Desconozco si alguien ha dicho o escrito la siguiente frase: «La alegría de las victorias es efímera mientras que el dolor de las derrotas perdura». Si no tiene otros padres o madres, apúntenmela. La frase no describe ningún estado de guerra conocido, sí el de una guerra subterránea que se lleva desarrollando durante décadas, una guerra de baja intensidad (si prefieren el término más técnico), donde cualquier conquista deportiva es mayor o tiene mayor duración si el vencedor es parte o aficionado a cierto equipo deportivo, con cierto presidente “superior”, el cual controla la prensa deportiva ( y la que no es deportiva).

En 2024 la selección española de fútbol, aunque no lo parezca pese a haber pasado poco más de cinco meses, venció nuevamente en la Eurocopa de naciones con varios jugadores demostrando el alto nivel del fútbol español. Destacaron Nico Williams y Lamine Jamal, con el soporte de un centro de campo que pivota alrededor de un jugador del Manchester City, antes en Villarreal y Atlético de Madrid. Un crac mundial al decir de los seleccionadores y entrenadores de fútbol, pero un simple mortal para los sesudos analistas del fútbol español. Un triunfo de grupo más que de individualidades dirigidos por un señor calvo (ex-futbolista de Sevilla y Athletic) al que se quería fuera del cargo para poner a algún amigo de cierto club (¿suena Michel?).

Menos mal que había algún jugador de ese equipo porque ya se había soportado que eran mejores la Alemania de Kross y Rüdiger (nada mejor que retirarse con un triunfo más), la Francia de Mbappé, Tchouameni, Camavinga y Mendy o la Inglaterra de Bellingham. Eso sí, todos apoyaron las risas de Lucas Vázquez, ese tronco que es normalmente suplente en su equipo, y hasta llegaron a pedir la inclusión de Sergio Ramos (hoy sigue sin equipo en el que jugar). Con estas alforjas tenían que lidiar los componentes del equipo nacional, el de todos los españoles, cada día durante el campeonato. La victoria, inesperada, produjo un estallido de alegría en la población española, pero no en todos.

Se celebraron las Olimpiadas de París y la actuación española estuvo por debajo de lo esperado. Un semiretirado cojeando por las pistas de Roland Garros, quitando la posibilidad de que un compañero en buenas condiciones pudiera participar, era la gran esperanza de todos estos amanuenses del ser superior. Su grandeza actual, ser de cierto equipo. Como la selección olímpica no tenía jugadores de ese equipo, estaba ya liquidada antes de casi comenzar. No se esperaba nada, es más lo que se esperaba era algo malo para poder rajar de la federación y los seleccionados. Sin embargo, otro grupo con ciertas individualidades magníficas logró vencer y llevarse el oro. A día de hoy todos esos jugadores deben ser cojos porque son despreciados constantemente, más en el caso de Baena por chocar su cara con el puño de Valverde o de Barrios por jugar en un equipo enemigo del ser superior.

En el fútbol de coches poco que rascar porque ni Sainz, ni Alonso estuvieron cerca del título aunque el primero sí rascó algún podio y victoria, pero al irse a Williams tras echarle de Ferrari para poner a Hamilton (que no es de ese equipo pero como si lo fuera por actitud) todo ha quedado un tanto diluido. Para más inri en las motos, donde no hay fútbol en sí, logró imponerse en el campeonato de Moto GP Jorge Martín, atlético de pro y, por tanto, casi ni merecedor del título a decir de la prensa. De hecho ni se destaca como algo enorme con la dificultad que conlleva llevarse un campeonato de tal calibre desde una estructura no oficial.

De la Copa América ni hablar porque ni saben qué equipo ha vencido. Ni Messi, ni De Paul, ni Molina, ni Julián Álvarez, ni Lo Celso han ganado algo este año con su selección. Eso no ha existido. De hecho la Copa América 2024 no se ha debido celebrar ya que cierto jugador que ha hecho el ridículo en ella no a tiene en su currículum de efemérides del año. Ese jugador que no hace nada con su selección no debe jugar con su selección. El día que gane algo sí jugará, pero a día de hoy su selección no debe ni existir. Pero debía ganar el balón de Oro porque ya lo había avisado el ser superior y así lo vendían en los medios de comunicación antes incluso de haber terminado las votaciones. ¿Daban a entender que estaba amañado? No les llega ni para pensar en eso.

Y llegó el día de la entrega del balón de Oro y el vencedor fue… Rodrigo Hernández, el ancla de la selección campeona de Europa. Desde los tiempos de Luis Suárez ningún jugador español había vuelto a llevarse el trofeo y parece que ahora tampoco. No le ha gustado a ninguno de los medios que están al servicio del señor de Pío XII. Debía ganar otro que ni había sido máximo goleador en Champions (Kane y Halland), ni máximo goleador en liga (Dovbyk, Sørloth y Bellingham), ni máximo nada en ninguna competición. Bueno, el de más prepotente se lo podrían haber dado de existir un premio así, aunque estaría disputado con Cristiano Ronaldo. Por ello el premio bueno pasó a ser The best, donde logró vencer gracias a los votos de los aficionados porque los entrenadores y los periodistas tampoco le votaron como el mejor.

Normal que la mayoría de aficiones le haya entregado el balón de Playa como trofeo más que merecido. Quien se autocalifica de mejor jugador del mundo sin ser el mejor en nada, pero es que en nada no merece mayor premio que ese. Ya sale Javier Tebas, que mucho decir que se pelea con el ser superior pero se baja los pantalones en cuento puede, a defender que ninguna afición cante eso del balón de playa. De poco le va a servir porque irá a más ya que las derrotas son más duraderas, especialmente cuando a un impresentable se le está elevando a las alturas por mandato de un tipo cuyas empresas hacen trampas en los concursos de limpieza. Es el año del balón de playa, guste o no guste.

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