Fuente: ATM web

No será porque no se ha advertido en estas páginas. El fichaje de Raspadori ya mostró que el nivel de los fichajes entraba en su cuesta abajo. No siendo completamente malo el jugador italiano no suponía ese supuesto salto de calidad que vendían amanuenses y mediáticos de los espacios. El campo pone y quita razones, siempre, pero a priori genera cierta desafección en la gloriosa —aunque quien se pone la camiseta de las rayas canallas pasa a ser un apóstol del misterio del fútbol—. Lo que viene ahora es peor porque es el tiempo del gilmarinismo.

Carlos Bucero ya está prácticamente de vacaciones. Queda para asuntos menores de contactos y alguna discusión previa. Lo que se dice quitarle la paja al jefe para centrarse en el grano. La elección de los jugadores y los posibles fichajes están en la agenda rosa de Miguel Ángel Gil Marín. Es su tiempo. Lo disfruta. Hace y deshace. El patrimonio hay que cuidarlo. Las quejas del Cholo Simeone, sobre un fichaje más, le sirven al CEO para retomar contactos, hacer amigos por Europa y entrar en el cambalache que siempre ha gustado a los Gil desde el «caso negritos».

Durante todo el verano llevan llamando a todos clubes posibles en el mundo para preguntar por jugadores. «¡Hola, qué tal! Este jugador ¿se encuentra bien, es buen chaval? Pues me lo saluda» es lo típico de esos supuestos acercamientos que hacen las delicias de los insiders y demás caza-fichajes de medio pelo. Porque los publicitan, permiten que se sepa sin problemas para despistar, especialmente cuando son nombres atractivos —sea por juventud, sea por calidad, sea por exceso de alabanzas de los panenkitas que no ven ni dos partidos—.

Lo que la experiencia lo que nos dice es que en estos tiempos de gilmarinismo lo que vaya a llegar puede ser algo que no corresponda con las necesidades del equipo, puede ser algo parecido —como ha pasado con algunos fichajes realizados donde se pedía un sofá y han traído un butacón o un chaise-longue— pero con algún problema detrás. Ahí tienen el supuesto interés por Nico González, el argentino no el pivote español, jugador internacional, campeón del mundo —como Umtiti y algunos de ese estilo que no se sabe bien cómo han llegado a una selección campeona—, un tipo que se lesiona con mirarlo y cuyos mejores partidos ya han pasado. Y este es casi de los mejores que suenan. Luego llegan Otavio, Milla… o Kubo —ni cambiándole por Sørloth, aunque sea un «invento» de Juantxito—.

El año pasado se esperaba a Hancko y llegó Lenglet, que para más inri ha sido renovado. Ese es el juego que le gusta a Gil Marín. Los extraños, los casi acabados, los de equipos de amigos, los que no tienen números y cosas por el estilo. De ahí, de ese huerto saldrá el posible fichaje, si es que lo hay sin que ocurra algo raro tipo heitingada. Lo principal es que no cueste dinero, con una ficha que pague el club de origen o muy baja, o DAO. El gran DAO no salió mal, pero no siempre puede ser así como se ha visto con un francés con cara de despistado. Llegará un regateador pero igual es bizco, o uno de la cuadra portuguesa —apunten las iniciales MF—, pero nada que ver con esos nombres rimbombantes que suenan. Es el tiempo de Gil Marín y eso sólo puede ser peligroso… o divertido.

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