Han existido gobernantes que han conspirado a miles a lo largo de la historia, de hecho Nicolás de Maquiavelo no desaconsejaba su práctica. Se han hecho pactos contra natura para derrotar a un tercero que era más peligroso que aquello en lo que los, ahora, amigos podrían provocar por una pelea entre ellos. Se han realizado juegos sucios para poner o quitar mandatarios. Ahora bien, lo que no se había visto flagrantemente era un gobernante que fuese conspiranoico per se. Sí los ha habido que tenían manía persecutoria o eran paranoicos en sí mismos, los seres humanos han tenido a verdaderos zumbados como gobernantes, pero conspiranoicos…
Alguno, con mala leche, podría recordar aquello de la conspiración judeo-masónica y comunista que afirmaba Francisco Franco, pero hasta el más tonto de los franquistas sabe que era meramente discurso. Cualquier dictador siempre busca algún enemigo o peligro para domeñar a los súbditos. Como en esas novelas en las que siempre se avisa de algún enemigo ficticio para que la población no se soliviante, reforzar el carácter del dictador y conseguir perdurar. Volviendo a Maquiavelo, lo de mentir no ha estado muy lejos de la política nunca, por eso se quejaban Sócrates y Platón de los doxósofos y los expertos en comunicación de la época. En alguna derrota electoral o deportiva también han aparecido las conspiraciones pero no dejan de ser lágrimas de perdedor.
Lo del gobierno del sanchismo es, empero, completamente distinto. No hay derrota electoral, no hay realmente un enemigo acechante, no hay nada de nada y ahí los tienen difundiendo que todo lo malo que les pasa al país, especialmente en las últimas semanas, es culpa de algún tipo de conspiración. Ya salió Pedro Sánchez a señalar a la oposición como verdaderos culpables del apagón. Ahora Oscar Puente busca a los ladrones de 1.000 euros en cobre. Los medios afines han llegado a señalar a las compañías eléctricas para no tener que producir por debajo de coste. Esto por no hablar de la supuesta conspiración de Felipe VI cuando les tiraron barro en Paiporta y se quedó, o en el viaje que hizo a Letur sin supuestamente informar(le).
Las redes sociales están llenas de conspiranoicos de todo tipo. Los que aciertan por exceso de conspiraciones y los que provocan diversión. Pero que un gobierno señale que existe algún tipo de conspiración para evitar las propias responsabilidades es el colmo. Cierto es que los políticos actuales son seres amorales, carentes de un mínimo ético y que siempre echan la culpa al primero que pasa por allí, pero no llegan a hablar de conspiraciones contra ellos… ni cuando las hay. Porque aquí la única conspiración, por llamarla de algún modo, fue la del Sindicato del Crimen para cargarse como fuese a Felipe González. Las demás, discurso de perdedores.
Que ese discurso se haya instalado en el gobierno nada tiene que ver con la hybris del gobernante —el «no sabe usted con quién está hablando» está ampliamente extendido— sino con el miedo. Recuerdan al Calígula de Albert Camus, al Adam Sutler de V de Vendetta de Alan Moore y David Lloyd, vamos, a personajes de ficción. Recuerdan, sí, a personajes autoritarios, chulos y prepotentes de todas esas películas que se han visto a lo largo del tiempo y que esta gente está poniendo en práctica. Inútiles, incapaces y malos gestores que buscan atontar a la población con cualquier pretexto que sea completamente extraordinario para no hacer frente a sus responsabilidades.
Sin el cargo, sin la política, la mayoría de los que están ahí no pasarían de pasantes de despacho de abogados en capital de provincias. Mienten porque quieren aferrarse al poder, no solo Sánchez, e intentar buscarse un futuro en un consejo de administración o una organización internacional. Claro que la oposición es la que es, con Alberto Núñez Feijoo con frases curiosas o manidas y con Santiago Abascal que es más conspiranoico que el gobierno. Y la intelectualidad que se presenta contra el gobierno no es que sea la más lista y preparada que se diga —periodistas, abogados del aire, amargados e hijos de los poderes extranjeros (¡Cómo han defendido a Donald Trump por sus estupideces y faltas de respeto contra la Iglesia!)—.
Los que deberían pensar en una conspiración contra ellos son los españoles porque esto no es ni medio normal.