que en épocas de penurias los directores y dueños de medios se avienen rápidamente a bajar las críticas. Por tanto, no es sencilla la tarea del Gobierno, pero es su acción lo que se valora y ahí sí han cometido errores con aciertos menores.
Entre los aciertos cabe destacar la Sanidad Universal y la exhumación del dictador Francisco Franco. La primera supone dar atención a todas las personas españolas o no que residen en el país. La segunda supone dotar al país de ética. Ambas cuestiones responden a cierto sentido de calidad democrática. Mejorables ambas (el Valle debería ser demolido para muchas personas), pero sin duda acertadas. El aumento de las pensiones no se considera acierto del gobierno porque es una medida comprometida en el presupuesto del PP con el PNV y que el PSOE ha mantenido. Aunque el diálogo impulsado en el Pacto de Toledo (que vaya usted a saber qué sale de ahí) es un avance respecto a la inmovilidad del PP.
Otro aspecto positivo del gobierno de Sánchez es la apertura de diversas vías de diálogo. Por un lado, con el gobierno secesionista catalán para tratar de reencauzar el problema generado por Soraya Sáenz de Santamaría y Rajoy. Un diálogo necesario que está siendo torpedeado constantemente por Ciudadanos y su visceralidad y odio contra todo lo que no sea pensar como ellos y ellas. Por otro lado, el diálogo con el único socio de gobierno posible (Unidos Podemos) para concretar diversos acuerdos y lograr unos presupuestos equilibrados y sociales en diversas materias. Esto supone que el diálogo por la izquierda, tan necesario como reclamado durante años, se va a llevar a cabo. Para quien en su primera intentona se tiró a los brazos de Albert Rivera negando a Podemos y ahora le califica de extrema derecha, es un paso adelante. Realmente ha hecho de la necesidad virtud porque Sánchez quiere ganar quitándose de en medio a Iglesias y sus socios.
Falta de prudencia y olvido de principios.
Durante estos 101 días de gobierno Sánchez nos ha presentado su acción política bajo la pátina del Gobierno bonito. Un gobierno de expertos, de tecnócratas, de listos y listas que iban a acertar en todas las decisiones porque por ello tienen esa experticia. Lo que le falto advertir es que iban a ser imprudentes. Una ministra no puede decir, como la de Industria, que la subida del diésel es un globo sonda del gobierno. Esa banalización de la acción de gobierno no es propia de una política. Tampoco se puede decir que se va a suspender la venta de armas a Arabia Saudí para que no las utilice en su invasión de Yemen para a las dos horas rajarse. Tampoco se puede corregir a la ministra de Justicia que, con criterio aséptico, decide que Llarena se costee su defensa por hablar en una conferencia de lo que no debía, para darle 500.000 euros de todos los españoles y españolas. La prudencia, que no es rasgo del presidente por cierto, es aconsejable y más cuando llevas poco tiempo en el cargo. Claro que como son expertos ¿no deberían saber qué hacer y no meter la pata?
Desde el servicio de propaganda de Moncloa nos han vendido la acción gubernamental como “El gobierno de la dignidad” o nos muestra “Razones para confiar”. Lo curioso es que ambos eslóganes han sido pisoteados constantemente en estos pocos días de gobierno. Dignidad es que a una persona, por mucho que haya sido jefe de Estado por el dedo de un dictador, que se llama Juan Carlos de Borbón, no se la pueda investigar por supuestas corruptelas y utilización de su cargo para conseguir una fortuna de más de 2.000 millones de euros. Sánchez, creyendo que la monarquía es un pilar básico de la democracia, impida la investigación. Igual por eso no quiso mostrar la lista de los beneficiarios de la amnistía fiscal. El PSOE es básicamente republicano, al menos la gran mayoría de las bases dicen serlo, por eso ser el mayor cortesano de España (pegándose codazos con Rivera y Casado por serlo) supone pisotear la memoria de todas aquellas personas que padecieron al que quiere sacar del Valle. Y lo que es peor, lo defiende porque detrás del monarca están los poderosos señores del capital.
Como pisotear los principios es subir los impuestos indirectos a la clase trabajadora y sumarle la negación de la bajada de impuestos a la electricidad a punto de llegar el otoño y el invierno con una pobreza energética galopante en España. Y todo ello sin un plan alternativo, sólo guiado por los criterios de los expertos, los cuales sólo toman como referencia los datos asépticos de las estadísticas, sin percatarse de lo que sucede en la calle realmente. Ese es el problema de los gobiernos bonitos, que de tan bonitos que son acaban por ahogarse como Narciso. Como Sánchez no confía en casi nadie, no ha querido poner perfiles más políticos, renunciando así a los principios emanados del 39° Congreso.
El futuro: palabras bonitas.
Eso sí, no se puede negar que el gobierno de Sánchez, del sanchismo, es el gobierno de las palabras bonitas, de los eslóganes. Como si así se pudiera ganar frente a la realidad. Recuerda constantemente el presidente del gobierno que todas sus acciones caen “bajo el común denominador de la justicia social” y que “los cuatro ejes de nuestra forma de gobernar son coherencia, diálogo, ambición y realismo”. Cualquier persona que lea ese discurso queda maravillada, extasiada de tanta belleza poética, pero vacío de contenido. Diálogo es evidente que existe, al menos si uno pretende gobernar democráticamente, y obligado por las circunstancias de no tener mayoría parlamentaria. Así que nada de ponerse medallas. Coherencia no ha mostrado el gobierno que más “si pero no” ha realizado en menor tiempo. Ambición sí que existe, el presidente la tiene desmedida, pero la ambición debe tener un fin, debe haber una finalidad que dote de sentido esa ambición ¿cuál es ese fin? No lo dice. Y realismo también tiene, Sánchez sabe perfectamente que no debe hacer anda que moleste a la Comisión Europea, a Angela Merkel o al establishment español. Así que utilizará el realismo para negar acciones de gobierno diciendo que no hay tiempo, que ahora hay que esperar a tiempos mejores y así hasta que se olvide aquello que prometió vehementemente.
Ayer mismo en Oviedo afirmó que no derogará la reforma laboral, ni habrá nuevo modelo de financiación autonómica. Hay que ser realistas y esperar afirma el presidente, pero los hechos son claros, sí hay tiempo. En dos años se puede plantear una reforma laboral consensuada y un nuevo modelo de financiación. Porque son dos años los que quedan ¿no? Realmente no quedan esos dos años y Sánchez lo sabe. Apenas queda de legislatura lo que tarden en ser un poco malos los sondeos electorales, porque a eso es a lo que está jugando el sanchismo. Todo ello porque “sentaremos las bases para la gran transformación de este país hasta 2030”.
Una transformación que se asienta sobre “una educación pública de calidad; la creación de empleo de calidad; la sanidad pública y universal; el medio ambiente como símbolo de solidaridad con las generaciones presentes, pero también las futuras, y por último un sistema público de pensiones garantizado”. Vamos lo que se lleva proponiendo desde 2003 como poco y que también han propuesto, con matices, Ciudadanos, PP, Podemos y ERC. Comunicantes vacíos los que utiliza el presidente para decir todo y no decir nada. O lo que es lo mismo palabras bonitas que pueden significar una cosa y su contraria. ¿Quién no va a querer eso que dice Sánchez? Eso sí, hablar de la transformación del modelo productivo o de las brechas entre ricos y pobres poco. Ni mejorar la democracia española. Ni nada que realmente implique una transformación porque, salvo el apartado ecológico, el resto de las propuestas son políticas públicas acertadas pero sin transformación sistémica.