Trabajaba en un medio que ya desapareció cuando calé perfectamente a estos tipos, especialmente a Pedro Sánchez. En aquellos tiempos pensaba «un pijazo así, que viene de la privada y no ha trabajado en su vida, no puede ser siquiera socialdemócrata». Ni él, ni muchos como él que pueblan las capas altas del PSOE, en especial el lobby gay, entienden lo que puede ser la socialdemocracia hoy, entre otras cosas porque suelen deglutir toda la bazofia sistémica liberal, versión supuesta izquierda, y están a lo que están al trinque de salario… y ahora parece que algo más.
Santos Cerdán no era un pijazo, pero tampoco me daba buena espina. Decía que había trabajado de electricista y mil cosas más pero su ropa, sus coches, sus gustos culinarios diferían bastante de los que pueda tener un proletario, por mucho que sea clase media aspiracional. Y la realidad es que cuando uno hurgaba un poco salía que aquello de trabajar, la verdad, es que no mucho, que le costaba doblar el lomo. Otro sinsustancia que buscaba salario sin tener que esforzarse mucho. Como esos miles que pululan por las agrupaciones del PSOE y que cuando las gentes los ven ya saben a lo que va y lo que estaría dispuesto a hacer. Trincar.
En aquellos tiempos, como no me gusta ser hipócrita, era de los pocos periodistas que señalaban las incongruencias de Sánchez y su troupe de pseudosocialistas de mucho levantar el puño pero con la otra mano robar la cartera. Era todo impostura, como sigue siendo actualmente, y se veía con claridad que lo que querían era destruir cualquier aspecto mínimamente democrático que quedase en el partido para quedárselo ellos y poder hacer y deshacer a su gusto. Ya iban, como se sabe hoy, a lo que iban, a trincar por todos sitios y para eso no hay nada mejor que anular cualquier tipo de democracia, en este caso, interna. Por ello les señalaba en los artículos que iba publicando durante las primarias y los primeros meses de acción sanchista.
Como pueden esperar me caían hostias por todos lados de la turba sanchista, toda esa recua de mierdecillas sin cerebro que hoy siguen defendiendo lo indefendible y sin cobrar —porque los que cobran generosamente de los medios no son mierdecillas sino unos rastreros sofistas mamadores—, y también del entonces vicesecretario de Organización. Por aquellos tiempos estaba colocando a sus huestes al frente de Izquierda Socialista, que no es que sea una gran corriente pero tiene el título oficial. Debía ponerla a los pies del sanchismo eliminando cualquier mínimo atisbo de sentido crítico o personas con criterio propio.
A uno de los dirigentes históricos le tenía cogido por los dídimos con su hijo y José Luis Rodríguez Zapatero, a otros les vendía que eran los más listos, pero todos debían aplaudir como focas lo que Sánchez dijese. Los que fueron valientes en esa corriente y se opusieron desde el principio a Sánchez y sus secuaces fueron apartados y vetados con nocturnidad, los demás se entregaron a la causa obrera de las mordidas del señor preso Cerdán. Todo eso se iba denunciando y el hombre no hacía más que quejarse de los artículos que yo iba publicando denunciando todos los tejemanejes.
Cuando se me ocurrió publicar el artículo donde denunciaba que la democracia interna del PSOE había dejado de existir y que aquello se había convertido en algo peor que la URSS, lo más apropiado serían los jemeres rojos, otra llamada a ciertas personas para que me recomendasen calma porque iba a tener poco futuro en el periodismo. Como no soy periodista, sino que escribo en un periódico, y me gano la vida con otras cosas, pues imaginen lo que me llegó a importar aquello. Leña al mono que es de goma. Eso sí, cada vez que le ponía a caldo en un artículo llamadita al canto. Debía ser que no le gustaba que se le viese demasiado no fuese a ser que tanta publicidad descubriese el pastel.
Como consiguió que Izquierda Socialista desapareciese y que la democracia en el PSOE fuese/sea una utopía, tampoco insistí mucho en las cosas de dentro y me centré en las de fuera. Y ahí aparecía otra vez el ínclito Cerdán bajándose los pantalones, algo que hace con mucha frecuencia, para dar al prófugo todo lo que le pidiese. ¿Amnistía? Amnistía. ¿15.000 millones perdonados? Se perdonan. ¿Parte del trinque? Pues no se sabe. El caso es que le caían leches y se quejaba, aunque cada vez menos, debía sentirse más protegido por los plurales periodistas del diario matutino y bien untado con millones por el Gobierno. En cuanto saltó lo de Ábalos las quejas desaparecieron aunque dijese que era más bruto que una arado. Debería haber sospechado pero también podía ser porque temían al Calígula de Moncloa y que le cambiase por un caballo, su cuñada o cualquier otro familiar.
Por cierto, permítanme esta interrupción, salen ahora los sanchistas más mierdas a pedir que se expulse a Felipe González. Cuando él era secretario general muchísimos militantes dijeron cosas similares a las suyas por lo de la OTAN, Antonio García-Santesmases pedía sin rubor el No; o por la lucha contra los sindicatos, Nicolás Redondo se le enfrentó cara a cara y jamás se les expulsó. Había pluralismo y mucha dura crítica, aunque Alfonso Guerra se comiese las uñas queriendo echar a más de cien, pero no se expulsaba a nadie. Hoy eso no existe en el que dicen PSOE más democrático y de izquierdas de la historia, De hecho, cualquier militante se podía presentar contra Felipe para disputarle la secretaría y hoy eso es imposible. Ya si se ve a Amparo Rubiales haciendo el estúpido, cualquiera con conocimiento sospecha que debe tener algún familiar colocado o ha perdido la cabeza.
Cerdán silenció cualquier crítica, aunque persistía el veto para poder acudir a ruedas de prensa o congresos del partido. Hoy él está durmiendo en Soto del Real y yo lo hago a pierna suelta. Los sanchistas saldrán a insultar a cualquiera que pida la dimisión de quien le nombró, por un mínimo ético, y a defender que esto no tiene nada que ver con el PSOE, como ha hecho la vicepresidenta Marisú —otra vividora de esto—, pensando que el resto de los españoles somos idiotas. Al menos Cerdán no creía eso de mi, sino que le jodía lo que escribía. Igual hasta le mando un paquete de tabaco o vaselina a la prisión.