Vale que no hagan nada por la clase trabajadora, pero el dedo se lo meten en el ojete y no van con él molestando a la clase trabajadora. Los que dicen ser los representantes de la clase trabajadora —en realidad suelen decir clase media-trabajadora utilizando un eufemismo que muestra su apalancamiento en la ideología liberal-burguesa— venden muy bien su producto, con fuegos de artificio, pero la realidad de los datos micro es la que es. Te dicen que han aumentado el salario mínimo, lo que es cierto, pero te ocultan que gracias a la gestión global del capital ese salario no permite a una persona vivir dignamente. Te cuentan que hacen esto y lo otro, pero la única realidad es que las cuentas de resultados del capitalismo aumentan. Son los que han traicionado a la clase trabajadora.
Aparece una encuesta —el valor de una encuesta sin elecciones claras a la vista y bajo ciertos mecanismos no óptimos en la recopilación de los datos de la muestra es algo a tener en cuenta para darle la credibilidad que merece, baja, muy baja— en la que se afirma que la clase trabajadora está virando hacia Vox como ha sucedido en Francia con el lepenismo. Rápidamente todos los terminales mediáticos del conservadurismo de pelo de la estepa se alegran y comienzan a predecir que los trabajadores desean una nación fuerte, una buena vida y salarios dignos. Los mismos medios que se escandalizan cuando un trabajador exige a un empresario que cumpla con el convenio colectivo, o los que vienen quejándose de que no hay gente suficiente para el campo —no dicen que los empresarios no pagan las peonadas a lo que deben—, para la hostelería —ocultando que el sistema esclavista quedó abolido hace un tiempo— y que por eso la inmigración, de forma legal eso sí y más si son venezolanos que tenían su dinero fuera y ahora están convirtiendo en Miami el barrio de Salamanca.
A la clase trabajadora, más allá del sentimiento patriótico que pueda tener —en España pocos cambiarían para ser franceses o ingleses—, lo que realmente les preocupa es que el trabajo sea digno; con salarios que permitan vivir a una persona normal; tener acceso a una vivienda con sus gastos y no tener que compartir piso con seis o vivir con familiares porque no alcanza ni para comer; con transportes públicos que funcionen, sean limpios y no vayan masificados; con una sanidad donde no te reciban dentro de siete años cuando igual te has muerto; no morir trabajando porque el empresario pasa de la seguridad y trata al trabajador peor que a su perro; poder disfrutar del descanso necesario y no tener jornadas semanales de sesenta horas, sin pagar las extras; que no les roben los políticos, esos mismos que no han conocido una oficina y, mucho menos, una obra en su vida; cierta seguridad vital; y especialmente que no les traten de idiotas, o gilipollas como diría el siempre recordado José Luis Cuerda.
Esto no se lo va a ofrecer Vox que no deja de ser un partido del capital. Ahí los tienen apoyando a Donald Trump —con unos aranceles que perjudican al campo español, a ese al que les gusta ir disfrazados de cazadores—; ahí están apoyando a Israel; ahí están apoyando a cualquiera que sea el brazo político de la burguesía patria. Se inventaron un sindicato —tuvieron la ocurrencia de manchar el nombre de Solidaridad, porque tampoco les da para más—pero no tienen trabajadores, ni nada parecido, son ellos mismos. Y, además, todas esas soflamas patrioteras, de nacionalismo rancio, de conservadurismo del siglo xviii —cuando no existía el conservadurismo en sí—, de escuela austríaca de economía envuelta en celofán joseantoniano, de banderitas y pulseritas, a los trabajadores se las trae al pairo. Claro que hay trabajadores católicos, muchos. Claro que hay trabajadores patriotas, muchos. Claro que hay trabajadores conservadores, cada vez más. Pero ni rancios, ni nacionalcatólicos, ni nada por el estilo. En general la clase trabajadora española es ácrata, flamenca/rockera y relajada en las costumbres. El lepenismo es una cosa muy alejada del cayetanismo voxero, muchísimo.
