Preguntaba Carla Restoy en X sobre el porqué del salto, ¿al vacío?, de dos generaciones de españoles que han ido secularizándose de manera rápida, lo cual ha provocado que lo que para los bisabuelos y abuelos era normal —rezar el rosario, ir a misa cada domingo, guardar los preceptos, conservar la fe— para los padres e hijos que han venido después ha dejado de existir. La escritora y traductora Aurora Pimentel contestó, lúcidamente, con algunas posibles situaciones que puedan haber influido en ello. Por su interés se expondrán las conclusiones.

1.) El dinero. «La afluencia se tradujo en materialismo (consumismo en muchos casos). El centro era tener y tener más».

2.) «Pasó que colegios religiosos y también universidades privada católicas se centraron más en otras cosas que en transmitir unos valores. Sí hubo confusión tras el Concilio Vaticano II pero hubo, de nuevo, dinero también: más importante la cuenta de resultados que el ideario».

3.) «Pasó también que curas dejaron de hablar en homilías de cosas fundamentales. Si para el católico medio practicante, de misa dominical, su única “formación”, tras salir del cole, es (era) ese momento —y no se forma por otro lado— cumple 20 o 70 con la formación del cole».

4.) «Pasó —y esto para mí es casi lo más clave— que se dejó de rezar. Individualmente y en familia. Simple y llanamente. La gente tan ocupada dejó de rezar. En casa de mis abuelos se rezaba el rosario todos los días juntos. Esto ya en muchas familias dejó de hacerse en los 1960s-1970s».

5.) «Pasó también que como consecuencia de una pésima educación religiosa —escasa o inexistente, “quedarse” en las cuatro cosas que viste en el cole o en catequesis: ignorancia culpable en algunos casos ¿a qué preocuparse por saber? Mejor decir ¡qué chorradas!— la gente perdió la fe».

6.) «Culturalmente pudo mantener algunas cosas externas por tradición, pero sin “raíz” —sacramentos, fundamentalmente confesión (la gente dejó de confesarse)— y sin piedad, también creyendo que la razón es contraria a la fe o que no hace falta formarse».

A algunas personas les puede parecer que lo que dice Pimentel es muy cierto, otras pueden criticarla por cierta beatería, incluso puede haberlas que abunden en el problema cultural. De hecho la mayoría de críticas, incluidas las de eminentes teólogos, hablan de una fuerte contraprogramación de la modernidad y/o del sistema actual contra cualquier pretensión religiosa, en especial la católica. En realidad todos y todas tienen su punto de razón. A las razones particulares se pueden añadir las colectivas o sistémicas, pero el análisis de la autora de En casa. Una aproximación a las ideas sobre el hogar y lo doméstico en G.K. Chesterton (CEU Ediciones) es muy interesante por lo que no se cuenta, por lo que parece haberse olvidado en España: nacionalcatolicismo.

Para entender esa relación entre la Iglesia y el poder político nada mejor que bucear en las páginas del libro de José Francisco Serrano Oceja, Iglesia y poder en España (Arzalia), el cual tiene la virtud de no esconder los dimes y diretes de la Iglesia española. Cierto que con la llegada del cardenal Tarancón a la jefatura de la Conferencia Episcopal Española pudo parecer que el nacionalcatolicismo se deshacía, algo que siguientes purpurados y obispos han contradicho con sus palabras y acciones. No es anda nuevo esa disputa entre «liberales» y «conservadores» o, si lo prefieren, «conciliares» y «tradicionalistas». La unión entre la Iglesia y el franquismo, incluso con aquella apelación a la cruzada contra los propios paisanos —no se va a entrar en los horrendos crímenes de un lado u otro pues es cosa sabida— o el nombramiento de obispos por el dictador —que en el libro citado se explican muy bien los dimes y diretes— hizo un daño terrible a la propia Iglesia.

