Fuente: PP Flickr

Empieza a cansar, bastante por cierto, que aparezcan por todos lados purificadores de la nación, ayatolas del sistema puro y demás críticos que, al final del camino, no acaban proponiendo ninguna alternativa. Todo lo que ofrecen mediante sus críticas acaban siendo entelequias o utopías, que como todo el mundo sabe nunca acaban bien. Nunca bajan al pasto, a lo concreto, a la alternativa real. Si cansinos eran (y son) los podemitas-sumaristas del wokismo-populista de la nada, no se quedan atrás las derechas alternativas a lo existente. Al final uno acaba con la misma sensación de estafa y de ver que gritan por gritar porque alternativas reales, ninguna.

Todos quieren acabar con el «régimen del 78», lo cual no tiene por qué ser rechazado por buena parte de la población española pues el hastío es grande; se muestran muy cabreados; hablan desde una superioridad estética hueca en muchas ocasiones y una ética que apesta a maozedongismo de derechas; sólo ellas y ellos tienen la verdad y los demás somos unos ignorantes, en el mejor de los casos, o unos lisonjeros de un sistema que apesta y que hay que erradicar desde ya. Se valen, paradójicamente, de una fórmula desvirtuada de Antonio Gramsci para postular la «necesaria» batalla cultural contra el socialismo y el comunismo —como si algo así existiese en las sociedades occidentales—. Por suerte no han leído a Louis Althusser ya que hubiesen entendido algo más las cosas aunque chocase con sus prejuicios personales.

Estos son los que a pensadores y profesores universitarios, como Diego S. Garrocho y Armando Zerolo Durán —el primero con el libro Moderaditos (Debate) y el segundo con Contra la Tercera España (Deusto)— los califican de blandos, de amigos del PSOE, de traidores de la causa de España y tantas lisonjas que se dedican en la derecha. ¡Ah! Y la cruz buena es la que llevan ellas y ellos, no los moderaditos —hablando de cosas de la Cruz y la supuesta moderación se puede colocar a Rafael Domingo Oslé y su El sentido del cristianismo—. Si no actúan con desvergüenza, superando la persecución a la libertad de expresión existente en el sistema —para haber persecución, la verdad, es que publican en buenos diarios, hablan todo lo que quieren, les publican libros en editoriales grandes y hasta ofrecen conferencias— y piden la democracia pura y antioligárquica, no son derechas sino cobayas y amanuenses del sistema. Y por ello hablan con gran desenfado y ninguna alternativa.

Apareció Trevijano

Esta semana, sirva como ejemplo de todo lo anterior, Manu Gálvez, escritor, ha publicado un artículo titulado «Con Trevijano no habría llegado el sanchismo» en The objective. Ni con John Stuart Mill, Platón, Tomás Moro y tantos otros. Desconozco si Gálvez ha llegado a conocer a Antonio García-Trevijano, quien esto escribe sí le ha conocido y yantado con él en más de una ocasión, cuando en la Universidad y en la Facultad de Políticas y Sociología a los pelos raros se les tenía a raya, desde la derecha y la izquierda. Fue, García-Trevijano, un magnífico orador, un enorme encantador de serpientes que defendía la democracia pura.

Como mala leche intelectual he tenido desde siempre, un día en la sobremesa tras degustar un sencillo menú, se me ocurrió preguntarle sobre la forma en que esa democracia pura se sustanciaría, se haría realidad. Le recordé que la democracia, como tal, no podía llevarse a cabo en sociedades occidentales por la magnitud del pueblo —es imposible reunir a 40 millones en una asamblea— por lo que la alternativa era o la representación o el sorteo. Se decantó, como no podía ser menos, por la representación pero sin partidos políticos. Cada español, en este caso, se podría presentar sin más. Entonces le recordé el porqué de la fundación de los partidos y la inevitable formación de facciones parlamentarias que, al final, acabarían como si los partidos existiesen. Me mandó cariñosamente lejos con un «¡Cómo eres Santiago!».

Porque la realidad es que el artículo de Gálvez puede quedar muy bien, y si se ha visto unos cuantos vídeos de García-Trevijano acaba por vender la moto del tipo: «García-Trevijano, ese hombre que miraba de frente a los dogmas con la misma calma con que un servidor contempla un paisaje, sostenía que la democracia española no era tal, sino una oligarquía de partidos disfrazada con los ropajes de la libertad». Todo cierto pero ¿cómo cambiarlo? Cualquier estudiante de la licenciatura de Ciencias Políticas, especialidad en Ciencia Política —los graduados no cuentan—, podría dar mil respuestas como solución, unas más acertadas que otras, pero ¿estas personas sueltan su crítica sin aportar soluciones? García-Trevijano tenía la suya, errónea pero alternativa ¿cuál es la de estas personas?

