Fuente: Vatican News

Los muy fervientes de otros equipos estarán pensando «el tocapelotas este del Atleti ya está arrimando el ascua a su sardina» con el muy insigne romano pontífice. Sí y no. La realidad es que Robert Prevost, de ser de algún equipo, seguramente sea de alguno peruano aunque su deporte favorito sea el béisbol. Nada extraño siendo estadounidense. Sin embargo, existen enormes similitudes entre León XIV y el Atlético de Madrid que o son solamente el vestirse de rojiblanco en las grandes ocasiones. A diferencia de Francisco I que era claramente del Mal.

El papa Prevost nació en un tiempo en el que la renovación espiritual de todas esas herejías que pueblan EEUU estaba en crecimiento a la par que la contracultura florecía en núcleos urbanos y universitarios. Un evangelismo que estallaría durante el reaganismo —recomiendo la lectura del libro de Kristin Kobes Du Mez Jesús y John Wayne (Capitán Swing)— y que hoy es la mayor mafia en aquel país. En ese ambiente el joven Rob sintió la llamada del Señor para recorrer juntos el camino hacia la eternidad. No sólo tomó los hábitos sino que lo hizo en la Orden de san Agustín. Nada del Opus Dei, el Camino Neocatecumenal o cosas similares —con el respeto debido a esas supuestas asociaciones laicales—, monje y misionero.

Algo así les ocurre a los aficionados del Atlético de Madrid —y los que realmente son de los equipos de su lugar o de uno que les guste y no tienen binarismos woke—. En territorio hostil, donde el protestantismo más agudo y anticristiano ejerce su poder desde la Castellana, existe un núcleo católico de monjes, de abnegados misioneros que luchan constantemente contra el Mal. Lo fácil y sencillo sería ser del Mal porque gana, porque parece mas brillante, porque parece más brillante, pero los caminos del Señor son inescrutables y obligan a tomar sendas que, en muchas ocasiones, no son cómodas. Así el monje Prevost fue al Perú, a los lugares más deprimidos a ofrecer la buena nueva como hacen los rojiblancos en otros lugares.

En ambos casos se hace caso de la «llamada» del Señor para defender el bien. Como le ha sucedido al Atlético de Madrid en sus competiciones, al ahora papa le llegaron ciertos éxitos estructurales como ser prior general de los agustinianos, acabar como responsable del Dicasterio para los Obispos y, finalmente, Papa. Siempre desde la modestia y la firmeza en la defensa de los principios básicos de la Fe, como hacen los rojiblancos buscando la limpieza en las competiciones. Si no existiesen los aficionados del Atleti —añadiría a algunos valencianistas— el Mal camparía a sus anchas en todos los deportes y manipularía mucho más de lo que lo hace.

Todavía no tenemos la primera encíclica de León XIV, algo que suele marcar el papado, pero lo visto hasta la fecha es que es una persona que hace bueno el dicho italiano de piano, piano se va lontano. Sin hacer ruido, sin pisar callos, sin hacer aspavientos, poco a poco se está consiguiendo ganar al catolicismo. Salvo a los de siempre, a esos protestantizados y asilvestrados que sólo serían felices con el maligno disfrazado en la sede romana. Lo mismo ocurre con el fútbol español. Sin hacer excesivo ruido, sin necesidad de estar constantemente ideologizando a la parroquia, el Atleti va ganando adeptos y aumenta su presencia hasta que el mal aparece para hacer lo que suele hacer, trampas. Uno es del Mal porque gana, porque suma triunfos diabólicos y terrenales a costa de todo. Alguien es del Atleti por una llamada a la santidad y a la verdadera fe. Lean a Txus RojasDios y Atleti (NPQ Editores)— y comprenderán mucho mejor todo esto.

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