Votarán a Vox por tocar las narices y porque, de momento, no roban —como decía Julio Anguita— pero no hay fermento ahí de nada parecido al lepenismo, ni al populismo, ni algo así. El problema es que en la izquierda está el vacío, la nada. Arrastrados por todas las estupideces del wokismo, que no deja de ser a visión progre de la ideología dominante —que lo de la superestructura lo han olvidado todos, todas y «todes»—, y la acción globalista del capital, utilizando el liberalismo económico como mecanismo de democratización del mundo, han olvidado que existe una lucha de clases, la cual se extiende a nivel geopolítico y es estructural en el sistema capitalista. Han perdido toda conciencia de clase. Cierto que ellos y ellas son todos unos desclasados, unos pijos, unos «bobos», la izquierda caviar, las marionetas del sistema, unos vividores de la política, pero es que no asoma por ningún lado cierta conciencia. Es una izquierda que corre a salvar al empresario antes que al trabajador —véase lo sucedido tras la dana—, que se enreda en los penes lesbianos y señala al trabajador como homófobo, machista y xenófobo porque se queja de sus condiciones laborales. Es una n-izquierda por mucho que digan.
El PCE no existe, salvo como nombre, y es el vehículo personalista de tres aprovechados que se están haciendo millonarios con ello. IU mucho menos. Los pijos burgueses de Sumar están más preocupados de que en un museo haya coños masculinos que de las condiciones laborales de una mujer que acaba muriendo por un golpe de calor. Podemos es una mierda para que cuatro «bobas», adictas al té rooibos, sigan teniendo un sueldo y no tengan que ponerse a trabajar o montar un bar con el dinero de los demás. Y el PSOE es la mayor mierda burguesa que pueda existir, especialmente bajo el mandato de Pedro Sánchez, quien ha extinguido cualquier olor a izquierdas. Existía una cosa llamada Izquierda Socialista, de inspiración marxista, de ética irreprochable, internacionalista, dialogante con las comunidades de base… todo eso no existe. Queda el nombre bajo el cual se ocultan cuatro que son más sanchistas que Sánchez.
Y para colmo en el PSOE tratan a los trabajadores de gilipollas e incultos. Los mismos que no han pegado un palo al agua, como la portavoz Montse Minguez, quien en un arrebato de mendacidad afirma en X/Twitter lo siguiente: «Pluriempleo no es sinónimo de precariedad. Más de 840.000 persona con pluriempleo. Signo de actividad y diversificación, no de degradación. Mayor control, mayor protección social, más cotizaciones». Antes de entrar en el fondo de la cuestión fíjense que, habiendo abandonado cualquier atisbo de acabar con el Estado pues no deja de ser un instrumento de la clase dominante, se alegra de que una persona tenga dos o tres trabajos porque hay más ingresos. Y se dice de izquierdas…
Si alguien tiene dos o más trabajos, por los cuales cotiza y con contrato —algo que es importantísimo porque las hay que hacen parte en negro para sobrevivir—, no es por una diversificación sino más bien porque tiene un empleo de mañana de tres horas, otro de tarde de dos horas y otro de fin de semana de cuatro horas. Todo para lograr reunir un salario mínimo o un poco más. Un dinero que en la mayoría de capitales de provincia y en las regiones periféricas y la central sirve para poco o nada. No hay diversificación y algo guay porque se trabaja de ingeniero de telecomunicaciones por la mañana y por la tarde se es guía del Museo del Prado, no. Suelen ser, especialmente, mujeres precarizadas que limpian por las mañanas, cuidan por las tardes y hacen de camareras los fines de semana. Ese simple discurso es el mayor atentado contra la clase trabajadora. Venden un mundo con valores burgueses para esconder lo que es una sencilla explotación y precarización. Y luego están los sindicatos que están a las pollas lesbianas más que a defender a los trabajadores, es que ni lucha de clases en lo ideológico-cultural. Si los pillan en los años setenta, los corren hasta el final del pueblo y los dan una tunda de hostias que se les iba a quitar todo el pijerío.