¡A las barricadas contra el 78!

Lo mismo sucede con otro artículo de esta semana, en esta ocasión escrito por Irene González, diva de la derecha alternativa, en Vozpopuli, titulado «El necesario fin del PSOE». Más allá de que está interesada en que hay que acabar con el PSOE, como le pasa a buena parte de la derecha española desde los años de Felipe González, comienza a hablar de la perversión del sistema que es propicio para la corrupción por culpa del régimen del 78. Y ¿no será por el capitalismo de amiguetes, el cual es una forma de arramplar con los dineros de las clases medias y trabajadoras para que acaben en el bolsillo de ciertos empresarios, no todos, y con la correspondiente cuota al político de turno?

No recuerdo si ha sido Juan Manuel de Prada o Carlos Marín-Blázquez quien ha dicho que toda esta corrupción es producto de haber puesto el dinero por delante del ser humano. Lo cual es cierto. Que haya mangurrianes en los partidos políticos es tanto decadencia personal como algo sistémico llamado capitalismo. Que no haya, realmente, una alternativa factible al capitalismo, de momento, no impide reconocer que es el culpable de buena parte de los males que afectan al sistema político y a la cultura occidental. Al sistema porque le incita a transformar a la persona mediante su brazo armado, el Estado, y a la cultura porque disuelve todo aquello que pueda ser antisistémico, da igual sea tradicional o revolucionario.

«Éste y no otro es el objetivo de la democracia en el régimen de partidos en España: ganar unas elecciones con una supuesta ideología que divida a los españoles rompiendo la base común y empezar a robar a espuertas, sin control y con impunidad» ha escrito González y se puede estar de acuerdo con el diagnóstico general sobre el régimen de partidos… ¿cuál es la alternativa? ¿Existe una base común realmente? O ¿acaba asomando la patita el autoritarismo como en la siguiente frase: «Llegados a este punto crucial de nuestra historia es una decisión moral y estratégica apuntar y propiciar la caída del PSOE y los partidos de la anti-España con él»? ¿Es un deber moral acabar con los que piensan diferente? Luego van de liberales por la vida y se olvidan de la máxima de Mill sobre la libertad. Aún así, ¿cuál es la alternativa?

¡Que me digan qué quieren!

¿Qué quieren? ¿Una república? ¿De qué tipo, federal, centralista, confederal? ¿Una monarquía parlamentaria sin partidos? ¿Con qué tipo de sistema uninominal? ¿Saben que eso propiciaría que muchos dependiesen de los fondos del rico de turno o de los lobbies y estaría su voluntad tan obligada como el insostenible mandato imperativo encubierto de los partidos? ¿División real de poderes? ¿Cómo se establecerían, quién controlaría las instituciones, quién gobernaría las mismas temporalmente? ¿Centralismo o autonomismo? Si quisiesen, como parece, centralismo ¿cómo se extendería la red del Estado central por todo el territorio? ¿Cómo conocer las necesidades reales de cada trozo de España? ¿Cómo responder a eso institucionalmente?

Estas son algunas cuestiones que todos estos alegres muchachos de la derecha alternativa nunca contestan. Es muy sencillo sentarse a escribir miles de palabras porque el papel y el byte lo aguanta todo. Se puede poner el grito en el cielo tanto como quieran, pueden tener razón en algunos de sus análisis pero ¿todo eso cómo se sustancia? Filosofar como si se estuviese en una barra de bar diciendo que Pedro Sánchez es malo malísimo y en el PP son medio lelos lo hace cualquiera —yo mismo en muchos artículos— pero si se quiere derribar el régimen del 78 hay que ofrecer una alternativa real, plausible y clara porque si no todo esto es chau-chau y enredar para dividir más a los españoles. O que saquen tajada algunos grupos con ciertos intereses. ¿Qué ofrecen como alternativa real que no sea doxosofía alternativa o sofistería? Platón, al menos, lo intentó, le salió mal pero lo intentó. ¿Y ustedes, qué?

Post Scriptum. Si alguien tiene la sana intención de criticarme por no ofrecer alternativas, ruego a ese buen lector que se lea los más de mil artículos —aunque sea los títulos— donde he ofrecido alternativas sistémicas para dar y tomar. Que yo sí charle y discutí con alguno de sus amados intelectuales. Tampoco se metan con González y Gálvez, les ha tocado a ellos por cuestión temporal, pero no son los más cansinos, se lo aseguro.

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