El hacer del catolicismo la única moral posible de los españoles, con la persecución de otras posibilidades, sin laicismo pleno hizo ver que lo católico no dejaba de ser sino un arma del poder político. Y si bien los católicos han de participar en política —mediante diversos mecanismos— no es de recibo hacerlo utilizando todo el poder del Estado como imposición a los ciudadanos. Eso ocurrió durante el franquismo pese a que existiesen espacios de «libertad» como las HOAC, las JOC o, incluso, las Hermandades del Trabajo, lugares donde el pluralismo católico se pudo expresar, con miedo y recelo eso sí. Que el catolicismo fuese hasta última hora, única fuente de moral y del derecho casi, provocó el rechazo de muchas personas que, en cuanto se liberaron las cadenas políticas, terminaron por abandonar los caminos de la Iglesia, teniendo fe, para posteriormente secularizar a sus familias por aquel recuerdo.

En el libro de Serrano Oceja no se habla de ello pero también la insistencia, hasta de la cúpula católica, en impedir la aparición y triunfo de grupos Demócrata-cristianos o los Socialdemócrata-cristianos —como la Izquierda Democrática de Joaquín Ruíz Giménez y la Federación de la Democracia Cristiana— posibilitó que lo religioso desapareciese del ámbito político. Tanto como expresión moral, como por los posicionamientos de la Doctrina Social de la Iglesia. Se dejó al libre albedrío de los propios políticos y estos decidieron entregarse al furor liberal-secular. Ni las gentes de Óscar Alzaga, ni los vaticanistas del PSOE —en buena parte captados de las filas de Izquierda Española o el PSP de Tierno Galván—, tuvieron voz en las Cortes españolas. De repente lo católico desapareció y pasó a ser un estorbo, especialmente, en los partidos de derechas. El PP siempre sacaba (y saca) la bandera vaticana para esconderla a los dos minutos.

Había quedado tal resquemor con el nacionalcatolicismo que la clase política y el propio vaticano hicieron todo lo posible por hacer desaparecer del ámbito propiamente político lo religioso. Y si el Estado acaba por proponer lo político como fuente social es normal que al resquemor dictatorial se sumase la desaparición en el debate civil de lo religioso. Si a eso se le suma el neoliberalismo con su propia religión, el liberalismo con su bifurcación progresista y economicista, cada una con sus propias religiones de sustitución —además unas religiones con moralina pero no muy condenatoria—, es normal que lo católico, hoy en España, se haya perdido. A nadie interesa el debate ético-moral, entre otras cosas porque son todos hipócritas o fariseos, y a quien menos a los que están en el poder del Estado o en sus intersticios.

¿Qué hay hoy católico en España? El periódico que así se autodesigna tiene tufillo nacionalcatólico —un cardenal como Angelo Scola, nada susceptible de ser considerado progre, ha explicado perfectamente el sentido del laicismo católico que no se entiende por España, por no hablar de Joseph Ratzinger—, de un conservadurismo rancio y muy virado hacia una posición ideológica, lo que impide a católicos con otras posiciones sociopolíticas acercarse a una posible formación religiosa, como reclamaba Pimentel, mediante los medios de comunicación. En los partidos políticos de la derecha lo católico es utilizado como arma en ese combate agonístico contra el enemigo real o inventado —cada vez que hablan del peligro comunista mueren dos gatitos—, pero en realidad les da igual, les sobra, no les influye en su ser como partido —salvo excepciones individuales— y tienden en su visión religiosa al protestantismo pues el dinero, como decía la escritora, les puede. En la izquierda está ese invento de José Luis Rodríguez Zapatero y Rafael Díaz Salazar (Cristianos Socialistas), el cual no es más que un bluff para dárselas de plurales y una buen arma, ahora en manos del sanchismo, para atacar a los propios compañeros o la CEE cuando se tercia.

¿Cómo influir en la sociedad si hasta la televisión de la Conferencia Episcopal y su radio están al servicio del capital o del PP, según se mire? El nacionalcatolicismo, que parece ser el deseo del algunos curas radicalizados actuales, fue un abuso que hizo un gran daño, pero lo que hay hoy es la nada. Salvo individualidades, alguna editorial y algún espacio no hay nada que permita a lo católico ser tenido en cuenta, al menos, para dar testimonio. Ni el conservadurismo, ni el progresismo católico que se ven en algún lado sirven pues están infectados de ideología malsana y sistémica ¿cómo dar testimonio? Siendo misioneros otra vez y ocupando como católicos los espacios de influencia social. Lo demás es empeorar las cosas.

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