El año 2024 está dando su últimas boqueadas y los artículos y reportajes sobre las distintas efemérides poblaran los medios de comunicación. Unos dirán que “Perro Xanxez” y “Barbigoña” son los más jetas que ha dado la historia española —entre otras cosas porque de historia saben poco porque otra cosa no, pero jetas ha dado España para exportar—; otros comentarán que las campañas de persecución judicial política están siendo auspiciadas por una conspiración ultraderechista; casi todos recordarán, utilizando bastardamente la Dana, que el peligro medioambiental es algo que debe combatirse con más furor y por ello hay que traer más inmigrantes… En términos generales seguirán con sus monomanías aunque la realidad es que el 2024 será el año en que el 70% de los españoles se han convertido en fascistas.
Si usted es una persona normal, con una familia normal, con un trabajo normal, con una vida normal, esto es, no es de ninguna de esas inventadas minorías victimas de no se sabe bien qué, entonces seguramente le hayan llamado fascista en algún momento del año. Si suele utilizar el cerebro para algo más que la funciones básicas físicas y sociales, entonces las probabilidades de haber sido calificado de fascista aumentan. Si, para más inri, suele intentar exponer sus opiniones en las redes sociales utilizando lo racional y fijándose en lo verdadero, es normal que haya quedado marcado como fascista. Y da igual que se lo hayan dicho los progrewokistas o los peperos, es fascista por los cuatro lados.
Vista la situación cabe preguntar ¿qué es el fascismo para toda esta turba de descalificadores ofendiditos cuando les señalan a elles mesmes? Parece que ser cristiano ya es un síntoma de fascista. Ser trabajador en empresa privada también indica cierta propensión al fascismo. Tener cierta cultura y no tragarse lo que vomitan los medios habitualmente también induce al fascismo. No querer una república bananera o poliamorosa de lo multicultural federalizante pero con rizomas —algo que nada tiene que ver con preferir una república a una monarquía— también le hace ser fascista. Si es libertario, fascista. Si es marxista (de verdad, de método), fascista. Si cree que lo de la inmigración se está yendo de las manos, fascista. Si no le gusta ningún político, fascista. Si le gusta la Constitución de 1978, fascista. Y así hasta cubrir una serie de posicionamientos o creencias propias que nada tienen que ver con el fascismo.
Paradójicamente son los globalistas, por englobar al gobierno, aliados y oposición, los que vienen repitiendo las mismas obras de los fascistas de antaño. Las llaman de otra forma pero persiguen la libertad de expresión de la misma manera; señalan y marcan al disidente o normal; niegan cualquier metafísica pero son los más idealistas que existen; esconden lo que muestra la realidad bajo una miríada de números inconexos (como sucede con la pérdida de poder adquisitivo o la creciente pobreza); imponen un régimen totalitario donde el ciudadano no es más que un paga-impuestos y todos los aspectos de la vida acaban por ser ocupados por la política de hunos y hotros; les dicen qué coche comprar, qué comida comer, qué ropa vestir, qué pareja tener… Y todos los que se salen de eso son fascistas o peligrosos comunistas —que es la versión refinada de cierta derecha que está dentro del sistema—.
Fascismo, nazismo y comunismo murieron hace tiempo. Pueden quedar comunistas, nazis o fascistas, por supuesto, pero como ideología movilizadoras y generadoras algo así como un grupo social con sus propios requerimientos en todos los aspectos vitales, ni existen, ni se les espera. Entre otra cosas porque los tiempos cambian y también lo hace la base material sobre la que se auparon aquellos movimientos políticos. Cuando alguien califica a otra de fascista o comunista, con el objetivo de señalarle como elemento peligroso, es más que posible que esa misma persona tenga muchas más querencias autoritarias que la persona señalada.
Todo lo anterior demuestra, entre otras cuestiones, que la ideología dominante es frágil y esa fragilidad está siendo señalada por personas que no pertenecen en sí a la coalición dominante. La estupidización de la gran masa en que quieren convertir a las distintas ciudadanías no ha resultado efectiva, pese a que lo han intentado con el miedo o con la precarización, pero algo queda de resistencia pasiva en todas las poblaciones europeas —especialmente en las culturas mediterráneas— y por ello deben recurrir a calificativos que puedan significar algo negativo en los inconscientes colectivos. El problema para los globalistas es que esa posible repulsión colectiva ha sido domada con el transcurrir del tiempo y el cambio en el mito unificador, por lo que indicar que alguien es comunista o fascista es casi un honor. Todos aquellos que han disfrutado, en algún momento de su vida, de la libertad no van a aceptar fácilmente que les vengan a vender la moto estropeada de los políticos de turno.